miércoles, 28 de noviembre de 2012

Érase una vez... Perdidos entre cuentos de hadas



Érase una vez ha sido uno de los últimos grandes éxitos en nuestro país de una serie norteamericana, un producto que, con sus fallos y sus aciertos, se ha convertido en una de las revelaciones de la temporada, capaz de atraer a todo tipo de público.

Original, original, tampoco es que lo sea. Hay un cómic, Fábulas, creado por Bill Willingham, con una trama similar: los personajes de los cuentos de hadas viven en Villa Fábula, un barrio residencial de nuestro mundo, desterrados tras una guerra en su mundo con un misterioso adversario.

Aquí se repite lo de un pueblecito de nuestro mundo, Storybrooke (algo así como ‘historia rota’), pero la causa es el hechizo de la bruja de Blancanieves, que para frustrar su felicidad con el Príncipe Azul ha hecho que todos olviden quienes son en realidad. Ahí es donde, sobre todo en los primeros episodios, el espectador puede jugar a adivinar qué personaje es en realidad cada vecino del pueblo, mientras las tramas empiezan a desarrollarse. Algunos personajes son obvios, pero otros no lo son en absoluto.

Hay que reconocer que con la trama se han arriesgado, puesto que no es nada fácil de seguir. Para empezar, y siguiendo al pie de la letra el modelo instaurado por Perdidos, cada capítulo alterna dos tramas: la de Storybrooke y la del pasado en el universo de cuento de hadas, que es donde se luce la serie a nivel de producción, con decorados, vestuario y efectos especiales que apenas tienen que envidiar a una superproducción de cine.

Pero es que, además, si bien algunas de las tramas en el pasado son autoconclusivas, centradas habitualmente en un personaje, otras abarcan varios episodios, pero sin orden cronológico, saltando adelante y atrás en la acción, escamoteando hasta la recta final de la temporada los momentos claves del pasado que explican los secretos mejor guardados.

Una estructura, pues, no precisamente fácil de seguir, pero eficaz para mantener el interés capítulo a capítulo. Ahí, la mejor parte se la lleva sin duda el pasado, con capítulos realmente potentes y las tramas más extensas. En el presente, sin embargo, la acción no avanza ni a la de tres, e incluso tienen que recurrir a la investigación de un asesinato, como si de un procedimental se tratara, para no perder audiencia.

A la hora de reinventar los cuentos clásicos, al margen de los múltiples cambios introducidos en la historia de Blancanieves, la central, con aciertos como convertir a la protagonista en asaltante de caminos pero también momentos en los que se bordea el ridículo como el asalto a un castillo a cargo de Blanca y los siete enanitos, ha habido de todo, desde versiones cargadas de originalidad y que han renovado por completo a los personajes, como los casos de Caperucita Roja, el Sombrerero o Pepito Grillo, hasta otros en los que se ha querido rozar demasiado el rizo, como el origen del espejo de la bruja de Blancanieves.

La serie también se ha mostrado muy fiel a las últimas versiones cinematográficas de los cuentos a la hora de abordar su propuesta. Así, los vestidos que luce Bella son los mismos que en la versión animada de Disney, el País de las Maravillas muestra idéntico aspecto al del film de Tim Burton y el cuento de Caperucita también recuerda visualmente a la película protagonizada por Amanda Seyfried, mucho más realista.

Por lo que respecta al reparto, es evidente que Lana Parrilla, como la reina malvada de Blancanieves, se come con patatas a Jennifer Morrison, la mítica Cameron de House, que pone toda su voluntad, pero no puede con un personaje mucho más interesante. Y es que la reina no es mala porque sí, como en los cuentos tradicionales, sino que tiene sus motivos… aunque estos tardan en desvelarse por completo.

Lana Parrilla, en una interpretación para la que reconoce haberse inspirado en Hillary Clinton, está cerca de ser el gran personaje de la serie, pero ese, con mayúsculas, es Rumpelstiltskin, que aquí forma parte de todas las historias, revelándose, por ejemplo, como la Bestia. Un soberbio personaje, del que, de manera modélica, iremos descubriendo paso a paso (y desde luego no por orden cronológico), cómo llegó a ser lo que es. Y un personaje que tiene la suerte de estar encarnado por un Robert Carlyle en plena forma, brillando como hacía tiempo que no le veíamos, más histriónico en los flashbacks, más sobrio en el presente, pero siempre magnífico, la auténtica estrella de la serie.

Puestos a hablar de fallos, la historia de Blancanieves es demasiado larga y demasiado ñoña, y tampoco se le acaba de sacar todo el partido a la idea que propone Erase una vez, pero tras unos primeros capítulos dubitativos la cosa mejora y hay grandes episodios, sobre todo cada vez que la historia se centra en Rumpelstiltskin.

En la recta final se precipitan los acontecimientos, con la resolución del misterio en torno al asesinato y el ¿definitivo? enfrentamiento entre la reina/alcaldesa y la recién llegada Emma por el hijo que comparten como madre adoptiva y natural, respectivamente, en el mundo real, mientras en el pasado se aclaran las motivaciones de los dos villanos, la reina y Rumpelstiltskin, al tiempo que concluye (o casi) la historia de Blancanieves y se revela la identidad de un misterioso forastero llegado a la ciudad.

