Dejemos claro para empezar que ni soy de los que abominan de lo último de Almodóvar ni me parece una obra maestra. Como me suele pasar, me quedo en un término medio, pero también vaya por delante que estamos ante una de las peores películas del manchego, sin que ello suponga que es un despropósito.
Sencillamente, lo que le ha ocurrido al director de ‘Todo sobre mi madre’ es que se ha pasado de minimalista. Como ya ocurría en alguno de sus filmes anteriores (estoy pensando en ‘Hable con ella’), Almodóvar parte de una idea extrema, y en este caso llena de posibilidades. Su error es haber convertido ‘La piel que habito’ (magnífico título, por otra parte), en un ejercicio de contención, en el que no solo ha reducido la puesta en escena, sino también personajes y argumento, a la mínima expresión, quedándose muy lejos de lo que podía haber dado de sí la historia.
Esta es una de las escasas ocasiones en las que Almodóvar no ha partido de un guión propio, sino de una novela que llevaba años queriendo adaptar, y eso puede explicar en parte lo ocurrido. Estamos, también, ante el film menos almodovariano de su carrera, en el que su estilo narrativo y visual apenas se reconoce, con una frialdad que se adueña de cada plano y que posiblemente contribuye a alejar al espectador de lo que se está contando.
Tampoco beneficia al resultado final la interpretación de Banderas, demasiado contenido y frío, y no hablemos de la actuación de Roberto Álamo, que siempre me ha parecido buen actor, pero aquí está, sencillamente, horrible (por no hablar de que el origen brasileño de los personajes centrales no parece tener sentido alguno ni aportar nada a la historia). Se salvan Elena Anaya, que acaba siendo lo único bueno de la película, la única que parece haber entendido su papel, y Marisa Paredes, que podría haber dado más de sí con más minutos en pantalla. Es lo que le ocurre al plantel de secundarios, desde Eduard Fernández a Bárbara Lennie, pasando por José Luis Gómez, encarnando a personajes que apenas son apuntes de posibles líneas argumentales.
En definitiva, Almodóvar no ha sabido para dónde tirar y ha quedado muy lejos de sus propósitos, aunque tampoco entiendo que el público se ría en determinados momentos. Tal vez eso evidencia que el director no ha sabido contar la historia como quería y transmitirla al espectador, pero también me parece que hay quien pone demasiado poco de su parte.
Y ahora pasamos a la crítica con SPOILER, porque aquí hay uno, y gordo.
Y es que, de lo que trata ‘La piel que habito’, es de la venganza de un hombre, un cirujano genial, que convierte al violador de su hija en una mujer y prueba en ella una piel artificial de su invención, con la que hubiera podido salvar la vida de su mujer, quemada en un accidente de coche…
…solo que le pone la cara de su mujer y acaba enamorándose de ella. Todo este proceso se prolonga durante seis años y se narra mediante un largo flashback que es la parte central de la película y la mejor, cambiando el sentido de todo lo visto hasta ese momento. Queda para el desenlace descubrir los sentimientos de Vicente-Vera: si también se ha enamorado de su captor y acepta que ahora es una mujer, o como al principio, solo busca huir.
La idea podía haber dado mucho de sí, pero Almodóvar se centra demasiado en ese proceso de transformación. Tras un arranque que nos sitúa, y en el que solo sabemos que una joven es utilizada como conejillo de indias por el cirujano, viene la parte de Roberto Álamo, que agota la paciencia del más benévolo, y luego llega la revelación. Insisto, el director dedica demasiados minutos a los pormenores de la transformación física y no profundiza lo necesario en la psique de los dos personajes centrales.
Hay momentos en los que sí logra su propósito, como la magnífica escena en la que, una vez completada la transformación, y tras recibir el nombre de Vera, Vicente se niega a aceptar que ya es una mujer y destroza los vestidos que le ofrece el cirujano hasta convertirlos en cientos de retales que luego hace desaparecer con una aspiradora, como borrando por completo el hecho de que ahora su cuerpo, la piel que habita, es la de una mujer. O cuando Vera descubre en el yoga un método para olvidar la realidad y alcanzar su yo más íntimo, el hombre que era. O ese diario que escribe en la pared.
Pero, a diferencia de lo que ocurría en ‘Hable con ella’ y en el resto de la filmografía de Almodóvar, aquí apenas hay dos personajes mal explicados y apenas hay historias, apenas pasa nada. A la cinta, excesivamente teatral a ratos, le sobra media hora como mínimo, y aún así se queda en un mero ejercicio de estilo, en el que ha fallado, ante todo, el guión.
PD: No quiero ni imaginar qué hubiera pasado si en lugar de la Anaya hubiera estado Penélope Cruz, a la que solo el embarazo le impidió asumir el papel de Vera…
PD2: Y sin que tenga nada que ver, nos ha dejado Jordi Dauder, soberbio actor, del que podemos decir, sin que la comparación sea en absoluto descabellada, que era el Fernán Gómez catalán. Decir que su trayectoria ha sido extensa es quedarse muy corto, aunque en mi caso le descubrí, y para mí siempre será ese personaje, como el patriarca Mateu en la mítica ‘Nissaga de poder’, el mejor culebrón de TV3. En los últimos años le habían llovido todos los reconocimientos posibles, incluido el Goya al Mejor Actor Secundario por ‘Camino’. Hasta siempre, Mateu.
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