Belleza. Así de claro.
Eso es lo que encontraréis en ‘Mushi-shi’, serie de animación japonesa basada
en el manga del mismo título, y que también ha dado lugar a una película de
imagen real.
Los mushi a los que
alude el título son unos seres microscópicos que representan la frontera entre
la vida y la muerte, más fantasmas que seres vivos, que acostumbran a
comportarse de forma parasitaria, ocasionándoles serios problemas a todo ser
humano que entra en contacto con ellos.
Un mushi-shi es quien
se dedica a estudiarlos, y en este caso tenemos a Ginko, inconfundible con su
cabello blanco, que le tapa el ojo que le falta precisamente por causa de un
mushi. Ginko recorre las zonas rurales de Japón, pequeñas aldeas junto al mar o la montaña, para conocer más sobre estos seres, diríase sobrenaturales,
y resolver los problemas de aquellos que han tenido la mala suerte de encontrarse con ellos, aunque no siempre está en su mano.
A ratos la serie
recuerda a la reciente ola de films de terror japoneses, en los que el miedo
siempre surge de una manera a la que el público occidental no está acostumbrado.
Pero sobre lo que en realidad reflexionan estas historias es sobre la capacidad
del ser humano para cambiar y modificar su destino. En no pocas ocasiones los
protagonistas aceptarán los efectos del mushi si eso les permite mantener con
ellos a sus seres queridos, aunque solo sea en apariencia y pagando un alto
precio.
Cada capítulo es
independiente y en estos cuentos, que acostumbran a dejar una huella imborrable, encontramos propuestas tan sorprendentes como una
ciega a la que los mushis le devuelven la vista… a cambio de la maldición de
ver el futuro; un niño al que le brotan cuernos blandos en la cabeza; un
pantano que avanza hacia el mar; alguien que provoca que las personas se oxiden
a su alrededor; un puente que aparece y desaparece o una espora de algodón que adquiere la forma de un bebé para sustituir al auténtico y engañar a la madre para que lo cuide.
Pero sobre todo ‘Mushi-shi’
destaca por el cuidado puesto en cada fotograma, desde los bellos paisajes y pequeñas
aldeas por las que deambula Ginko a la delicada música que acompaña las
escenas, incluyendo un tema principal que parece sacado de los más inspirados
Simon & Garfunkel.
Todo ello realza unas
historias que, pese a la aparente rareza de sus argumentos, siempre acaban
haciendo que el espectador se identifique con los protagonistas, aprendiendo
sobre el ser humano y sus sentimientos.
Acompañad a Ginko en su
incesante peregrinaje, descubriréis un mundo extraño, a veces aterrador, pero
siempre lleno de belleza.
PD: Lo que siempre me
he preguntado es: ¿qué hierba fuma Gimko episodio tras episodio?
Porque Ducados no son.
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