Lástima que el desenlace de esta primera temporada (ya se está emitiendo la segunda en los USA), no me haya dejado del todo satisfecho. Esta vez es al revés: en los dos últimos capítulos la trama del pasado apenas interesa, por ya sabida, mientras que los acontecimientos se precipitan en el presente para mostrar por donde van a ir los tiros a partir de ahora. Por el camino encontramos unas escenas con un dragón que no acaban de salir bien paradas, y ciertos reencuentros muy, muy esperados, resueltos de manera demasiado apresurada.

Erase una vez supone una apuesta diferente a las series habituales, una relectura estimulante de los cuentos de hadas, a ratos cursi, a ratos aterradora, ideal para enganchar a todo tipo de público y con una factura visual a gran altura. Pero lo mejor es su capacidad para sorprender.

¿Quién se sumará a la fiesta en la segunda temporada? Habrá que estar atentos.


El detalle: Y hablando de Perdidos, en Storybrooke encontramos a la dulce Claire, reconvertida ahora en una joven capaz de seducir a una bestia...

El detalle 2: Storybrooke, hablando ahora de geografía, está en Maine, ese estado donde transcurren la mayoría de novelas de Stephen King... y donde reside el propio escritor...

domingo, 25 de noviembre de 2012

'Skyfall' o Batman vs el Joker



¿Qué esperabas? ¿Un bolígrafo pistola?

El periodista Manuel Hidalgo se quejaba en un reciente artículo del cambio experimentado por James Bond desde que empezara la etapa de Daniel Craig como el agente británico, dando como resultado un Bond más duro y seco, menos glamouroso y divertido. Pues que se vaya atando los machos, porque la última entrega de la saga, Skyfall, deja claro que no hay vuelta atrás.

La película de Sam Mendes, digámoslo ya, la peor de su filmografía, se debate entre dos objetivos: actualizar a Bond a los nuevos tiempos, a la vez que reivindicar la esencia del personaje. Dos objetivos que se antojan incompatibles, lo que empieza a explicar el despropósito en el que se convierte Skyfall.

“A veces, lo más antiguo es lo mejor”. Esta cita es uno de los mantras del film, donde Bond aparece como un agente viejo, pasado de moda, en baja forma y en el que pocos creen, pero que insiste en hacer las cosas a su manera porque sabe que es lo que da mejores resultados. Es la manera de reivindicar al agente británico después de 50 años de aventuras fílmicas, cuando otros personajes como Jason Bourne le han comido parte de terreno.

Pero a la vez que Bond se reivindica, con constantes guiños a su legado cinematográfico, la saga se adapta a los nuevos tiempos, aunque es algo que ya se había hecho. Como en la saga Bourne y la televisiva 24, al fin y al cabo las dos sagas que han revolucionado el género de acción en la última década, Bond ya no va por libre, sino permanentemente con un auricular en la oreja recibiendo instrucciones de los informáticos que le siguen vía satélite y le dicen por dónde debe ir y qué debe hacer. Algo que le resta parte de su esencia al personaje, y que ya veníamos viendo desde el inicio de la etapa protagonizada por Craig.

Para reforzar esta línea, el nuevo Q (ya he perdido la cuenta de cuantos actores han interpretado este pesonaje en los últimos tiempos, y sigue pareciéndome una lástima que el tono duro del Bond de Craig se cargase a John Cleese) es un empollón, un genio de los ordenadores que gana protagonismo, más allá de la habitual entrega de material, en la que por cierto Q suelta la frase con la que abríamos el post, para dejar claro por donde van los tiros.

Toca renovarse, así que también tenemos nueva Moneypenny y los burócratas quieren jubilar a Judi Dench como M, son los nuevos tiempos.



La pregunta es, ¿le hacía falta una renovación al personaje? Indiscutiblemente, no, después de Casino Royale, sin duda la mejor película de la saga, que por primera vez narraba el origen del personaje y lo redefinía por completo con una magnífica historia de amor. Por desgracia la siguiente entrega, Quantum of solace, fue demasiado rutinaria, aunque parece casi una obra maestra si se la compara con Skyfall, donde se ha buscado un nuevo y precipitado relanzamiento de la serie, tratando de oscurecer (lo siento, Hidalgo) aún más al protagonista, por si ya no se había hecho suficiente en Casino Royale.

Y ahí, el gran problema de la película, es que Bond desaparece para dar paso a Batman. No es que se hayan querido inspirar en el tono realista y oscuro del hombre murciélago de Christopher Nolan, no, es que ahora Bond tiene su batcueva, su mansión de los Wayne, visita la tumba de sus padres y no le falta ni su Alfred, el fiel mayordomo de la casa familiar.

Y por supuesto, Bond también tiene su Joker. Javier Bardem, en otra lamentable interpretación, como siempre que hace de malo (incluyendo No es país para viejos), y a años luz de lo que puede dar de sí este grandísimo actor, se limita a copiar los tics de Heath Ledger para convertirse en el Joker de Bond, su reverso oscuro. No le faltan ni un cabello rubio a lo Joker, ni una horrible sonrisa (un momento, eso sí, realmente escalofriante, tal vez el mejor plano de la película). Un Joker gay, por cierto, que hasta le tira los trastos a Bond. Solo que el Joker de Nolan no tenía motivaciones ni objetivos, era puro caos, mientras que Silva, el personaje de Bardem, sí tiene un pasado y un plan, que no se sostiene por ningún lado.

Tampoco hay buenas noticias para las chicas Bond, que pintan muy poca cosa en esta cinta. Bérénice Marlohe interpreta a la clásica chica que sale poco y muere pronto, mientras que Naomie Harris deslumbra en sus réplicas con Bond en un personaje al que deberían haberle dado mucha más cancha.

