domingo, 4 de septiembre de 2011

'Plaza de España', un monumento al absurdo


Vamos todos, roguemos una oración por ‘Plaza de España’. Al parecer TVE se está pensando muy mucho lo de renovar la serie tras la primera docena de episodios, emitidos este verano de dos en dos (inicialmente iban a ser 26 capítulos pero se paró el rodaje al llegar a la docena). Una lástima, porque la verdad es que me he reído como no lo hacía desde hace tiempo. Pero se ve que a la gente no le gusta que se tomen la Guerra Civil a broma o el sentido del humor de la serie no ha acabado de conectar con el público.

Obviamente ‘Plaza de España’ no va de la Guerra Civil, simplemente es el escenario que utiliza, ese pueblo, Peñaseca, donde tras la desaparición del alcalde y el marqués, y ante la llegada del ejército nacional, alguien tiene que asumir el papel del alcalde, del marqués, e incluso de falangista y de rojo. Una manera de quitar hierro al asunto, y de empezar a mostrar por dónde van los tiros.

Y es que aunque se hablaba mucho de la influencia de Berlanga y Azcona, que la hay, no estamos ante una serie costumbrista (para eso ya está ‘L’Alqueria Blanca’), sino más bien surrealista, y cuyas mayores influencias igual habría que buscarlas en ‘Muchachada nui’ (al fin y al cabo comparten productora, Hill Valley), ‘Los Simpson’ y el cartoon. Porque, bien mirado, solo falta que algunas de las discusiones entre los personajes acaben con escenas a lo ‘Tom y Jerry’ o con las trampas del Coyote y el Correcaminos.

Nos encontramos ante una serie cuya trama no avanza, sino que en cada episodio se nos ofrece una situación como mera excusa para crear gags. Así, unos capítulos han estado más inspirados que otros, de modo que cuando no han dado en el clavo la serie ha perdido interés a toda velocidad, pero cuando han acertado han ofrecido momentos desternillantes. Uno de los más logrados, y buena muestra del tono de la serie, es cuando la casa del marqués se convierte en hospital para varios soldados heridos, que empiezan a caer como moscas. La moza del pueblo acaba casándose y enviudando seis veces para dar la última alegría a los moribundos, y al final solo quiere que se muera el séptimo, que a su vez la persigue sin descanso para consumar. Estrambótico, pero visto en pantalla es para morirse.

La gran baza de ‘Plaza de España’, por supuesto, han sido los actores, entre los cuales tenemos ganadores y perdedores. Entre los primeros están las dos ‘fuerzas del orden’, Enrique Villén como el coronel irascible y siempre cabreado, y Javivi, que nunca me ha hecho gracia pero aquí convierte al vecino que se hace pasar por marqués en el mejor personaje. También destaca, y de qué manera, Goizalde Núñez como Antonia, el mejor personaje femenino, irrepetible y surrealista a más no poder, y Alfonso Lara, uno de los actores de ‘Cuestión de sexo’, en su papel de Pacorro, ese vecino que pasa de todo.

Por el contrario, por primera vez me ha decepcionado Gorka Otxoa (otro de ‘Cuestión de sexo’), aquí desaprovechado como actor o bien no ha sabido tomarle el punto a ese soldado nacional que se ve descolocado por la manera de ser de la gente de su pueblo y sobre todo de su abuela, interpretada por Carmen Esteban, uno de los hallazgos de ‘Plaza de España’. Tampoco ha brillado como debiera el siempre fantástico Miguel Rellán, como el cura del pueblo, seguramente porque ha aparecido con cuentagotas, aunque se salió en el citado episodio del hospital, en el que se volvía adicto a administrar los sacramentos.

Y también hemos tenido algún invitado ilustre, como Carlos Areces, precisamente de ‘Muchachada nui’, interpretando a un soldado traumatizado porque en la contienda perdió… el pelo.

Cierto que no conviene estirar demasiado una serie de viñetas como ésta, cercana al espíritu de ’13 rue del Percebe’, pero preferiría que durase un poco más. Igual habrá que resignarse a decir adiós a unos personajes estrafalarios, pero entrañables, que solo quieren vivir la vida a su manera y que la guerra les moleste lo menos posible. ¿A que no cuesta tanto identificarse con ellos? (Aunque están como una auténtica cabra…).


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