Muy por debajo de El discurso del rey, su predecesora como ganadora del
Oscar a la Mejor Película, The Artist comparte con esta el gusto por el
clasicismo, por el cine de antes, la sobriedad y una factura impecable. Pero
estamos de nuevo ante una película más que sobrevalorada, cuyo éxito y premios
obedecen a una calculada promoción (no hablemos de Lo imposible, sin entrar a
valorar su calidad) y a que, y ahí sí que el film logra lo que se propone, The
Artist explota la nostalgia al recordarnos la época más glamourosa de
Hollywood.
Para empezar, el argumento del film de Michel Hazanavicius, tan eficaz
como poco original, lo hemos visto unas cuantas veces, sobre todo en las varias
versiones de Ha nacido una estrella: un romance entre un famoso actor y una
actriz debutante, mientras la estrella de él decae y la de ella se agiganta.
Aquí, además, con la evolución del cine mudo al sonoro y el telón de fondo del
crack del 29.
Y poco más. Alrededor de los personajes principales los escasos secundarios
apenas están definidos, meros arquetipos con los que hacen lo que pueden
Penelope Ann Miller como la esposa que ya no ama a su marido actor, JohnGoodman como el productor, Malcolm McDowell… como un personaje que por lo visto
se quedó en la sala de montaje, y James Cromwell que es, de lejos, quien ofrece
la mejor interpretación como el fiel chófer del protagonista.
Todo lo que ocurre es demasiado plano, demasiado predecible. Bonito, sí,
dirigido con clase y elegancia, sí, pero no nos engañemos: que The Artist
recuerde el blanco y negro de Casablanca no significa que sea Casablanca. Es
solo una película del montón, que incluso recurre a un perro para los momentos
más cómicos como si fuera una comedia gamberra de las que tanto abundan en la
actualidad.
Por poner un ejemplo, Medianoche en París, de Woody Allen, una de las
rivales de The Artist por el Oscar, era infinitamente mejor, y por supuesto que
tenía un guión más interesante, por el que fue premiada. Tan poco se merecía el
Oscar a la Mejor Película como el del Mejor Actor, donde el francés Jean Dujardin sonríe
mucho, pone cara de galán caradura y luego gesto triste, poco más. Mucho más
inspirada resulta la argentina Bérénice Bejo, que hubiera tenido un gran futuro en el cine
mudo.
Por lo demás, una pequeña reflexión. Cantando bajo la lluvia abordaba el
mismo periodo, la transición del cine mudo al sonoro en una película hablada.
La apuesta de The Artist es la contraria, una película muda, lo que supone un
desafío mayor. Tal vez hubiera resultado más interesante que el film pasara de
mudo a hablado para reflejar ese cambio, algo a lo que solo se atreve en el
final y en un sueño del protagonista. Eso sí hubiera sido original.
Y es que The Artist se ve con el mismo disfrute (o aburrimiento, según se
mire, aunque no es mi caso) con el que se olvida a toda velocidad. Por resumir:
yo busco que una película sea buena, me da igual si es muda, sonora, en blanco
y negro o en 3D. Y The Artist es una buena película, pero no una gran película,
desde luego. Otra cosa es que supieran promocionarla muy bien y crear la
necesidad de verla, sobre todo entre gente que nunca ha visto una película
muda. Pero si has visto El maquinista de la General o Tiempos Modernos…, bien,
The Artist queda muy lejos.
PD: The Artist es otro ejemplo de esa tendencia a la que se apunta Lo imposible: la primera es una cinta francesa y la segunda española, pero parece que solo se pueda lograr el éxito internacional contando con un reparto made in Hollywood (lo que no es cierto). Y no hablemos de que parte de la banda sonora de The Artist (también galardonada con un Oscar) es la que
compuso Bernard Herrmann para Vértigo, de Alfred Hitchcock.
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