Black
Mirror es otra de esas series británicas que han roto moldes,
imponiendo además un nuevo género, el dramedia, al mezclar drama y comedia de
una manera única, aunque en este caso creo que solo podría entenderse como tal
el primer episodio de lo que en realidad es una miniserie de tres capítulos de argumento independiente, unidos por la reflexión sobre la
televisión como espejo oscuro del ser humano.
El
primero de ellos, El himno nacional, es el que ha logrado mayor fama gracias a su
original punto de partida: unos terroristas raptan a la princesa de la familia
real británica y exigen a cambio de su vida que el primer ministro tenga sexo
con un cerdo y que todo sea emitido en directo por televisión. A
partir, de ahí, tenemos lo más parecido a un capítulo de 24, con la policía tratando de rescatar a la princesa antes de que
se cumpla el plazo dado por el secuestrador, mientras el primer ministro ve
cada vez más cerca el momento de cumplir con lo exigido.
Lo
mejor del episodio es cómo muestra la influencia que tienen las redes sociales en lo que
ocurre. Así, vemos cómo los medios de comunicación masivos, las televisiones en
concreto, se pliegan a las órdenes del Gobierno de no divulgar nada sobre el
secuestro, cuando todo el mundo sabe lo que ocurre gracias a Youtube,
Facebook y Twitter. Solo cuando las televisiones norteamericanas lo divulgan
pasan a hacerlo las inglesas, que aún así no aclaran qué es lo que pide el
secuestrador… cuanto todos lo saben gracias a internet.
Del
mismo modo, las encuestas van mostrando cómo la opinión pública pasa de estar
en contra de que el primer ministro claudique a mayoritariamente a favor de que
cumpla con lo exigido, a partir del momento en el que se descubre un plan para
engañar al secuestrador por medio de un actor porno.
El
capítulo es impecable en su planteamiento y desarrollo, acercándonos cada
minuto al final anunciado desde el principio, con ese Londres desierto porque todo
el mundo está ante el televisor pese a que el Gobierno ha prohibido mirar la tv
o grabar la escena. A pesar de ello, para mí no deja de ser el episodio más flojo de la serie.
Mucho
más interesante me resulta el segundo, Toda tu vida, que al igual que el
siguiente tienen un mayor componente de ciencia ficción. En este caso, con una
idea digna del mismísimo Philip K. Dick: una especie de microchip implantado en
el cuello permite a las personas grabar todo lo que registran los ojos. Así que
ríase usted de la revolución de las cámaras digitales y olvídese del alzheimer.
Un
pequeño dispositivo permite rebobinar esta memoria artificial atrás y adelante,
de manera que la gente ya no ve la televisión ni el cine, sino que el nuevo
pasatiempo es proyectar en una pantalla las imágenes del viaje de hace tres
años o las relaciones sexuales mantenidas con una ex novia. Esto
abre una infinidad de posibilidades, como la obligatoriedad de revisar los
últimos días vividos, como medida de seguridad antes de poder subir a un avión
A
partir de ahí, el argumento se centra en un abogado al que tras una cena se le
mete en la cabeza que su mujer está liada con un antiguo amigo, y no parará
hasta saber la verdad. Para ello utiliza una y otra vez todas las posibilidades
de la memoria visual, que permite ver las imágenes a cámara lenta, leer los
labios, etc. Toda tu vida se convierte así en un apasionante relato de intriga
con final desolador.
Por
último, el tercer episodio, 15 millones de méritos, resulta el menos original,
puesto que ofrece otra reflexión sobre los programas tipo Gran Hermano u
Operación Triunfo, ya vista anteriormente en Los juegos del hambre y otras
películas o libros. En este caso nos encontramos con una sociedad alienada, en
la que las clases inferiores pasan el día pedaleando en una bicicleta para
producir energía y viven en unos pequeños cubículos cuyas paredes no dejan de
proyectar programas de televisión de lo más banal, que fomentan la denigración
del ser humano. Valga como ejemplo que cuando la televisión ofrece ver porno (lo que hace continuamente) hay que pagar ¡para negarse a verlo!
La única manera de escapar a ese destino es
participando en Hot Shots, el concurso de talentos, para lo cual hacen falta 15
millones, de ahí el título. El protagonista, Bing, cede dicha cantidad a Abi (interpretada por Jessica Brown-Findlay, la Sybil de Downton Abbey), una
compañera a la que acaba de conocer mientras pedalea, y a la que ha escuchado
cantando de manera maravillosa, para que pueda alcanzar su sueño de convertirse
en cantante... pero el paso de la joven por Hot Shots acabará convirtiéndose en
una pesadilla de la manera más imprevisible, provocando que Bing trate de
rebelarse contra el sistema por haber aniquilado lo único que le había parecido
real y puro en esa sociedad que solo responde a los estímulos más básicos.
El
capítulo, entre otros aspectos, se caracteriza por los escasos diálogos, consecuencia de una sociedad narcotizada en la que los seres humanos apenas se
comunican entre sí y solo se dedican a ejecutar un trabajo repetitivo y consumir
televisión.
El creador de la serie, Charlie Brooker, ha mostrado un ojo clínico a la hora de poner sobre la mesa toda una serie de reflexiones poco agradables sobre cómo nos afectan los medios audiovisuales, y hacerlo además de una manera muy atractiva, como si de una versión actualizada de la mítica Dimensión Desconocida se tratara. Otra historia es si Cuatro ha acertado con su manera de programar la serie: toda de golpe en una sola noche, sin apenas dar tiempo para que uno paladee cada capítulo y pueda analizarlo en profundidad.
El
detalle cinéfilo: El último episodio cuenta con la intervención estelar de Rupert Everett como uno de los miembros del jurado de Hot Shots, con mucha, pero mucha
mala baba. Se sale.
Spoilers
A
destacar, dos escenas tremendas. La primera, el brutal epílogo del segundo
capítulo, en el que el protagonista hace lo único que le queda tras destrozar
su matrimonio y perder a su mujer e hijo: arrancarse por su cuenta el dichoso
microchip, para evitar visionar una y otra vez cada momento de felicidad que
vivió con ellos, como ese breve y maravilloso instante a cámara lenta en el que su mujer le sonríe
mientras hace algo tan cotidiano como subir una escalera.
Y
dos, el paso de Aby por Hot Shots, sin duda la secuencia cumbre del tercer
capítulo, donde después de escucharla cantar con voz angelical, el jurado le suelta
que hay demasiadas cantantes y que ella solo tiene futuro… como actriz porno. Encima,
para que acepte su oferta de trabajar para un canal x, la presionan diciéndole
que quien se cree que es para rechazar una propuesta como esa, por la que
cualquier mujer daría lo que fuera, y sugieren que a lo mejor no es capaz de
hacer otra cosa que pedalear. Y eso mientras el público del plató no deja de
animarla a aceptar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario