Está visto que en
Hollywood últimamente no es fácil hacer películas ni respaldado por un éxito.
Un caso reciente es el de Alexander Payne, que pese a la buena acogida de ‘Entre
copas’ (2004) ha tardado siete años en volver a ponerse tras las cámaras con ‘Los descendientes’. Otro buen ejemplo es el de Gary Ross, que acaba de estrenar ‘Los juegos
del hambre’ casi una década después de su última película, ‘Seabiscuit’, aquel
drama hípico con Tobey Maguire que incluso tuvo nominaciones a los Oscar. Pero
esta vez nos centramos en el film que rodó cinco años antes de esa nueva
colaboración con el Spiderman de Sam Raimi: ‘Pleasantville’ (1998).
En dicha cinta Ross se
implicó por completo, no solo como director, sino también escritor e incluso
productor, junto con Steven Soderbergh. El resultado fue, como ‘Campo de sueños’,
una de esas raras ocasiones en que Hollywood factura una película cargada de magia
genuina. Y cuyo argumento, curiosamente cercano a ‘Los juegos del hambre’,
también versa sobre la rebelión de la juventud.
Tobey Maguire es aquí David el típico empollón de instituto, fascinado con una antigua serie televisiva de
los 40-50, ‘Pleasantville’, algo así como ‘Ciudad Amable’, donde todo es
perfecto y todos viven en armonía. David sueña con vivir en ese
mundo idílico, y lo consigue cuando, gracias a un mando de televisión mágico, y
cierto accidente, entra en la tv… acompañado por su hermana, Jennifer, encarnada por
Reese Witherspoon, la chica más popular del instituto, que solo piensa en salir
con chicos.
En Pleasantville ambos
son los hijos perfectos del matrimonio interpretado por Joan Allen como la perfecta ama
de casa, y William H. Macy como el perfecto cabeza de familia. Mientras tratan
de descubrir cómo volver a su mundo, los dos hermanos van a
causar un impacto que cambiará Pleasantville para siempre.
Lo primero será hacer
que los jóvenes de la ciudad descubran… el sexo, lo único que parece importarle
a Jennifer. La primera consecuencia será que el equipo de baloncesto local, que
siempre gana, pierda todos los partidos. La siguiente, que el lago de la
población se convierta en el lugar de encuentro para todas las parejas.
Pero de lo que
realmente trata el film es de la importancia de las emociones. En
Pleasantville, como en la sociedad utópica de ‘El dador’ y tantas otras, todo
es perfecto pero no hay emociones de verdad. El sexo hará que muchos descubran
que pueden sentir otras cosas, pero en otros casos serán otras emociones las
que les harán cambiar. Ese es el caso de Jennifer, que casualmente descubrirá un
libro que le apasionará y descubrirá lo vacía y superficial que era antes,
empezando a interesarse por los estudios.
Al final, estallará el
conflicto entre quienes solo se sienten vivos cuando rompen la rutina y
quienes, en cambio, no saben vivir si no siguen una rutina fija.
Uno de los mejores
hallazgos de la cinta es que el mundo de Pleasantville es en blanco y negro,
pero cuando alguien descubre una emoción verdadera, entonces aparece en color.
Esto sirve para que Ross utilice los efectos especiales de una manera
bellísima, y que alcanza grandes momentos poéticos, como la escena en la que
una de las protagonistas, que se maquillaba con blanco y negro para que los
demás no supiesen que había cambiado, se desmaquilla, emergiendo el color poco
a poco en su rostro.
Uno de los personajes
que ejemplifica mejor los cambios es el dueño del típico bar norteamericano,
que al ver por primera vez colores descubre que quiere ser pintor y no deja de
experimentar con sus creaciones. También destaca la
aparición de un impresionante arco iris después de la primera tormenta en toda
la historia de Pleasantville, o la paulatina transformación del lago en el que
los jóvenes ‘expresan sus sentimientos’.
Hablando del lago, una
de las mejores frases del film es la que pronuncia uno de los representantes de
quienes no quieren que nada cambie: “Una cosa es que los chicos vayan de vez en cuando al
lago, y otra que entren en la biblioteca, ¿qué será lo siguiente?”.
Porque los jóvenes no
solo descubren el sexo, sino que las cosas pueden ser de otra manera. Empiezan a cuestionarlo todo e incluso se preguntan qué hay fuera de Pleasantville. Es
entonces cuando empieza la censura, la quema de libros, la prohibición de
escuchar determinada música y el rechazo a los que son ‘de color’, en una clara
alegoría del racismo.
Con delicisosos toques
de comedia, un guión medido, una dirección sobresaliente e interpretaciones muy logradas, ‘Pleasantville’ se convirtió en un curioso producto de
Hollywood, y una de las películas más interesantes de los últimos tiempos. Que
su director solo haya rodado dos cintas más en los 15 años siguientes deja
bien claro lo mal que va la industria cinematográfica norteamericana.
PD: Ross cuidó hasta el
último detalle en este film, incluyendo el lenguaje. Así, la protagonista pasa
de un vocabulario plagado de palabras como ‘guai’, a oír nada más llegar a
Pleasantville que ‘estás hecha un primor’.
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