Y
después del cierre de House, nueva
ración de serial médico norteamericano. Con ‘Anatomía de Grey’ voy más
retrasado (‘gran idea’ la de Cuatro, de pasar la serie a Divinity…), así que
toca la séptima temporada, en la que, como ocurre con tantas series, prosigue
la lenta decadencia de las desventuras amorosas en el Seattle Grace.
La
temporada arranca con las consecuencias del tiroteo que cerró la sexta entrega,
y que en el caso de Cristina, se prolongarán hasta mediada esta nueva tanda de
episodios. Para qué negarlo, como ocurriera con Urgencias o la propia House,
aquí también se ha perdido la frescura y esa necesidad imperiosa de ver cada
capítulo. La calidad sigue ahí, pero a mucha menor altura.
Una
de las causas de ello es la marcha de los, al menos para mí, mejores personajes
de la serie: George O’Mailey, primero, e Izzie, después. Para sustituirlos, más o
menos, tenemos a los supervivientes de la fusión con el Mercy West, Jackson y Kepner,
que están muy lejos de aquellos, sobre todo el primero, que sigue con su
función de guaperas, iniciando un romance con la menor de los Grey, que solo
parece justificarse porque los dos son muy monos.
Otra
cosa es April Kepner, que, al margen de la sorpresa personal con la que cerrará la
temporada, va ganando cada vez más peso y cayéndome cada vez mejor. De hecho,
casi acaba siendo el único personaje carente de lado antipático.
En
cuanto a nuevas incorporaciones, tenemos a Peter MacNicol, tras su pase por ‘Ally McBeal’,
‘Numbers’ o ‘24’, aquí, precisamente, en su versión más antipática, y también a
la espectacular Rachael Taylor, que aparece mediada la temporada como nueva tentación de
Carew (personaje con el que parece que los guionistas ya no saben qué hacer)
pero tendrá un paso fugaz por la serie, ya que se convirtió en una de las
nuevas (y breves) Ángeles de Charlie.
También
tenemos un nuevo (y divertido) interés amoroso para Bailey, tal vez el personaje
que ha perdido mayor interés, por no decir todo, y eso que era uno de mis
favoritos. En cuanto a Meredith y su marido, todo gira en torno a su obsesión
por ser padres, después de que ella perdiera el niño que esperaba en el
tiroteo, y el ensayo clínico de Derek para combatir el alzheimer… que traerá mucha
cola, sobre todo cuando descubran que la mujer del jefe padece esta enfermedad.
Ojo a la secuencia del capítulo 19, en la que Adele confunde a Meredith con su
madre y le pide que deje a su marido: escalofriante.
Con
todo, diría que los auténticos protagonistas de esta temporada son la pareja
lésbica formada por Torres y Arizona, que vivirá una auténtica montaña rusa
emocional, con Sloan como tercer elemento de conflicto y finalmente componente de
un nuevo modelo de familia nada tradicional, que reivindica la serie.
Pero
el tono general de la serie se pasa de cómico en demasiados momentos, y el
romanticismo cae a veces también en lo ridículo. Y no lo digo por la trama
entre la doctora Altman y su nuevo marido-paciente, que es una de mis favoritas en
esta temporada, aunque no va a pasar a la historia de la serie.
A
pesar de todo, hay momentos en los que la serie vuelve a ser la que fue, la que
cada año era para mí la mejor de todas las que veía. Aquí la primera vez es en
el capítulo 11, donde el Seattle Grace, apenas recuperado del tiroteo, tiene
que atender a los pacientes de otro hospital tiroteado. Para Cristina, este
capítulo supondrá el cierre de la trama que ha vivido hasta ese momento… y la
pérdida de interés de su personaje. También volverá a plantearse la eterna
pregunta: ¿salvarías a alguien que acaba de cometer una masacre? Y la
respuesta, tal vez sea la mejor que se haya dado nunca.
El
siguiente ‘do de pecho’ llega en el capítulo 18, centrado en la operación a
vida o muerte de uno de los protagonistas, convertido en un musical. No es nada
nuevo, ya lo hemos visto, por ejemplo, en Buffy,
cazavampiros o House, pero la
mayor parte del reparto se luce (ojo a Torres, espectacular) repasando las
canciones más míticas de la banda sonora de la serie, desde Chasing Cars a la imprescindible How to safe a life.
A
continuación vendrá un episodio, modelo de condensación, en el que transcurre
un periodo de tres meses, y tras una boda, el penúltimo capítulo de la
temporada actúa de prólogo al 22 y último, en el que se quedan muy lejos del
interés del año anterior (bien es cierto que lo tenían muy, muy difícil), pero
desde luego crean expectación de cara a la octava temporada. Un último
capítulo, oscuro y dramático como pocos, en el que todas (o casi) las parejas
saltan por los aires, y otro gran hallazgo nos devuelve a la mejor Anatomía de Grey: ¿qué ocurre cuando en
lugar de llegar una avalancha de heridos (eso lo hemos visto mil veces, y la
última en el capítulo 11 de esta temporada), no llega ninguno porque no hay
supervivientes. ¿Cómo se les dice eso a los familiares? Ahí, la serie vuelve a
dar lo mejor de sí.
Muchas
incógnitas de cara a la octava temporada, aunque tal vez sería mejor tomar nota
de House, e ir cerrando el Seattle Grace, antes de que sus tramas resulten totalmente
irrelevante. De momento, habrá novena temporada, y posiblemente décima.
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