Hoy en día es casi imposible hallar una historia original, puesto que todas
han sido contadas ya y lo único a lo que podemos aspirar es a encontrarnos con
una brillante relectura del mismo argumento de siempre. True Detective es un buen ejemplo. Así que aprovechando que arranca en los USA su segunda
temporada, vamos con mi particular repaso a la criatura de Nic Pizzolatto.
Hablamos
de la serie más sobrevalorada de los últimos tiempos, o tal vez no tanto. En el
making of de True Detective alguien dice que es “una historia original contada
de una manera original”. En realidad, ni lo uno ni lo otro. En esencia,
reduciendo el argumento de manera asesina, estamos ante la enésima historia de
asesino en serie con conexiones en las altas esferas y sacrificios vudú –por
aquello de que la acción transcurre en Nueva Orleans-, con leves referencias a
las creaciones de Ambrose Bierce y Robert William Chambers (Carcosa y el rey
amarillo, respectivamente) para darle cierto barniz intelectual.
Una
serie de crímenes investigados por la clásica pareja de policías de
personalidades opuestas, en lo que en realidad no es sino una buddy movie de libro, con unas
ambiciones desmesuradas, ya que Pizzolatto parece haberse propuesto hacer la buddy movie de las buddy movies… y diríase que lo ha logrado.
Tampoco
es original la manera de contar la historia mediante un recurso ya utilizado,
el de una narrativa no lineal a través de continuos saltos en el tiempo. Así, la
acción arranca en 2012 cuando los exdetectives Rust Cohle y Marty Hart son
interrogados por la policía sobre un caso que investigaron 17 años atrás, de
modo que asistimos a una serie de flashbacks en los que se nos cuenta la
versión de cada uno de lo ocurrido… que no tiene por qué ser cierta, como ya
quedó demostrado en la magistral Sospechosos
habituales.
Así
pues, apenas hay en True Detective
casi nada que no hayamos visto antes, lo que no impide que la serie alcance un
extraordinario nivel. Y es que aunque su argumento no sea original ni la manera
de contarlo, sí está narrada de manera soberbia. A ello ayuda, en primer lugar,
algo muy poco habitual en televisión, que todos los capítulos hayan sido
escritos por un mismo guionista, Nic Pizzolatto, y realizados por un mismo
director, Cary Joji Fukunaga, lo que le da a toda la temporada una unidad y
coherencia pocas veces vista. A ello se le suma la perfecta compenetración
entre ambos, como si de una sola mente se tratara, que hace que el espectador
conecte con la historia desde el primer fotograma, capturado de manera
hipnótica por una atmósfera envolvente.
Si
Pizzolatto ya dejó buenas muestras de su capacidad como escriba en The Killing –que para mí sigue estando
un nivel por encima de True Detective,
de nuevo una buddy movie con
múltiples tramas a partir de un solo crimen-, y aquí se nota que es originario
de Louisiana, por lo que sabe bien de qué habla, Fukunaga demuestra un dominio
absoluto a la hora de realizar cualquier escena, ya sea diálogos, acción –ese
plano secuencia de 7 minutos para cerrar el cuarto episodio- y especialmente a
la hora de mostrar una Nueva Orleans tenebrosa y embrujada de una manera portentosa.
Si os habéis quedado con ganas de más, en el dvd hay una escena eliminada del
último episodio con casi 4 minutos que son solo planos y más planos de
exteriores, en los que Fukunaga y la banda sonora logran transmitir una
absoluta inquietud y desazón.
La
otra clave del nivel que alcanza la serie son sus protagonistas, MatthewMcConaughey como Rust y Woody Harrelson como Cole. True Detective no deja de ser, más allá de la trama de intriga, la
historia de la amistad entre dos hombres aparentemente con nada en común, que
acabarán descubriendo que solo se tienen el uno al otro. No es que la serie
haga apología de la homosexualidad, pero al final podría decirse aquello de
‘las mujeres pasan, pero la amistad es lo que queda”.
Más
reflexivo y cerebral Rust, más primitivo y directo Cole, su relación y sus
diálogos son la quintaesencia de la buddy
movie, aprovechando aquí el paso de los años, lo único que en realidad
justifica que la trama abarque 17 años, y que por el contrario crea las únicas
contradicciones en la trama de intriga: ¿cómo es posible que los dos detectives
no resolvieran el caso en tanto tiempo, y luego lo solventan en unos pocos
días?
El
gran riesgo que asume Pizzolatto es el del personaje de Rust, completamente
pasado de vueltas en todas sus etapas, y auténtica originalidad de la serie. Un
carácter demasiado extremo, que apenas se justifica por su tenebroso pasado: abuso
de drogas y un tremendo drama personal. Por fortuna tiene a un más que
recuperado McConaughey para darle vida en una de las interpretaciones más
portentosas que se hayan visto en la pantalla –pequeña y grande- (versión
original, por favor), y a un Harrelson en plena forma para darle réplica. Por
cierto, los dos actores fueron quienes apostaron por Pizzolatto para llevar su
guión a la pantalla, desde luego sabían lo que hacían… y ahí está la sobrecogedora
escena final.
Sumémosle
unos perfectos secundarios, especialmente Michelle Monaghan como la esposa de
Cole, y una duración reducida para lo que es una serie de tv, ocho capítulos de
una hora, y tenemos una película larga y redonda, en la que todo, o casi, está
resuelto a la perfección para atrapar al espectador de principio a fin,
incluyendo el magnífico tema de apertura –y esos títulos de crédito, tan
malsanos y ominosos como la serie en sí- y cada canción de los títulos finales.
Como
en todas las grandes obras, la verdadera reválida de True Detective es la segunda visión, en la que uno no se deja
llevar tanto por la trama de intriga y puede fijarse en otros detalles. Ahí es
donde la obra de Pizzolatto y compañía puede ganar con nuevas lecturas, o por
el contrario verificarse que las continuas disquisiciones de Rust sobre el
sentido de la vida son pura palabrería.
Más
que cualquier otro producto televisivo visto hasta ahora, True Detective se erige en su primera temporada como un compendio
filosófico, en el que lo de menos es la identidad del asesino, y lo de más, no
ya una historia de amistad, sino una continua reflexión sobre lo humano y lo
divino. Aunque al final, parafraseando al propio Rust, solo hay una historia,
la más antigua: la luz contra la oscuridad.
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