Para los que queráis ir sobre seguro, esta semana es la de la cuarta entrega de 'Ice Age', con la que Fox iguala en número de secuelas al rey de la animación de Dreamworks, Shrek. Al margen de lo más o menos agotada que esté la saga de los animalitos prehistóricos, siempre nos quedará cierta ardilla que recupera lo mejor del cine de animación mudo y del ratón Mickey original.
Ahora, si queréis arriesgar un poco, ahí está 'El enigma del cuervo', traducción ampliada del original 'The raven', el mítico poema de Edgar Allan Poe que ha dado, y sigue dando, para mucho. Y es que el punto de partida de este film no es otro que trasladarnos a la época en la que vivió el escritor maldito norteamericano y ponerle junto a la policía tras la pista de un asesino... que pone en escena los macabros asesinatos que Poe narra en sus obras.
Atractivo argumento que puede dar para un magnífico film de intriga y una aceptable recreación de la vida del autor, o para un auténtico desaguisado. Tras las cámaras tenemos a James McTeigue, que firmó una más que interesante adaptación de 'V de Vendetta' (aunque Alan Moore no esté en absoluto de acuerdo), y como protagonista, y ahí me han ganado, John Cusack, una de mis debilidades. Como secundarios, el siempre eficaz Brendan Gleeson y la bella Alice Eve, actriz inglesa a la que acabamos de ver (brevemente) como la versión juvenil de O en la tercera entrega de los 'Men in black'.
En fin, recordad que Poe es Poe, y si la película no os gusta, siempre podréis leer, o releer, sus cuentos.
Todo
lo bueno se acaba, y si a finales del pasado año me tocó despedir dos series
míticas como ‘Urgencias’ (¡15
temporadas!) y ‘24’, ahora le ha
tocado a otra no menos histórica, ‘House’,
tras ocho temporadas, las mismas que duraron las andanzas de Jack Bauer.
Las
aventuras del doctor encarnado, más que magistralmente, por Hugh Laurie (grandísimo actor inglés al que por fin han descubierto en USA y en medio mundo), han
seguido las pautas habituales en este tipo de producciones, con una paulatina
decadencia. La serie deslumbró cuando hace ocho años Bryan Singer, catapultado
al éxito gracias a títulos como ‘Sospechosos
habituales’ y las dos primeras entregas de la Patrulla X, dirigía el primer
episodio de la serie, ‘Todos mienten’,
asumiendo después la producción ejecutiva de la serie.
DavidShore, creador de ‘House’, combinó
con acierto dos grandes ideas. La primera consistía en un híbrido perfecto
entre serie médica y policíaca, donde no había que descubrir quién había matado
a la víctima, sino qué enfermedad estaba matando al paciente. Una premisa
original a la que han sabido sacarle mucho partido… pero que seguramente no
habría tenido el éxito que obtuvo la serie de no haber sido por otra apuesta
mucho más atractiva: convertir al protagonista en un Sherlock Holmes moderno,
el mejor diagnosticador de enfermedades, que las trata como si fuesen puzles
intelectuales y dirige un equipo de médicos. Un doctor asocial, como el
propio Holmes, y como este, adicto a las drogas, sin pelos en la lengua, y al que no le importa para nada su
paciente sino curarlo, por los medios que sean.
Vale,
me quedo muy corto a la hora de definir a Gregory House, pero baste decir que
la controvertida personalidad del galeno disparó la audiencia, aunque Shore
cometió un pequeño error. La serie tenía muy pocos personajes fijos, y después
de tres temporadas ya había agotado todas las posibilidades. Tras aquel final
en el que House pierde a todos los componentes de su equipo, el recurso fue
original y efectivo: buena parte de la cuarta temporada consistió en un casting
en el que House buscó a los nuevos miembros de su equipo, de los que con el
tiempo solo se ha mantenido uno, mientras la mayoría de los viejos han vuelto.
Quienes
siempre han estado ahí han sido el fiel Wilson, el único amigo de House, y
cuyos diálogos con él son posiblemente lo mejor de la serie, y Cuddy, la jefa y
amor secreto de House, hasta el romance que viven durante la séptima temporada.
