domingo, 4 de noviembre de 2012

Una ocasión perdida para cerrar el Seattle Grace



Al igual que ocurriera, por ejemplo, con la séptima temporada de 24, Anatomía de Grey ha perdido una gran oportunidad para cerrar la serie en su octava entrega, tras haber explotado personajes y situaciones más allá de lo conveniente. Ocho temporadas en las que se han narrado los cinco años de aprendizaje en el hospital Seattle Grace de los protagonistas. Un periodo que culmina en esta temporada con los exámenes finales que han de pasar los futuros cirujanos (capítulo 22) y con la marcha de todos ellos a distintos hospitales de Estados Unidos. Era, pues, la ocasión perfecta para despedir una serie que marcó época en sus primeras temporadas, con su explosiva combinación de cirugía y sexo. Pero habrá temporada 9, lo cual, a estas alturas, parece bastante innecesario.

En las últimas temporadas, como ocurriera con el otro gran drama médico de los últimos tiempos, Urgencias, Anatomía de Grey ha ido perdiendo chispa. Han desaparecido personajes claves como George o Izzie, a los que no han hecho olvidar ni de lejos sus sustitutos, Avery y Kepner; hay personajes que ya se han emparejado con todo el mundo, y la relación entre Meredith y Shepherd parece más que explotada. Peor aún, la serie ha multiplicado en los últimos tiempos los toques de comedia, que no le hacen ningún bien. Así ha quedado patente en esta octava entrega, que solo ha recordado a los mejores momentos de temporadas precedentes cuando se ha puesto dramática 100%. Ahí es donde siempre ha dado lo mejor de sí.

La temporada arranca con las consecuencias de lo ocurrido en el desenlace de la anterior, lo que entre otras cosas llevará a que tengamos nuevo jefe de cirugía, con el jefe Webber pasando a un discreto plano, en el que alternará momentos brillantes con otros demasiado surrealistas. Lo mejor: la trama del alzheimer de su esposa, que tras ponerse en marcha en la temporada anterior será explotada a conciencia en estos capítulos, mostrando la enfermedad en toda su crudeza.

Por supuesto Meredith también tendrá que afrontar lo ocurrido, lo que supondrá un nuevo cambio en su relación con Derek, aunque la clave de la primera mitad de la temporada será la problemática adopción de Shola. Y si Meredith quiere tener descendencia, Cristina no quiere ni oír hablar, así que su decisión de abortar chocará con los deseos de Hunt, en una relación que se convertirá en un infierno… aunque acabará por cansar bastante.



Una clara muestra del bajón de la serie es el elevado número de personajes con los que los guionistas ya no parecen saber qué hacer y que pierden protagonismo a marchas forzadas. Para empezar, la pareja formada por Callie y Arizona, que prácticamente le robó el protagonismo a los personajes principales en la temporada anterior, y que aquí va a pintar bastante poco. En cuanto al tercer vértice de dicho triángulo, Mark Sloan, es uno de los más perjudicados por el creciente tono cómico de la serie en sus escenas con Avery, al que toma como discípulo en otra relación de tintes ridículos.

Y hablando de triángulos, tenemos el de Sloan, Avery y Lexi, sin demasiado interés, y con esta última casi ausente de la primera parte de la temporada, pasando por sus peores momentos como personaje, mientras Carew sigue en su línea, alternando su fachada dura con momentos tiernos (atención a la trama del parto prematuro, de lo mejorcito de la temporada), e incluso Miranda se pierde en triángulos amorosos.

Pero para personaje echado a perder el de April Kepner, que pasa de un buen inicio, en el que se aprovecha su nueva condición de jefa de residentes, a convertirse en poco más que un chiste, hasta los capítulos finales, donde se apuntan por donde van a ir los tiros en la siguiente temporada. Ojo, por cierto, a su cambio de imagen, con una melena pelirroja espectacular.

Mención aparte para Debbie Allen, la mítica profesora de Fama, que se incorpora como invitada especial, interpretando a la madre de Avery, como otro de los puntos fuertes de esta temporada, y para el capítulo 13, la curiosidad de esta temporada. Si en la anterior tuvimos un musical, aquí van de realidades alternativas, jugando a mostrar cómo hubieran sido las cosas si, para empezar, la madre de Meredith no hubiera tenido alzheimer y se hubiera casado con Webber. Versiones alternativas de todos los personajes (atención a Lexi y a Carew)… para un mismo final.

Una octava entrega que, por lo demás, tiene como imprescindibles los capítulos 9 y 10. El 8 sirve como preludio, con el regreso de la madre de George, que sirve para rememorar con nostalgia tiempos mejores, antes de una larga y dramática noche que lo cambiará todo. Ah, y no nos olvidemos del episodio 20, La chica sin nombre, con la traumática historia de una joven que ha pasado años secuestrada. Ya se sabe, la realidad siempre supera a la ficción.

Aunque para cambios los que se avecinan en la novena temporada, y es que el último capítulo de la octava ya anuncia varias bajas tras un nuevo cataclismo absolutamente imprevisto y un 'continuará' brutal, a diferencia de las últimas temporadas, que habían terminado de manera bastante cerrada. Como ocurriera en Urgencias, toca renovar el reparto. Veremos si aciertan.

El detalle: Hasta en la banda sonora se nota el agotamiento de la serie. Si en las primeras temporadas Anatomía de Grey destacó por las canciones que subrayaban magistralmente los momentos más intensos, al tiempo que nos descubría a toda una serie de artistas de gran nivel (ey, incluso tengo los recopilatorios de las dos primeras temporadas), el repertorio musical ha ido perdiendo entidad hasta volverse de lo más banal. Y si en la séptima temporada el episodio musical recurrió a los grandes temas de aquellos primeros años, desde el emotivo Chasing Cars de Snow Patrol al imprescindible How to save a life de The Fray, pasando por el juguetón Ruby Blue de Roisin Murphy, en esta octava entrega vuelven a recurrir a dichas canciones cuando se ponen nostálgicos o llegan los grandes momentos de verdad.

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