El film se salva del desastre absoluto porque todos cumplen su papel a la perfección, a excepción de los guionistas, pero simplemente por ahí se gesta el desastre. En cuanto al resto, el derroche de medios es deslumbrante: Mendes dirige con eficacia y no naufraga en la dirección como su predecesor, Marc ForsterThomas Newman se luce en la partitura y el director de fotografía, Roger Deakins, es uno de los principales aciertos del film, al que dota de un empaque visual envidiable, luciéndose especialmente con una pelea en Shanghai que es el mayor hallazgo de Skyfall. Por no hablar de su extraordinario trabajo en la última media hora, en la que, puestos a hacer un Bond oscuro, la acción transcurre de noche.

Daniel Craig cumple, porque ha nacido para este Bond al que Roger Moore no reconocería, y Judi Dench se lleva la parte del león en un film que vuelve a ponerla en el centro de la trama… como ya ocurriera en El mundo nunca es suficiente, curiosamente la primera entrega escrita por Neal Purvis y Robert Wade, los guionistas de Skyfall, cinta con la que se despiden de la saga. En cambio, el tercer guionista, John Logan, ya está confirmado para las dos próximas entregas.

Impecable, por cierto, la canción de Adele, salvando el despropósito que se marcaron en Quantum of solace Jack White y Alicia Keys, tal vez la peor canción de la saga.

En resumen, demasiado condicionada por ser un reboot sobre el reboot que ya fue Casino Royale, y  obsesionada por imitar al Batman de Nolan (si hasta Bond, tras el prólogo inicial, puro Bourne como la primera mitad de Quantum of Solace, empieza como Bruce Wayne en la última entrega de Batman, retirado y en pésima forma), Skyfall tiene aciertos puntuales (ese tiroteo en el congreso) que no salvan una propuesta que cae en el ridículo y se aleja de la esencia del personaje pese a querer reivindicarla.

Y tras el tráiler, el SPOILER que toca.


SPOILER

Si en algo funciona Skyfall, es en rendir homenaje a Judi Dench, que ha sido de lo mejorcito de la saga durante las últimas siete entregas, las de Pierce Brosnan y Daniel Craig. Bastante envejecida, por cierto, es una de las víctimas de la reconstrucción de la serie, pero se despide absolutamente a lo grande. Otra cosa es si han acertado con su reemplazo. Ralph Fiennes es un actor soberbio, pero su versión de M no acaba de convencerme en absoluto en este primer contacto. Veremos cómo lo enfocan en la  próxima entrega. 

Ah, y otra parte de la trama absolutamente copiada de The Dark Knight es cómo Joker/Silva se deja capturar y tiene su huida perfectamente planificada para escapar ¡vestido de policía en ambos casos! y dar su golpe maestro. Solo que el plan del Joker es creíble y el de Silva no resiste un mero análisis.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Tony Leblanc, adiós al galán que siempre hacía reír


En los últimos años he observado que parece haber una especie de ley no escrita, según la cual, cuando muere un cantante, actor o artista famoso, por desgracia le siguen varios compañeros. Y fatídicamente esta semana hemos tenido una nueva muestra de ello. El viernes fallecía el director de cine español José Luis Borau, y al otro lado del charco tocaba despedir al mítico J. R. de Dallas, Larry Hagman. Y sin capacidad de reacción, esta tarde nos ha dejado Tony Leblanc, y eso son palabras mayores.

Porque hablamos de alguien que ha sido auténtica historia del cine y del teatro español, galán con una vis cómica que le hizo ganarse el cariño de todos, y al que solo un accidente de tráfico pudo apartar de los escenarios. Por fortuna en los últimos años vino a rescatarle Santiago Segura, al que siempre habrá que agradecerle que le convirtiese en el padre de Torrente, luego en su tío, en su abuela... y así hasta hacerle imprescindible en la saga, donde aportó todo su desparpajo, y de paso pudo llevarse a casa el Goya que se había ganado hace décadas, cuando estos premios ni siquiera existían.



El cine español pierde a uno de sus nombres míticos y el firmamento gana una estrella.

PD: Y como véis aquí abajo, genio y figura hasta el final. Este es su último trabajo, con 90 años cumplidos. Un anuncio que se emitió hace poco, y en el que volvía a hacer gala de su talento y humanidad.

viernes, 23 de noviembre de 2012

El estreno: Vuelve el tío Clint (Eastwood)


Tenemos un fin de semana cinematográfico con un poco de todo, desde El hombre de los puños de hierro, que parece la última patochada pagada por Quentin Tarantino (el día en el que este hombre se deje de chorradas y aproveche todo su potencial va a ser muy grande...) a César debe morir, que tiene pinta de nueva obra maestra de los hermanos Taviani.

A punto ha estado de colocarse en primer lugar Fin, cinta española de la que esperaba bastante más cuando empecé a saber de este proyecto, adaptación de una novela al parecer bastante interesante que cuenta entre sus protagonistas con Maribel Verdú. Tono apocalíptico para un debut en la dirección (cada vez son más y mejores, lo que desde luego es para estar más que satisfechos), el de Jorge Torregrossa, aunque la promoción que se le está haciendo no sé si va bien encaminada, y desde luego a mí me ha echado un poco para atrás.