Que Cuddy haya desaparecido en la última tanda de episodios, únicamente debido
a la necesidad de recortar sueldos, ya suponía un mal inicio, pero esta octava
temporada ha sabido estar al nivel de las mejores.
Si
la sexta temporada arrancaba con House en el psiquiátrico, en su particular ‘Alguien voló sobre el nido del
cuco’, aquí empezamos en la cárcel, como consecuencia de lo ocurrido al
final de la temporada anterior. Con invitados como Jude Ciccolella (‘24’) o Jaleel White(‘Cosas de casa’, ¡sí, Steve Urkel!),
también debuta Odette Annable, que junto con Charlyne Yi se convertirán en los dos nuevos fichajes
de la temporada. La primera aporta belleza, pero acaba siendo un personaje
desaprovechado, y la segunda sirve para la comedia y da bastante más juego.
Los
primeros episodios discurren así, entre la presentación de las nuevas chicas
(incluyendo el fugaz regreso de 13 para que House tenga a sus Ángeles de
Charlie) y el regreso de Chase y Taub (cuyas dos hijas también tendrán su
protagonismo), además de situarnos a Foreman como sustituto de Cuddy al frente
del hospital.
Tras
los primeros capítulos la serie vuelve a caer al nivel de las últimas
temporadas, por encima de la media, pero lejos de las etapas más inspiradas,
hasta llegar al capítulo 11, donde un enfermo apuñala a Chase, protagonista
absoluto de este capítulo y del siguiente, así como de parte de lo mejorcito de
la temporada.
Seguirán,
como nuevos golpes de efecto, unos más acertados que otros, el regreso de la
esposa rumana de conveniencia de House (el último toque romántico en la serie)
y el de la propia madre del doctor adicto a la Vicodina, antes de que el final
del capítulo 18 nos deje sin palabras y abra la última trama, que llevará a
Greg a plantearse una vez más su manera de ser y su futuro.
En
cuanto a los casos, siguen encontrando razones exclusivamente médicas para
explicar cambios en el comportamiento como una generosidad ilimitada, un hombre
que deja de ser machista o una mujer que quiere meterse a monja.
Posiblemente,
‘House’ acaba cuando tenía que
hacerlo, ya que corría el peligro de seguir repitiéndose, con demasiados capítulos
anodinos, tras haberle dado todas las vueltas posibles al comportamiento y
personalidad de sus protagonistas. Nos quedan magníficos capítulos, entre los
mejores de la historia de la televisión, especialmente a la hora de despedir
las temporadas, como la primera, con la aparición de la ex mujer de House y la
revelación del origen de su cojera; la quinta, cuando descubre que su adicción
le hace confundir realidad y fantasía, y sobre todo la cuarta, con el díptico ‘La cabeza de House’ y ‘El corazón de Wilson’. Tan
inolvidables como el capítulo de la chica violada, en el que House se abre más
que nunca, o aquel en el que no paraba de hablar con una adolescente mientras
ambos estaban castigados en el despacho de la directora.
Y
ahora, SPOILERS:
El
título del último capítulo, ‘Todo el
mundo muere’, y la trama centrada en el cáncer de Wilson, no dejan dudas
sobre el tono de los últimos episodios, en los que House se asoma al abismo más
que de costumbre. Tras un durísimo capítulo 19 (dirigido por el propio Laurie),
con Wilson afrontando un tratamiento muy arriesgado para curarse mientras el
equipo trata a una niña enferma terminal (y con uno de los finales más divertidos
de la historia), el desenlace de la serie sirvió para recuperar a multitud de personajes ya
desaparecidos, bien fallecidos o apartados por House de su vida, en un recurso
que no me gustó demasiado, y que me recordó a esa ‘necesidad de trascendencia’
del final de ‘Perdidos’… aunque
sirvió para radiografiar la mente de House, más obsesionado que nunca en esta
temporada con resolver sus puzles, lo único que le interesa de verdad, al igual
que ocurre con Sherlock Holmes.
