Eso,
sin más, es Frost/Nixon, adaptación de una obra teatral que, si no me equivoco,
debe de ser de lo mejorcito de su director, Ron Howard, que desde luego no es
santo de mi devoción, pero aquí incluso logra superar de manera brillante el
reto de que el film no quede en exceso teatral, un problema habitual en este
tipo de cintas. Y eso que dirigió esta cinta entre sus horrorosas adaptaciones de los despropósitos, digo novelas, de Dan Brown, El código Da Vinci y Ángeles y demonios, a cual más lamentable.
La
película es una suerte de making of de las entrevistas televisadas que el
presentador inglés David Frost le realizó al presidente norteamericano no mucho tiempo
después de su forzada dimisión a causa del famoso Watergate. Recordemos, el
único presidente norteamericano que dimitió, y que en su momento lo hizo insistiendo
en su inocencia, por lo que las entrevistas se convirtieron en una especie de
juicio paralelo. Nixon buscaba rehabilitar su imagen para volver a la carrera
por la presidencia, mientras otros esperaban que admitiese su culpabilidad en
el escándalo de espionaje.
Curiosamente,
el entrevistador no era ningún experto en periodismo político, sino más bien un
showman a lo Buenafuente que solo buscaba unos buenos índices de audiencia…y un
prestigio que también se le resistía.
Así
que las entrevistas acaban convirtiéndose en un duelo en toda regla entre dos
hombres que se juegan todo su futuro a una carta. De hecho, Frost incluso acaba
endeudándose para sacar adelante el proyecto, ante la falta de interés por
parte de las cadenas.
El
film sigue minuciosamente la preparación de las entrevistas por parte de Frost y
su equipo, y también de Nixon y los suyos, y luego las entrevistas como si
fuera combates de boxeo. En ellas Nixon empieza noqueando una y otra vez a su
oponente, mostando todas sus dotes como político, hasta que Frost consigue
arrinconarle y hacerle confesar.
En
el más puro estilo de Algunos hombres buenos, donde el personaje de Nicholson
estalla ‘claro que ordené el código rojo, faltaría más, y lo volvería a hacer’ después del acoso del
abogado encarnado por Cruise, Nixon acabó admitiendo con todo el morro que ‘hay cosas que cuando
las hace el presidente dejan de ser delito’ y ahí acabó su carrera política,
mientras Frost se convertía en leyenda, aunque nunca logró un éxito de la
magnitud de estas entrevistas.
El
film, impecable en todos sus aspectos es, como decía, una lección de historia,
una lección de periodismo, sobre todo de la irrupción de la televisión, y una lección de cine. Faltan calificativos ante la
extraordinaria labor de Frank Langella, a quien se le escapó el Oscar, inmenso
como Nixon, tal vez quien mejor haya encarnado al presidente en la gran
pantalla, pero también está perfecto el resto del reparto, desde Michael Sheen
como Frost, a los secundarios Oliver Platt, Kevin Bacon, Sam Rockwell o Rebecca Hall,
hermosa como nunca.
Las
sentencias míticas se multiplican a lo largo del metraje y las escenas memorables se suceden hasta el
magistral epílogo que muestra el último encuentro entre los dos protagonistas,
ya con Nixon retirado de la vida social y de nuevo frente a frente con quien le
venció.
No
es una película de acción, pero el ritmo es endiablado y la sucesión de acontecimientos
te dejan sin aliento. Un gran ejemplo de cine inteligente y comprometido, y para nada aburrido, todo lo contrario.
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