No todos los días se
tiene la suerte de que la reina de la música celta, Loreena McKennitt, actúe en
Castellón, así que no podía dejar pasar la ocasión. La cita, el pasado jueves
26 en el Auditori de la capital de La Plana, y desde luego la artista superó
todas las expectativas y dejó embelesado a su público, que ya acudió rendido de
antemano. Y es que, como Adele, aunque con un estilo musical radicalmente distinto, la cantante canadiense es otra de esas artistas que te recuerdan lo que es bueno, pero bueno de verdad, calidad sin peros... simplemente, belleza en estado puro.
El concierto, que
cerraba la gira ‘Huellas celtas’ tras pasar por San Sebastián, arrancó sin
Loreena, solo con sus músicos sobre el escenario, en un preludio musical que
anunciaba lo que vendría después. Siete músicos, además de la propia cantante,
y un sinfín de instrumentos: bajo, guitarra clásica, guitarra española, batería
y otros instrumentos de percusión, flautas, violín, violonchelo, bouzouki,
arpa, piano, contrabajo… Todo ello para generar un sinfín de matices sonoros que
escapan a los grupos habituales de guitarra, batería y teclados.
Mención muy especial
para el violinista, Hugh Marsh, y la chelista, Caroline Lavelle, que casi
arrancaron tantos aplausos como la propia Loreena, cuyo chorro de voz hechizó
sin remedio a la audiencia en cuanto entonó las primeras estrofas, envolviendo el escenario en la magia única de los temas celtas.
‘Bonny Portmore’ fue la primera canción que recreó, y casi de inmediato el primer momento álgido, la extensa
‘The Higwayman’, a la que tal vez le sobró instrumentación. Hubiera lucido mucho
más pura solo con la voz de Loreena, tal como ocurrió más tarde con ‘The lady
of Shalott’, apenas acompañada por chelo y violín.
Los temas
instrumentales se alternaron con las canciones, y los momentos intimistas con
los más enérgicos, en este caso casi siempre con Loreena tocando el acordeón.
No faltaron ‘The Bonny Swans’, ‘All Souls Night’, ni el recuerdo a Yeats. El espectacular ‘The
Old Ways’ cerró el concierto para dar paso a dos tandas de bieses. La primera
con un par de temas más, el segundo de ellos solo con Loreena iluminada,
entonando una dulce despedida… hasta la próxima. Y la segunda con todos los
músicos dando lo mejor en el último instrumental.
Todo ello envuelto en
una bella escenografía, simple pero de lo más efectiva, capaz de transformar el
escenario en la sala de una catedral medieval o uno de los salones de la
Alhambra, con unos mínimos efectos de luces, logrando que el espectador
sintiera que había viajado en el tiempo, además de iluminar solo a aquellos
músicos que intervenían en cada momento.
Desde luego, una noche
para recordar. Ojalá no haya que esperar mucho para volver a disfrutar de la
gran dama de la música celta. Y un ruego: que la canadiense nos regale pronto
con material nuevo, se echa de menos.
El detalle: La complicidad entre estrella y público se estableció desde el primer momento, y alcanzó uno de sus momentos culminantes cuando la artista se dirigió a los espectadores para levantar momentáneamente la prohibición de sacar fotos mientras cantaba ‘Santiago’, dado que al no tener letra los flashes no la distraían. En su perfecto inglés, Loreena se preguntó, dejando escapar unas tímidas risas, si la habrían entendido, y los flashes le dieron la respuesta mientras volvía a entregarse a una música por la que no pasan los siglos.
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