Lo
de la aparente muerte de House tampoco me gustó demasiado, es un recurso fácil
demasiado utilizado, aunque aquí, en el fondo, todos nos esperábamos la última
jugada de House, y no nos equivocamos. Al fin y al cabo, todo el mundo miente.
Al
final, como Jack Bauer, House finge su muerte y se marcha hacia el horizonte.
¿Un hasta luego?
Día triste el pasado viernes para el cine español. Nos ha dejado Juan Luis Galiardo, que, tal como le ocurriera al gran Paco Rabal, empezó de galán y acabó como actor de carácter, aunque a Galiardo le costara un poco más culminar ese proceso y ganarse el reconocimiento del público.
De su trayectoria cinematográfica me quedo con su papel secundario en la asombrosa 'Madregilda' (1993), donde participaba en unas partidas de cartas surrealistas con el Generalísimo, encarnado por un extraordinario Juan Echanove. En el teatro, siempre le recordaré como el quinquillero 'y a mucha honra' de 'La taberna fantástica', mano a mano con 'El Brujo', en una obra irrepetible.
Pero para mí, Galiardo siempre será 'El Chepa', ese abogado ya de vuelta de todo, o no tanto, que protagonizó la mítica serie 'Turno de oficio' (1986), de cuando solo estaba TVE, y que sirvió para descubrir el talento de un joven Echanove. Ambos, junto a Carmen Elías, formaron un trío de togados que siempre quedará en nuestra memoria, como la sonrisa medio pícara, medio descreída, de Galiardo.
PD: No iría mal una versión actualizada de 'Turno de oficio', ambientada en esta España de la corrupción, seguro que a los guionistas no les faltaban ideas...
Esta semana (pues no, no le toca a 'Tengo ganas de ti', aunque seguro que va a reventar la taquilla) nos ponemos serios, con el cambio de rumbo del director norteamericano Kevin Smith, que en su último trabajo deja la comedia y sus temáticas habituales para viajar a la América más profunda. 'Red state' está inspirada en la figura real de Fred Phelps, el líder de un grupo religioso extremista que se hacía llamar la Iglesia Bautista Westboro.
La película le ha creado numerosos problemas a Smith, que ha sufrido todo tipo de boicots por parte de los colectivos norteamericanos más conservadores debido a su crítica al fundamentalismo religioso más radical. En lo artístico, parece que lo mejor del film es la interpretación de Michael Parks como el líder religioso, junto al cual también encontramos a John Goodman, Kevin Pollak o la ya oscarizada Melissa Leo.
Por lo demás, y aparte del drama romántico 'The deep blue sea', protagonizado por Rachel Weisz, no puedo dejar de reseñar el estreno de 'Don Gato y su pandilla', nueva versión animada del célebre personaje de Hanna-Barbera, uno de los favoritos de mi infancia.
Da gusto ver que algunas cosas no
cambian, como ese toque de humor tan particular que ha sido la mejor
característica de la saga ‘Men in black’
desde la primera entrega, estrenada en un ya lejano 1997 (sí, nos hacemos
viejos). Cinco años tardaron en realizar la segunda parte y han tenido que
pasar diez más para que hayamos podido disfrutar con la tercera, que muy
posiblemente no será la última.
Sigue a los mandos BarrySonnenfeld, un director no especialmente de mi gusto, y que no cuenta con
demasiadas cintas de interés en su filmografía (baste decir que sus otras
películas más conocidas son las dos entregas de ‘La familia Addams’), pero que ha sabido dar el toque justo de
comedia, acción y ciencia ficción retro a cada capítulo de la, de momento,
trilogía.
