Pues
sí, y ya puestos, el peor, de lejos, blockbuster de este verano, incluso
superando la infame Blancanieves de la Crepusculita, que al menos en el cine se
dejaba ver con cierta gracia. Scott, eso sí hay que reconocérselo, ha sabido
vendernos la burra y se la hemos comprado. Lo que ya está más complicado es que
se la volvamos a comprar, porque ya está confirmada la secuela, y queda muy
claro cuál será su argumento una vez visto el final de Prometheus. Porque aquí,
de lo que se trata, es de seguir exprimiendo el filón del bicharraco especial.
Para
ello durante un par de años, desde que se empezó a hablar del proyecto, han
sido constantes los rumores sobre esta película, con los que han ido
acrecentando el interés de los fans de la saga. Esa labor la han hecho de lujo,
y desde luego, quienes han estado involucrados en el film no se puede decir que
hayan sido modestos. El propio Scott llegó a afirmar que “los fans
incondicionales reconocerán ciertos elementos del ADN de Alien, pero las ideas
abordadas en este filme son absolutamente únicas, provocadoras y de muy largo
alcance”.
Uno
de los guionistas, John Spaihts, aseguró que “lo más difícil a la hora de escribir este relato
fue que no había ningún antecdente, había que inventar absolutamente todo”. Y
como remate, el otro guionista, Damon Lindelof (atentos, porque hablamos de una
de las mentes detrás de Perdidos) decía que “el original enfoque que Ridley da
a la película es audaz, visceral y, confiamos, lo último que alguien podría
esperar”.
Efectivamente,
en eso confiábamos, así que la decepción es mayúscula. Porque Prometheus es
serie B, de la mala, con un presupuesto y reparto de lujo, pero sin una sola
idea original que no hubiéramos visto ya en la primera, e infinitamente superior, Alien. Prometheus es un absoluto despropósito que te hace indignarte por
haber tenido que soltar 7 euros en taquilla (ya ni hablamos de si se os ha
ocurrido verla en 3D).
Scott
y sus guionistas han procurado un envoltorio sesudo a lo que no es más que un vulgar
intento por estirar el filón de Alien con lo que parece una historia que no
tiene nada que ver con el bicho. Algo que no hay quien se lo crea. Dado el
final (que no vamos a desvelar… todavía), podían haberlo titulado Alien Begins,
pero así no hubiera pasado por taquilla nadie ajeno a la saga, solo los fans de
toda la vida.
Asi
que nos inventamos una trama en la que unos arqueólogos muy bien financiados
viajan hasta lo que creen el planeta de los dioses-alienígenas que crearon al
ser humano. Tema de enjundia, pero que apenas se explora a fondo. Porque una
vez en el planeta la estructura de la película es de risa: visita a las ruinas
alienígenas-regreso a la nave-segunda visita a las ruinas-vuelta a la
nave-tercera visita a las ruinas. No, muchos escenarios no había, desde luego.
Por
supuesto aparecerá un bicho que se los comerá a todos, o casi, lo que me suena
de algo, aunque no se trate exactamente del bicho habitual. Casquería a
mansalva, y de la manera más cutre, mientras la historia se va convirtiendo a
velocidad de vértigo en un despropósito monumental, donde no se salva nadie.
Bueno,
sí, Noomi Rapace, la Ripley para los nuevos tiempos, capaz de
marcarse una césarea a lo vivo, al grito de “¡Sácamelo, sácamelo!”. Secuencia
tan impactante como risible, y no es la única, porque miedo no pasé, pero
descojonarme, me descojoné a gusto durante todo el metraje.
Y
lo siguiente no son spoilers, porque:
¿Nadie
se imaginaba que los dos que se quedan en las ruinas iban a palmarla? ¿A quién
se le ocurre decirle al bicho ‘Ven, bonita, ven’? ¿No habían visto las
anteriores películas de la saga?
¿Nadie
se imaginaba que el personaje de Charlize Theron, a la que por lo visto le
duraba el semblante avinagrado de la madrastra de Blancanieves, era la hija o
mujer del vejete que financia el viaje?
¿Nadie
se imaginaba que las famosas ruinas no eran sino una nave (vaya, como cierta
isla).
Desde
luego la mano de Lindelof se nota a base de bien, porque las incongruencias y
las preguntas sin respuesta son la tónica dominante en este film. Por cierto, a
Lindelof no lo esperéis en la secuela, que parece que está ‘muy ocupado’…
Algunos ejemplos: si nuestro querido alien no aparece hasta el desenlace (uy,
se me ha escapado, pero en el fondo da igual), ¿cómo es que en la nave hay una
estatua suya? ¿Qué son las lombrices? ¿Por qué el bicho solo emite latidos una
vez cada hora? ¿Qué leches pasó en la nave? ¿Por qué hay más naves? ¿Cómo
reaparece el primero que la palma? Y así hasta el infinito. Claro, que para eso
estará la secuela, o un par de ellas puestos a seguir exprimiendo, hasta el
infinito.
Por
lo demás, además de a los humanos buscando a sus padres, tenemos también a un
robot buscando, más bien joder, a sus padres los humanos, y a una hija buscando
el respeto de su padre. Esta última línea argumental tan solo se apunta, con lo que
podía haber dado de sí, y en cuanto al robot, pues bueno, como aprendimos en
2001, y por ahí siguió el Alien original, si en las novelas victorianas el
asesino es el mayordomo, en las pelis de terror galáctico el malo siempre es el
robot, aunque se peine a lo Lawrence de Arabia. Lo que no quita para que
Michael Fassbender sea lo único que se salva, medianamente, de la quema, junto
a la Rapace.
Repito,
ideas originales, ni una. Refrito y más refrito de la saga alien, en un ‘quiero
y no quiero’ hacer una precuela, revistiéndola de ínfulas pseudointelectuales.
Un insulto a los fans de la saga, la más floja de toda la serie,
carente de la aventura, humor y terror de Alien: Resurrección, por ejemplo, que
sí tenía además un gran momento dramático: aquel en el que Ripley se encontraba
cara a cara con los horrores creados por los científicos en su intento por
resucitarla y traer de vuelta al bicho.
No
hay nada en Prometheus que no se hubiese visto ya en la saga, desde el space
jockey a los ‘huertos’ de aliens, aunque les hayan cambiado un poco la forma.
El talento de Scott apenas se muestra en los apabullantes planos iniciales, de
una belleza sobrecogedora, antes de que la película caiga en un cúmulo de
lugares habituales y un aburrimiento sin límites.
El
detalle: Lo del capitán negro (¿alguien esperaba que sobreviviera?) de la nave
dispuesto a sacrificarlo todo para salvar a su mundo ya lo habíamos visto en
Horizonte final. Allí era Laurence Fishburne, tan macho como siempre, y aquello
sí era un gran film de casa encantada, solo que la casa era una
nave.
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