Pero, amigos, Clint Eastwood vuelve a actuar, algo que no hacía desde hace 4 años (Gran Torino), y por primera vez desde En la línea de fuego (1993), hace casi dos décadas, a las órdenes de un director que no sea él mismo. La trama de Golpe de efecto no es desde luego ningún dechado de originalidad: viejo ojeador de jugadores de béisbol viaja para conocer a una joven promesa y lo hace acompañado de su hija, con la que se lleva a parir. Ella es Amy Adams, digámoslo ya, la actriz que mejor filmografía se está forjando en los últimos años (con perdón de Kate Winslet) y completa el trío protagonista un Justin Timberlake, que desde luego sabe elegir sus proyectos.

Pero a lo que vamos, que parece el papel ideal para que Clint haga su (segundo) mutis por el foro, y de paso, con un poco de suerte, se lleve el Oscar al mejor actor. ¿Nueva lección interpretativa del tío Clint? Pues habrá que verlo.

domingo, 18 de noviembre de 2012

'Ted': ¡Vivan los 80!



Como podéis ver arriba, en su cartel Ted anuncia que contiene “juerga, pasotes, chonis y todas esas cosas que molan mogollón”. ¿Cumple con ello? Podríamos decir que sí… sobre todo si te molan los 80.

Ted supone el salto a la gran pantalla de Seth MacFarlane, creador de Padre de familia, serie de animación que reconozco apenas haber visto (básicamente porque donde estén Los Simpson, puede quitarse cualquier imitación), por lo que no voy a entrar a comparar. Aquí MacFarlane, que por cierto, presentará la próxima gala de los Oscar, ejerce de productor, guionista, director e incluso le pone la voz al osito de peluche protagonista así que va a por todas.

Para la causa ha reclutado a Mark Wahlberg y a Mila Kunis, vieja conocida puesto que lleva años poniendo voz a la hija de Padre de familia. Y el chico parece tener unos cuantos amigos, ya que la cinta abunda en cameos e intervenciones especiales de impacto. No es cuestión de destripar, pero esperad a ver la breve aparición de Ryan Reynolds, y sobre todo la intervención de Norah Jones.

El film tiene puntazos de este tipo, y aunque al parecer su humor no es tan ‘salvaje’ como en Padre de familia, sí tiene unos cuantos chistes, digamos de trazo grueso, en una trama bastante previsible y habitual en el cine romántico, aunque ese osito juerguista y mal hablado la hace más llevadera.

Pero la clave son los 80, la época en la que vivieron su infancia el osito y el personaje de Mark Wahlberg, cuyo deseo hizo que Ted cobrase vida. La película homenajea los iconos de aquellos años una y otra vez, desde el desternillante doble flashback sobre cómo se conocieron el protagonista y su novia a la omnipresente versión fílmica de Flash Gordon protagonizada por Sam J. Jones.

Como suele ocurrir en este tipo de comedias, aunque funciona bastante bien la combinación de humor amable y gamberrada, el asunto romántico tampoco da para demasiado, de ahí el segmento de acción final, cuando explota una trama que ya se había apuntado levemente. 

Debut sin excesivas pretensiones, film de consumo rápido entre la carcajada y la sonrisa, aunque la idea del osito hablador (un clon de Mimosín), tal vez hubiera sido más adecuada para una telecomedia. La verdad es que, como ocurriera con Up, lo mejor está al principio: el prólogo con el momento en que Ted cobra vida y los títulos de crédito, con toda una serie de fotos y grabaciones de vídeo que muestran momentos descacharrantes de la infancia y adolescencia de los protagonistas. 

El detalle: En la versión española Santi Millán se ocupa del doblaje, y la verdad uno pronto se olvida de que es él, y cumple con bastante eficacia su labor. Por cierto, que en el doblaje han cambiado varios de los chistes, para 'españolizarlos'.

El detalle 2: Si habéis visto el tráiler, no esperéis ver el chiste de "estaba mandando un tweet", porque la versión del tráiler está más lograda.

sábado, 17 de noviembre de 2012

El estreno: Ken Loach se divierte


Sí, estamos en el fin de semana en el que se estrena la última y ¿definitiva? entrega de Crepúsculo, saga de la que voy a seguir pasando olímpicamente. Así que vamos con el resto de estrenos, casi media docena, y todos bastante interesantes. Empezando por Contra el tiempo, documental español que trata de acercar el lado menos glamouroso de la profesión de actor. De los USA nos llega En la mente del asesino, con Matthew Fox, el Jack de Perdidos, que busca desencasillarse encarnando a un asesino en serie, y de Francia Holy Motors, lo último de Léos Carax, que arrasó en Sitges y despertó pasiones y odios por igual. Y si os va el romanticismo desatado, de Brasil nos llega Y recibí las peores noticias de tus labios, con un triángulo amoroso en el Amazonas.

Pero finalmente nos quedamos con el último trabajo del británico Ken Loach, que por una vez se deja de crítica social y se pasa a la comedia con La parte de los ángeles, la historia de un joven padre de familia de Glasgow con pasado delictivo que acaba condenado a trabajos sociales. Ahí, junto a sus compañeros, se verá sorprendido por su nuevo educador, que les iniciará en secreto en la cata del whisky, y descubrirá que tiene un talento natural como catador. ¿Sabrá usarlo para encauzar su vida o lo utilizará para delinquir? Habrá que ver cómo se le da la comedia a Loach.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

'Fringe 3': Walter, pisa a fondo y acelera (o dos series por el precio de una)



A la tercera fue la vencida. Si en sus dos primeras entregas Fringe primó su lado procedimental, los capítulos autoconclusivos, frente a la trama central de los universos paralelos, que parecía no arrancar ni a tiros, la tercera temporada se centra casi exclusivamente en esta, ganando en coherencia e intensidad… aunque el nuevo rumbo de la historia, toda vez que ya no hay 'ningún' misterio sobre la existencia del universo alternativo y la mayoría de cartas están sobre la mesa, tiene ciertos baches que le hacen perder algo de interés.

