Ya lo dije con motivo
de la primera temporada de ‘The killing’ y lo repito con la española
‘Crematorio’, a veces la clave está en cuidar el envoltorio. Con la serie
protagonizada por Pepe Sancho me ha ocurrido algo bastante habitual: que las
expectativas superan a la realidad. Entendámonos. Suelo ver muchas más series y
películas norteamericanas que españolas, y es lo que tiene. ‘Crematorio’ está a
años luz de la mayoría de series que se hacen en nuestro país, aunque baste
recordar obras míticas como ‘Los gozos y las sombras’, ‘Juncal’ o ‘Turno de
oficio’ (o las primeras temporadas de ‘Cuéntame’, ya puestos), para desmentir
que estemos ante la mejor serie española de la historia. Ocurre también que,
comparada con el nivel medio USA, pues igual tampoco hay para tanto… ¿o sí?
‘Crematorio’ presenta
una factura impecable, con un estilo visual y una manera de estar rodada, aquí
sí, muy USA, incluyendo una casi invisible banda sonora, a excepción de la gran
canción 'Precipicio' de Loquillo para los títulos de crédito. No hay estridencias, ni
altibajos, y toda funciona como un implacable mecanismo de relojería, alternando
el presente con los flashbacks (centrados en cada capítulo en un personaje o
momento clave en la historia del protagonista), siempre con un ritmo pausado y elegante,
más con un empaque de película que de serie al uso. Y ojo, capítulos de 40
minutos, como en USA, nada de interminables episodios de una hora y media.
¿Y el contenido? Pues
nada que no hayamos visto mil veces. Enésima revisión de ‘El padrino’ y
similares, la trama nos muestra de nuevo cómo los negocios turbios acaban
diviendo a las familias. Aquí la novedad es recurrir a nuestro pasado-presente
más reciente, exponiendo de manera brillante y fidedigna cómo la corrupción se ha adueñado
de la clase política de nuestro país, al calor del ‘boom’ del ladrillo.
Con diálogos y escenas
que nos remiten de inmediato a Marbella, Valencia o Palma de Mallorca, tenemos
a promotores inmobiliarios, alcaldes, concejales, presidentes de clubes de
fútbol… y el dueño de un tanatorio que en lugar de incinerar los cadáveres, los
entierra en cualquier parte y se queda todo el beneficio.
Como en una novela de Auster, el azar se conjura contra el intocable Rubén Bertomeu, todo gracias a un conductor que se salta un STOP delante de una patrulla de la Guardia Civil. Y a partir de ahí, ya lo dijo Murphy, si algo puede salir mal, saldrá peor. Poco a poco iremos conociendo los turbios orígenes de los prósperos negocios de Bertomeu, obsesionado ahora en construir su ‘Marina d’Or’ particular, y cómo sus manejos afectan a todos los que le rodean.
Pero si algo sobresale
en ‘Crematorio’, adaptación de la novela del valenciano Rafael Chirbes, es la portentosa
interpretación de Pepe Sancho, que con frases como ‘Y además me lo vas a hacer
gratis’, se suma a esa lista de mafiosos a los que casi acabas admirando, y que, por ejemplo, quitan y ponen alcaldes a su antojo (Antológico el capítulo 'Un día de pesca'). Solo
Alicia Borrachero, fantástica, está a su altura, como esa hija a la que su
padre le repugna al tiempo que no puede evitar quererle.
El resto del reparto
cumple sobradamente, con mención especial para Montserrat Carulla como la matriarca de los
Bertomeu, feliz en su huerto de naranjos. Eso sí, Vicente Romero está luciéndose mucho más
en ‘Con el culo al aire’, donde a ese aire de matón le une su fabulosa vena
cómica.
Por lo demás, la frase
de Bertomeu que abre el primer capítulo es tan demoledora que hace innecesario
el resto de lo que viene después: ‘Para que haya ricos, tiene que haber
pobres’. (O como dirían en ‘In time’, que cada vez me parece mejor, ‘Para que
unos vivan eternamente, otros deben morir’).
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