Sonenfeld no ha perdido el toque,
aunque por contra, y ese es uno de los escasos ‘peros’ que se le pueden poner a
‘Men in black III’, apenas podemos
disfrutar de la magnífica química que derrocharon Will Smith y Tommy Lee Jones
en las dos primeras entregas, convirtiéndolas en magníficos ejemplos de ‘buddy
movies’. Lee Jones ya va teniendo una edad para estas cosas (y ojo a Will
Smith, que los años también empiezan a pasar para el ‘Príncipe de Bel Air’), y
aquí han tenido que recurrir a un viaje en el tiempo, reemplazando al veterano
actor por otro duro al alza, Josh Brolin, convertido en un perfecto clon de K,
al que clava toda su gestualidad.
Siguiendo con los peros, a
diferencia de las dos anteriores películas aquí no tenemos un papel femenino de
peso, como el que encarnaban una desternillante Linda Fiorentino y una
bellísima Rosario Dawson. Aquí le toca el turno a O, la nueva jefa (los años no
pasan en balde y una de las primeras escenas es el ‘emotivo’ funeral de Z),
encarnada por Emma Thompson en el presente y a la que también veremos en el
pasado. Sin embargo, y pese a su ¿romance? con K, estamos ante una trama a la
que le falta desarrollo y que no ha sabido aprovecharse, aunque la Thompson
está tan fantástica como siempre.
Tampoco va a pasar a la historia
el malo de la función, tal vez más acojonante que sus predecesores, pero menos
divertido y carismático. Y es que Vincent d’Onofrio y Lara Flynn Boyle dejaron
huella.
Puestos a valorar ‘Men in Black III’ como blockbuster, se
queda a años luz de ‘Los Vengadores’
y ‘John Carter’, que siguen en la
cima. A su lado, las aventuras de J y K parecen una serie B, aunque en el fondo
de eso se trata. ‘Men in black’ nunca ha querido jugar en las ligas mayores, y
el no tomarse demasiado en serio siempre ha sido una de sus virtudes.
La excusa para esta tercera
entrega es la fuga de un preso alienígena que viaja al pasado y lo altera, de
manera que J tiene que seguir sus pasos y hacer pareja con el joven K para
restaurar el presente. Tras un arranque lleno de magníficos gags como en los
mejores tiempos de la saga, el humor irá perdiendo terreno en beneficio de la
acción, mientras disfrutamos con la nueva/vieja pareja de hombres de negro y
sus aventuras en los locos 70 (atentos a Andy Warhol), hasta un desenlace
magistral que cambia por completo la relación entre los dos protagonistas. Ahí,
curiosamente en una escena dramática, es donde ‘Men in black III’ alcanza su mayor cima (hablamos del conjunto de
las tres entregas) y justifica su estreno.
Al igual que ocurre con ‘Missión: Impossible’, estamos ante una
saga por la que tengo especial debilidad y que no me canso de ver una y otra
vez, ya que (excepto la segunda de Cruise, aunque ya lleva 4), siempre ha
mantenido un alto nivel. Así que, por mí, que siga la fiesta (aunque tengo
dudas sobre el papel de Lee Jones en futuras entregas…).
El detalle: La mayor pega que le pongo a ‘Men in black III’ es que se han olvidado de cierto alienígena de 4
patas que protagonizaba algunos de los mejores momentos de las entregas
anteriores. Vale, no se han olvidado de él y está presente en este tercer film…
pero sin que escuchemos su melodiosa voz…
El detalle 2: Y, por cierto, la escena con el tío del graffitti del tráiler, no sale en la película.
Esta semana toca ir a lo seguro. 'MS1: Máxima seguridad', título tan poco sugerente como el original, 'Lock Out (Lockout) (Section 8) (Ms One: Maximum Security)', viene de la mano de los directores James Mather y Stephen St. Leger, que también firman el guión... junto a Luc Besson, productor, ya que la cinta es gala aunque parezca norteamericana por los cuatro costados. Es lo que tiene la factoría Besson, para bien y para mal.
Ciencia ficción de serie B (aunque diría que con presupuesto a lo grande), con Guy Pearce con uno de sus escasos papeles protagonistas, aquí en plan antihéroe, como un convicto encerrado por espionaje contra los Estados Unidos al que le toca lidiar con un motín en una cárcel espacial. Su misión: rescatar a la hija del presidente de los USA, que mira tú por donde, estaba allí cuando se originó el motín. Y si estáis pensando 'me suena de algo ese argumento', bingo!, porque, a grandes rasgos, es el de la mitica '1997, rescate en Nueva York' (1981) de John Carpenter y con Kurt Russell como el no menos mítico 'Snake'.
Con Besson de por medio y visto el tráiler, mamporros por doquier pero sin engañar al personal: pura evasión, con pinta de que saben hacerlo bien (y con Pearce disfrutando).
Del resto de estrenos, que tenemos unos cuantos, pero ningún blockbuster, a destacar dos, 'La senda', otra de terror patrio con Gustavo Salmerón e Irene Visedo, y 'Moonrise Kingdom', lo último de Wes Anderson, o sea, lo opuesto a Besson. Aquí nos arriesgamos a encontrar una propuesta original y llena de matices y posibilidades, pero que también puede resultar estrambótica o pasada de la raya. Eso sí, ojo al reparto que se ha cascado el director esta vez: Edward Norton, Bruce Willis, Bill Murray, Frances McDormand, Tilda Swinton y Harvey Keitel. Propuesta más arriesgada, pero tal vez más acertada.
Y van cinco. Es es el
número de veces en que he podido disfrutar en directo de Rafael Álvarez ElBrujo, el histrión que ha elevado el monólogo a la categoría de arte. Primero
fue ‘El Lazarillo’, en la extraordinaria versión de su amigo Fernando FernánGómez, que El Brujo ha hecho suya hasta confundirse con el personaje. Luego le
tocó el turno a ‘San Francisco, juglar de Dios’, del Nobel italiano Dario Fo,
sin lugar a dudas el mejor de todos sus montajes. Después, un original texto
del propio Rafael Álvarez sobre el ‘verdadero’ autor del Quijote, y ‘El
contrabajo’ de Süskind, la obra más alejada del estilo del actor, aunque la
acaba adaptando a su personalidad.
Y ahora, ‘El testigo’,
de Fernando Quiñones, posiblemente el monólogo que menos me ha gustado de los
cinco, aunque El Brujo siempre es El Brujo, y aquí, de hecho, lo es más que nunca.
‘El testigo’ carece de la hondura y la parte dramática de montajes anteriores,
lo que le resta puntos, aunque acaba siendo uno de los más divertidos. No en vano
Rafael Álvarez se convierte aquí en una caricatura del típico gaditano, dando
pie a chistes que abundan en lo común, como ‘¿Y tú de qué trabajas? Yo soy de
Cai’.
El Brujo es aquí un
cantaor flamenco, que habla sin cesar de otro cantaor ficticio, Miguel
Pantalón, al que conoció bien. Habla de su arte y de su difícil personalidad, y
lo hace con constantes disquisiciones, yéndose una y otra vez por los cerros de
Úbeda, contando mil cosas y no contando ná, mientras se mueve sin cesar por el
escenario, sentándose en todas las sillas de esa taberna en la que está solo, y sirviéndose chatitos de vino, que se toma, que no se toma, que vuelve a tomar el vaso, que lo vuelve a dejar. Y con grandes momentos como cuando comenta que 'habíamos quedado con la dirección del teatro en que habría tres jamones colgando, e iríamos cortando y comiendo, y cuando se acabaran, pues se acabó la obra, pero no los veo por ningún sitio'.
Porque El Brujo, más que nunca, rompe la cuarta pared y
convierte el monólogo en auténtico diálogo, sin dejar de preguntar qué hora es.
En mi caso, la obra coincidió con el primer partido de España en la Eurocopa,
así que antes de empezar la función, El Brujo, que no El Testigo, dio las
gracias al público, pues ‘pensaba que hoy estaría solo’, y durante la función no dejó
de preguntar cómo iba el partido. Buen maestro de la oratoria, aprovecha cada
posibilidad que le da la reacción del público para incluirla en el monólogo. Y
así, cuando ya va por el cuarto o quinto ‘Paquito Fulano..., también se murió’,
sorprende al público diciendo que ‘este no, este sigue vivo’, provocando la carcajada general.
Más que en cualquiera de
sus obras, aquí lo que importa es la forma y no el fondo, la manera de hablar
de El Brujo, de ese cantaor gaditano que trata de explicar el embrujo del
flamenco y mil cosas más y ninguna. También habrá momento para hablar de la
prima de riesgo y del aeropuerto de Castellón (mientras el público le grita 'valiente!'), de Gallardón y de Bibiana Aido,
que El Brujo siempre suele meter la crítica política en el saco y no dejar
títere con cabeza. Y cumplido el texto de Quiñones (‘yo creo que esto ya está,
si yo ya he cobrado, podemos irnos’, dice varias veces mucho antes de que acabe
la función), llega el habitual e imprescindible paréntesis o epílogo para hablar de su padre y seguir
haciendo reir con sus ocurrencias a un público cómplice.
El Brujo nunca cansa,
siempre sorprende y es el mejor vicio escénico del que se puede disfrutar en
nuestro país. Hasta la sexta.
Un niño pasea con su
impermeable amarillo bajo la lluvia, viendo cómo se desliza entre los arroyuelos
el barquito de papel que le ha hecho su hermano mayor, en cama con fiebre. El
barquito cae por una rejilla del alcantarillado… y abajo alguien se ofrece a
dárselo al niño, un payaso que también le dice que le dará un globo ‘porque aquí abajo todos flotamos, Georgie’.
Pero cuando el niño mete el brazo por la rejilla, el payaso se lo arranca de
cuajo.
Desde luego StephenKing lo cuenta mejor que yo, pero baste decir que solo este prólogo hace que
las más de 1.200 páginas (y con letra pequeña) de ‘It’ (Eso) sean lo mejor de toda su obra. Un libro que arranca con
un inolvidable comienzo ‘El terror, que
no terminaría por otros 28 años –si acaso terminó alguna vez-, comenzó, hasta
donde lo sé o puedo decirlo, con un barco hecho con una hoja de diario que
flotaba por una alcantarilla hinchada de lluvia’. Un arranque solo superado
por el de la otra obra cumbre del autor, ‘La
torre oscura’: ‘El hombre de negro
huía a través del desierto y el pistolero iba en pos de él’. Sencillo, pero muy
efectivo.
‘It’
es más que la obra maestra de Stephen King, su obra definitiva, la más
ambiciosa (vale, ‘La torre oscura’
se sale de madre). Aquí no hay una casa o un hotel encantado, es toda una
ciudad, Derry, que como de costumbre en su obra, pertenece al mismo estado en el que vive King, Maine. Allí habita Eso,
un mal más antiguo que el hombre. Eso es el monstruo del armario, el hombre del
saco, un ser que duerme durante 28 años y despierta para alimentarse de niños.
Su forma real no la conoceremos hasta el final, pero tiene la habilidad de
aparecer ante cada niño como lo que más teme. Eso le sirve a King para
mostrarnos un amplio repertorio de monstruos: el hombre lobo, la momia, un ojo
gigantesco, el mítico Paul Bunyan convertido en un gigante asesino, un leproso,
un pájaro aterrador, etc. Aunque la forma más reconocible es… la de un payaso,
lo que lo vuelve mucho más aterrador.
Pero ‘It’, y ese es su verdadero valor, es
mucho más que una novela de terror. Como en otras de las más apreciadas obras
del autor, como ‘Cuenta conmigo’, es
una reflexión maravillosa y sobrecogedora sobre la infancia. Los protagonistas
son un grupo de niños de 11 años que harán frente al mal en un verano
inolvidable, superando todos sus miedos gracias al poder que les da su amistad.
King les llama ‘los perdedores’, y en efecto, en ese grupo de 7, número mágico,
tenemos de todo: el tartaja, el gordito, el chistoso, el hipocondríaco, el
negro, el judío y la pelirroja desgarbada.
Todos ellos arrastran
sus propios problemas y temores reales, como una madre sobreprotectora que ha
convertido a su hijo en un asmático, un padre que pega a su hija y muy
posiblemente le hará cosas peores ahora que empieza a ser una mujer, o el odio del típico matón de clase, que aquí está más allá de la locura. Y en el
caso de Bill, el tartamudo, la obsesión por vengar a su hermano George, el
primer niño asesinado por Eso, y recuperar el cariño de sus padres, que no
parecen sentir nada por él desde la muerte de su hermano.
King narra el
enfrentamiento entre los chicos y Eso en dos épocas: el verano del 58, cuando
eran niños y todo parecía posible, y en 1985, cuando todos ellos rondan los 40
y ya no creen en nada. De hecho, ni siquiera recuerdan lo que ocurrió 28 años
atrás ni unos a otros, todo ha desaparecido de su memoria de manera mágica.
Esto permite al escritor acometer una cuidada estructura, en la que alterna
presente y pasado, a medida que los protagonistas van recordando y descubriendo
su pasado al mismo tiempo que el lector. Y, faltaría más, Bill es escritor,
otra constante en la obra de King, lo que aquí le sirve para hablarnos del
origen de las historias, de dónde las saca cada uno, y encima otro de los
amigos es bibliotecario, el depositario de la memoria oscura de Derry.
Porque King no se
conforma con contarnos la historia de esos niños, sino que su ambición es
testimoniar el horror que ha vivido Derry década tras década, siglo tras siglo.
No solo seremos testigos de la llegada de Eso eones atrás, sino que el autor
aprovecha los interludios entre las distintas partes en que divide la historia
central para viajar a momentos claves en la historia de Derry, en los que el
maligno influjo de Eso dio forma a pesadillas como una matanza a cargo de un
leñador y su hacha, la muerte de unos ‘Bonnie and Clyde’ acribillados por todos
los vecinos o un incendio con tintes racistas. Todo ello en relatos autónomos
que amplían y dan mayor profundidad a la historia central, que acaba con la apocalíptica destrucción de una ciudad maldita, narrada por el autor de manera épica.
Pero el mayor logro es
dar una absoluta verosimilitud a los siete protagonistas, definir sus
personalidades, en dos épocas tan distintas de su vida, con tantos matices, que
se vuelven tan reales en las páginas escritas por King que cuando acaba el
libro el lector comparte la misma sensación de los protagonistas, ha perdido a
sus mejores amigos. Porque ha compartido con ellos sus miedos y deseos y les ha
seguido a cada paso de su camino.
Con ellos descubriremos
que ‘los verdaderos monstruos son los
adultos’, el primer amor (con un emotivo triángulo amoroso), el despertar
sexual, el fin de los juegos, lo que supone volverse adulto… Y que creer en
monstruos puede hacerlos reales, pero también puede servir para acabar con
ellos, por ejemplo, convirtiendo un spray de agua en un veneno letal, si de
verdad lo crees.
Por eso, como los
protagonistas, al final, le cuesta creer que ‘nos
vamos de Derry; si todo esto fuera un relato, éstas serían las últimas cinco o
seis páginas, te estarías preparando para guardar esto en los estantes y
olvidarlo’.
En última instancia,
como dice el propio King, ‘It’ es ‘la fascinación eterna del cuento de hadas:
¿sería derrotado el monstruo… o comería?’.
PD:
Mira tú por donde, empieza a hablarse de una nueva adaptación fílmica de ‘It’.
Ya hubo una, en formato miniserie televisiva, en la que lo más destacado fue la
recreación del payaso Pennywise a cargo de Tim Curry en una de sus mayores
creaciones. Dicen que tendrá dos partes, una por cada época, lo cual me parece
un error, ya que la estrategia de King consiste en que lector y protagonistas
vayan descubriendo poco a poco en el presente qué ocurrió en el pasado, de
manera paralela. Puede que sea la única opción posible, pero le restará muchos
puntos. Y es imposible trasladar a la pantalla la prosa de King y todos los
matices de esta historia. