¿Es
El legado de Bourne la mejor película de la saga? Posiblemente. ¿Es, al mismo
tiempo, la más aburrida y previsible? Pues también. El reinicio de la serie a
cargo de Tony Gilroy al guión y la dirección, y con Jeremy Renner como protagonista es
la cinta más redonda hasta la fecha, aunque adolece de una falta de
originalidad total. Si no has visto ninguna de las tres entregas protagonizadas
por Matt Damon, te encantará, pero si eres un fiel seguidor de la serie no
verás nada que no hayas visto antes: otra vez Bourne, digo Aaron Cross,
corriendo por las azoteas, otra persecución de motos (impresionante, eso sí)…
más de lo mismo.
A Gilroy
hay que reconocerle que ha sabido enlazar la nueva entrega con las anteriores
con una gran habilidad, para lo cual contaba con la ventaja de haberlas escrito
todas, tomando las novelas de Robert Ludlum como mero punto de partida para
construir una nueva mitología. Toda la parte inicial de El legado de Bourne
discurre de manera paralela a lo acontecido en El ultimátum de Bourne, su
predecesora, lo que le da mucha coherencia y le hace ganar puntos para los fans
de la saga. En cambio, quien vea por primera vez un film de la serie andará un
tanto perdido. Podrá seguir el argumento sin problemas, pero no captará al cien
por cien todo lo que estará viendo.
A
diferencia de El ultimátum de Bourne, que era acción en estado puro (ya que el
argumento arrancaba en la cinta anterior, El mito de Bourne), aquí Gilroy tiene
que contar una historia desde el principio y presentar nuevos personajes, por
lo que esta entrega tiene mucho más guión que la anterior y la acción se ve
reducida, aunque la recta final es de infarto. Eso sí, el sucesor de Bourne no
tiene ninguna pelea cuerpo a cuerpo al nivel de las últimas, de extrema
violencia.
El
film arranca alternando un ‘entrenamiento’ de Cross en plena naturaleza
salvaje, presentándolo como una máquina imparable, con una revisión de lo
ocurrido en El ultimátum de Bourne. Dichos acontecimientos llevan al personaje
encarnado por Edward Norton, otro jefazo del Gobierno USA, a desmantelar un
programa similar al que dio luz a Bourne para evitar que la prensa lo descubra… lo que supone cargarse a todos los
implicados. Pero Cross y la doctora encarnada por Rachel Weisz se las ingenian
para emprender la huida. Se repite, por tanto, el esquema de El caso Bourne,
aunque aquí sin la dosis de misterio que había en aquella dada la amnesia del
protagonista. El
elemento novedoso en este caso es que los asesinos entrenados por el Gobierno
toman unas drogas para potenciar sus habilidades físicas y mentales, y a Cross
se le están acabando, por lo que necesita hallar un suministro.
Renner
cumple en su cometido, aportando intensidad a un personaje apenas construido,
mientras que Rachel Weisz es lo mejor de la función, con el clásico personaje
que se ve arrastrado por los acontecimientos… aunque no está totalmente libre
de culpa. En cuanto a Norton, también cumple, hablamos de primeros espadas,
pero a diferencia de David Strathairn, que en el film anterior tenía como
oponentes a Joan Allen y a Matt Damon, aquí Norton… no tiene a nadie, ya que
durante la mayor parte del tiempo creen muerto a Cross.
Por
lo demás, es engañar al público poner en el cartel los nombres de Joan Allen y
Albert Finney, que no salen ni medio minuto, y el segundo en unas imágenes televisivas. Ya
puestos, podrían haber puesto a Strathairn, que debe rondar el minuto en
pantalla con un par de intervenciones. En cambio, ni se menciona a Stacy Keach,
que comparte la mayor parte de escenas de Norton con gran eficacia.
En
cuanto al futuro de la saga, baste decir (y esto es spoiler para quienes hayan
visto El caso Bourne) que El legado de Bourne acaba igual que la primera
entrega de Damon. Ya digo, originalidad, poca.
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