Los personajes siguen siendo lo mejor de la serie, Walter en especial, aunque es la relación entre Peter y Olivia uno de los auténticos motores de la temporada, en la que se desvelan no pocos misterios… y van surgiendo otros, hasta un desenlace imprevisible que deja con ganas de más… aunque también deja al espectador bastante desconcertado.

Lo que sigue, sin destripar nada de la tercera entrega, solo es SPOILER si no habéis visto las dos anteriores.


La trama de los universos paralelos había avanzado a paso de tortuga en las dos primeras temporadas, a pesar de la aparición de los cambiantes en la segunda. Y es que, recordemos, si Olivia visita por primera vez el universo paralelo y habla con el enigmático William Bell al final de la primera temporada, al regresar en el primer capítulo de la segunda no recuerda nada.

La tercera temporada arranca empezando a mostrar las consecuencias del desenlace de la anterior, muy de continuará (al igual que ocurrirá con la tercera y a diferencia de la primera). Y lo que tenemos es dos series por el precio de una, alternándose los capítulos en los que seguimos a la división Fringe de siempre, con la falsa Olivia como infiltrada, y aquellos con la Fringe del universo alternativo y la auténtica Olivia, prisionera de Walternativo en un primer momento.

Uno de los detallazos de la serie son las dos cabeceras distintas de capítulo para cada universo, además de mantener una tercera para los capítulos flashback, esta vez con el primer encuentro entre Peter y Olivia, de niños, y la explicación de cómo ella quemó el laboratorio, un misterio que aguardaba resolución desde la primera temporada… Ojo, y habrá una cuarta cabecera para el último capítulo, del que no adelantaremos nada.

Desde luego Fringe se convierte esta temporada en un auténtico reto para los intérpretes, que tienen que dar vida a sus versiones de los dos universos. Se llevan la palma Astrid, a la que veremos con hasta tres looks… y Olivia, que además interpreta a William Bell en varios episodios gracias a uno de los giros argumentales más descabellados de la temporada, pero que dará muy buenos momentos, dramáticos, y también de comedia (a propósito, por supuesto).

Como he comentado más arriba, la relación entre Peter… y las dos Olivias, es uno de los puntos fuertes de la temporada, con uno de los más curiosos triángulos amorosos que se hayan visto nunca, y que dará para mucho. Por su parte, Walter no solo ve cada vez más cerca la posibilidad de perder definitivamente a Peter, sino también las desastrosas consecuencias de sus actos pasados. Además, echa de menos a Bell y cree no ser capaz de solucionar las cosas sin su genialidad.

La temporada arranca alternando episodios en los dos universos hasta el regreso de Olivia, y a partir de ahí se centra más en el nuestro aunque siguen sucediéndose capítulos de la otra división Fringe que influyen decisivamente en la trama central. Frustrados al final de la temporada anterior los planes iniciales de Walternativo, se irá profundizando en la historia de la misteriosa máquina (que me da una pereza mortal…), con la aparición de unas misteriosas Primeras Personas (más pereza), que al parecer la crearon, mientras sigue en el aire el por qué sólo puede manejarla Peter. Y poco a poco se irá avanzando hasta la trama final, en la que tras un asombroso episodio destinado a narrar un viaje lisérgico mediante dibujos animados, los tres últimos capítulos se centran en los intentos de los protagonistas por evitar el fin del mundo… hasta que en el episodio final, con un espectacular derroche de medios, todo da un giro completamente imprevisto.



A destacar el capítulo 4, Los multiformas sueñan con ovejas eléctricas, con su homenaje a Blade Runner, o el 17, Polizonte, el primero con Olivia como Bell, con  una mujer que trata desesperadamente de morir pero no puede y la única aparición en nuestro universo del único personaje nuevo de la división Fringe de la Tierra alternativa. Eso sí, si hay un momento de gracia en esta temporada, es el que va del capítulo 7 al 10. Ahí vamos:

7: Los abducidos. Olivia caza a un secuestrador de niños en el universo paralelo, con importantes revelaciones sobre el Broyles de allí.

8: Entrada. El regreso de Olivia.

9: La marioneta. Una versión de Frankenstein con un argumento poco menos que ridículo, pero abordado de manera magistral. Y cuyo final tendrá graves consecuencias para Peter y la verdadera Olivia.

10: La libélula. Fantástico episodio sobre las consecuencias de nuestros actos (más en concreto los de Walter), casi poético, y con Christopher Lloyd, el Doc de Regreso al futuro.

Demasiado críptica en muchos momentos, -ni se os ocurra empezar a verla a partir de la tercera temporada (lo hice en Perdidos y creo que no me perdí nada…)-, Fringe continúa marcando un hito en la ciencia ficción televisiva, una serie realmente única, que se hace querer ante todo por sus personajes. Veremos hacia donde se dirigen en la cuarta temporada.

sábado, 10 de noviembre de 2012

'Invictus': Soy el amo de mi destino, el capitán de mi alma



Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma. Así acaba el poema Invictus de William Ernest Henley, el mantra que Nelson Mandela se repetía a sí mismo en los peores momentos durante los 27 años en que estuvo preso. ¿Cómo pudo después perdonar a sus carceleros y tender la mano a la población blanca de Sudáfrica? Esa es la pregunta que se hace François Pienaar, el capitán de la selección sudafricana de rugby encarnado por Matt Damon en el film de Clint Eastwood titulado como el citado poema, y en su respuesta radica la grandeza de la película y del legado de Mandela.

El cineasta se basa para la ocasión en el libro El factor humano de John Carlin, que analiza desde una óptica periodística cómo el presidente sudafricano supo utilizar el deporte para unir a la población negra y blanca del país. Tras la liberación de Mandela y su ascenso al poder, lo normal, tal como pronostica erróneamente el padre de François en el arranque del film, es que la población negra hubiese tomado represalias contra la blanca, que pese a ser minoría les había sojuzgado hasta entonces, incluyendo una fuerte represión policial.

Dado que la selección de rugby, los Springboks, solo representaban a los blancos (y el propio Mandela animaba a cualquier equipo rival cuando estaba en la cárcel), estaba cantado que el nuevo Gobierno iba a eliminarlo como símbolo nacional. Pero, como muestra perfectamente el film, Mandela sabía que eso alimentaría el rencor de la población afrikáner y solo serviría para ahondar las heridas entre ambos pueblos.

El ojo por ojo y diente por diente conduce únicamente a una espiral interminable de violencia, por lo que Mandela tenía muy claro que, si lo que quería era sacar adelante un país con graves problemas económicos, había que sumar a la causa tanto a negros como a blancos. Y aprovechando la celebración en Sudáfrica de la Copa del Mundo de rugby a un año vista, puso en marcha su plan para que los Springboks representasen de verdad a todo el país, sabiendo que no hay como una victoria para que todos hagan causa común.

Eastwood le regala a su amigo Morgan Freeman el papel para el que sin duda ha nacido este formidable actor, al que no le hace falta maquillaje para ser un clon de Mandela y además prestarle toda su humanidad. Inmenso en cada escena, en cada parlamento, Freeman se echa a la espalda buena parte del metraje, marcadamente político. Tan político que podía haber echado para atrás a la audiencia, pero ahí el director juega la baza de recuperar el mejor cine deportivo para mostrar cómo un equipo vulgar como eran los Springboks pudieron llegar a derrotar en la final a la todopoderosa Nueva Zelanda de Jonah Lomu y hacerse con el título mundial.

Ahí es vital el papel de Damon, encarnando al capitán blanco que supo hacer suyo el objetivo de Mandela, comprendiendo además sus verdaderas motivaciones y asomándose al misterio del perdón. En este sentido resulta clave la escena en la que el equipo de rugby visita la cárcel en la que estuvo Mandela, donde por fin la voz en off de este recita el poema tras haberlo mencionado un par de veces a lo largo del metraje.

La parte deportiva va ganando peso a medida que avanza el film. El mundial arranca a mitad de película, y toda la parte final es el último partido, con Eastwood alternando lo que ocurre sobre el césped con las imágenes del público, mostrando cómo la población de color también hizo suyos los colores de los Springboks, sobre todo en la escena en la que un chiquillo negro que al principio de la película ha rechazado un uniforme del equipo por asociarlo a la represión, merodea junto a un coche con dos policías blancos que escuchan el partido por la radio. Al principio los policías le dicen que se vaya de malos modos, pero él insiste, y al final, cuando ganan, los policías le levantan en brazos y hasta le regalan su gorra.

Eastwood también muestra a la perfección el sentimiento de las dos poblaciones de Sudáfrica a través de los guardaespaldas de Mandela, quien, también en contra de lo que todos pensaban, no despidió a todo el personal blanco del Gobierno, sino que les dio la opción de quedarse. Esto obliga a trabajar juntos a los negros que hasta entonces habían velado solos por la seguridad de Mandela en los momentos más duros, y a los blancos que protegían al presidente De Klerk. Todos ellos pasan del recelo inicial a hacerse amigos, tal vez de manera demasiado idealista.

Y es que Eastwood, en su último film realmente popular, antes de los patinazos, al menos en nuestro país, de Hereafter y J. Edgar, comete algunos errores de bulto, que destacan sobremanera ante la maestría con la que lleva tanto las escenas íntimas como las deportivas. Ahí está esa canción, creo que de Robbie Williams, que hiere los oídos y destroza la visita de Mandela a los jugadores en plena concentración, y algún que otro intento fallido por meter tramas de suspense, como el amago de atentado en la final.

Pequeños defectos en un trabajo que nos recuerda la inmensa figura de Mandela, quien, con sus errores (ahí están las escasas referencias del film a sus problemas matrimoniales y a la mala relación con su descendencia), defendió una filosofía de vida de la que todos podríamos tomar nota, primando el perdón frente al revanchismo en aras de la convivencia y el bien común.


El detalle: Siempre dispuesto a echar una mano a los suyos, Eastwood recurre en Invictus a su hijo mayor, Kyle, para la banda sonora del film, mientras que otro de sus vástagos, Scott, interpreta al jugador que le da la victoria a los Springboks. Por cierto que a Scott también le vimos en otras películas de su progenitor: Banderas de nuestros padres y Gran Torino, y ambos compartirán trabajo en el regreso de Eastwood a la interpretación en Golpe de efecto, su primer papel en una cinta que no dirige desde En la línea de fuego (1993).

viernes, 9 de noviembre de 2012

El estreno: El narcotráfico según Cuerda y Rivas


Tras lo nuevo de Bond, toca semana cargada de estrenos, digamos a medio gas, en la que tenemos desde el regreso de Darío Argento con su Drácula 3D al último film de Disney que exprime el personaje de Campanilla, pasando por la enésima comedia sin gracia de Ben Stiller y Vince Vaughn. Pero también tenemos Buscando a Eimish, con Óscar Jaenada y Manuela Vellés en una historia de desamores, y una de las películas europeas del año, En la casa, a cargo del galo François Ozon, que triunfó en San Sebastián.

Pero quien gana esta semana es José Luis Cuerda, quien la verdad es que me caía mejor cuando dirigía comedias surrealistas como Amanece que no es poco, que ahora que parece haberse pasado al drama sin posibilidad de vuelta atrás. Acertó en La lengua de las mariposas, erró en Los girasoles ciegos con ese estrepitoso error de cásting llamaro Raúl Arévalo, y ahora repite con otra historia de Manuel Rivas, autor de la primera.

El argumento de Todo es silencio nos lleva a Galicia y gira en torno al narcotráfico, con la sombra alargada de No habrá paz para los malvados, lo que no dice demasiado a su favor y lo vuelve todo muy cansino. Pero ahí están Quim Gutiérrez, Celia Freijeiro (esa mujer que no tiene suerte en tv: Pelotas y Homicidios), y sobre todo Juan Diego. Otra cosa es Miguel Ángel Silvestre, mafioso una vez más, y que si todo lo interpreta como en el tráiler, mal vamos (y mira que el chico es de Castellón y uno le desea toda la suerte del mundo...).

La gran baza puede ser la parte dedicada a la infancia de los protagonistas y esa evocación nostálgica después, cuando un niño se ha convertido en policía, otro en ladrón y la chica se ha casado con este último, por supuesto, aquel al que no quería. Demasiado típico y conocido. Veremos qué ofrecen de nuevo.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

'Infierno sobre ruedas': la dura historia del ferrocarril



Infierno sobre ruedas es la primera obra en la que ejerce como autor John Shiban, forjado como guionista en series como Expediente X o Breaking Bad. En su primera creación propia ha apostado por el western, que en los últimos tiempos ha dado seriales tan interesantes en la pequeña pantalla como Deadwood o Justified.

Aquí la historia se centra en Infierno sobre ruedas, el poblado móvil de los trabajadores del ferrocarril, en una época en la que la civilización trataba de llegar al farwest. Derroche de medios en los escasos 10 capítulos de la primera temporada, a la que le ha seguido una segunda y ya hay confirmada una tercera, mientras las intenciones de Shiban son que alcance las cinco.

Los protagonistas principales son Cullen Bohannon y Lily Bell, dos personas heridas que arrastran importantes pérdidas personales. Ambos son viudos y poco a poco se sentirán inevitablemente atraídos (se ve desde el principio), a medida que vayan viendo lo equivocada que era la primera impresión que tuvieron el uno del otro.

Bohannon arrastra además el pesimismo del sureño que luchó y perdió la guerra civil, para encontrarse al regreso con su mujer e hijo asesinados por los yanquis. Su búsqueda de los asesinos le lleva hasta el ferrocarril, donde un giro inesperado le convertirá en el capataz.

Lily pierde a su marido, el ingeniero del ferrocarril, en el primer episodio al ser atacados por los indios y mostrará ser mucho más dura de lo que parece indicar su frágil apariencia. También será cortejada, de manera mucho más directa, por el dueño de la empresa de ferrocarril, Thomas C. Durant, interpretado por Colm Meaney, que es la gran baza de la serie. Un hombre forjado a sí mismo, carente de escrúpulos, cuyo carácter queda perfectamente definido en secuencias como cuando desecha que el ferrocarril vaya del punto A al punto B por el trayecto más corto, dado que el Gobierno le paga a tanto el tramo de vía. Gran personaje, y Meaney sabe lo que tiene entre manos, así que le saca todo el partido.

A su alrededor giran personajes de toda condición: el exesclavo negro que ve como las cosas no han cambiado demasiado; los irlandeses que tratan de ganarse la vida con un cine y acaban inventando el porno; un predicador pirado y su protegido, un indio convertido; una joven raptada de niña y marcada por los indios que acaba ganándose la vida como prostituta; y un matón sueco demasiado caricaturesco, que es uno de los escasos puntos débiles de la serie por poco creíble.

En 10 capítulos tenemos de todo: ataques de los indios, descarrilamientos, intentos de linchamiento, tiroteos, un tremendo combate de boxeo, la estrecha conexión entre política y negocios… y un desenlace hasta cierto punto cerrado, con el ferrocarril llegando hasta una de sus metas antes de continuar más allá.

Si acaso le falta algo a la serie es un toque de humor, tal vez tomarse un poco menos en serio a sí misma, pero está claro que para John Shiban los tiempos del farwest eran tiempos duros, así que en Hell on wheels no hay concesiones y hasta las sonrisas andan escasas. Lo que sí ha logrado esta serie es recuperar el sabor del mejor western y dejarme con ganas de ver qué rumbo toman los habitantes de Infierno sobre ruedas en la segunda temporada.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Una ocasión perdida para cerrar el Seattle Grace



Al igual que ocurriera, por ejemplo, con la séptima temporada de 24, Anatomía de Grey ha perdido una gran oportunidad para cerrar la serie en su octava entrega, tras haber explotado personajes y situaciones más allá de lo conveniente. Ocho temporadas en las que se han narrado los cinco años de aprendizaje en el hospital Seattle Grace de los protagonistas. Un periodo que culmina en esta temporada con los exámenes finales que han de pasar los futuros cirujanos (capítulo 22) y con la marcha de todos ellos a distintos hospitales de Estados Unidos. Era, pues, la ocasión perfecta para despedir una serie que marcó época en sus primeras temporadas, con su explosiva combinación de cirugía y sexo. Pero habrá temporada 9, lo cual, a estas alturas, parece bastante innecesario.

En las últimas temporadas, como ocurriera con el otro gran drama médico de los últimos tiempos, Urgencias, Anatomía de Grey ha ido perdiendo chispa. Han desaparecido personajes claves como George o Izzie, a los que no han hecho olvidar ni de lejos sus sustitutos, Avery y Kepner; hay personajes que ya se han emparejado con todo el mundo, y la relación entre Meredith y Shepherd parece más que explotada. Peor aún, la serie ha multiplicado en los últimos tiempos los toques de comedia, que no le hacen ningún bien. Así ha quedado patente en esta octava entrega, que solo ha recordado a los mejores momentos de temporadas precedentes cuando se ha puesto dramática 100%. Ahí es donde siempre ha dado lo mejor de sí.

La temporada arranca con las consecuencias de lo ocurrido en el desenlace de la anterior, lo que entre otras cosas llevará a que tengamos nuevo jefe de cirugía, con el jefe Webber pasando a un discreto plano, en el que alternará momentos brillantes con otros demasiado surrealistas. Lo mejor: la trama del alzheimer de su esposa, que tras ponerse en marcha en la temporada anterior será explotada a conciencia en estos capítulos, mostrando la enfermedad en toda su crudeza.

Por supuesto Meredith también tendrá que afrontar lo ocurrido, lo que supondrá un nuevo cambio en su relación con Derek, aunque la clave de la primera mitad de la temporada será la problemática adopción de Shola. Y si Meredith quiere tener descendencia, Cristina no quiere ni oír hablar, así que su decisión de abortar chocará con los deseos de Hunt, en una relación que se convertirá en un infierno… aunque acabará por cansar bastante.



Una clara muestra del bajón de la serie es el elevado número de personajes con los que los guionistas ya no parecen saber qué hacer y que pierden protagonismo a marchas forzadas. Para empezar, la pareja formada por Callie y Arizona, que prácticamente le robó el protagonismo a los personajes principales en la temporada anterior, y que aquí va a pintar bastante poco. En cuanto al tercer vértice de dicho triángulo, Mark Sloan, es uno de los más perjudicados por el creciente tono cómico de la serie en sus escenas con Avery, al que toma como discípulo en otra relación de tintes ridículos.

Y hablando de triángulos, tenemos el de Sloan, Avery y Lexi, sin demasiado interés, y con esta última casi ausente de la primera parte de la temporada, pasando por sus peores momentos como personaje, mientras Carew sigue en su línea, alternando su fachada dura con momentos tiernos (atención a la trama del parto prematuro, de lo mejorcito de la temporada), e incluso Miranda se pierde en triángulos amorosos.

Pero para personaje echado a perder el de April Kepner, que pasa de un buen inicio, en el que se aprovecha su nueva condición de jefa de residentes, a convertirse en poco más que un chiste, hasta los capítulos finales, donde se apuntan por donde van a ir los tiros en la siguiente temporada. Ojo, por cierto, a su cambio de imagen, con una melena pelirroja espectacular.

Mención aparte para Debbie Allen, la mítica profesora de Fama, que se incorpora como invitada especial, interpretando a la madre de Avery, como otro de los puntos fuertes de esta temporada, y para el capítulo 13, la curiosidad de esta temporada. Si en la anterior tuvimos un musical, aquí van de realidades alternativas, jugando a mostrar cómo hubieran sido las cosas si, para empezar, la madre de Meredith no hubiera tenido alzheimer y se hubiera casado con Webber. Versiones alternativas de todos los personajes (atención a Lexi y a Carew)… para un mismo final.

Una octava entrega que, por lo demás, tiene como imprescindibles los capítulos 9 y 10. El 8 sirve como preludio, con el regreso de la madre de George, que sirve para rememorar con nostalgia tiempos mejores, antes de una larga y dramática noche que lo cambiará todo. Ah, y no nos olvidemos del episodio 20, La chica sin nombre, con la traumática historia de una joven que ha pasado años secuestrada. Ya se sabe, la realidad siempre supera a la ficción.

Aunque para cambios los que se avecinan en la novena temporada, y es que el último capítulo de la octava ya anuncia varias bajas tras un nuevo cataclismo absolutamente imprevisto y un 'continuará' brutal, a diferencia de las últimas temporadas, que habían terminado de manera bastante cerrada. Como ocurriera en Urgencias, toca renovar el reparto. Veremos si aciertan.

El detalle: Hasta en la banda sonora se nota el agotamiento de la serie. Si en las primeras temporadas Anatomía de Grey destacó por las canciones que subrayaban magistralmente los momentos más intensos, al tiempo que nos descubría a toda una serie de artistas de gran nivel (ey, incluso tengo los recopilatorios de las dos primeras temporadas), el repertorio musical ha ido perdiendo entidad hasta volverse de lo más banal. Y si en la séptima temporada el episodio musical recurrió a los grandes temas de aquellos primeros años, desde el emotivo Chasing Cars de Snow Patrol al imprescindible How to save a life de The Fray, pasando por el juguetón Ruby Blue de Roisin Murphy, en esta octava entrega vuelven a recurrir a dichas canciones cuando se ponen nostálgicos o llegan los grandes momentos de verdad.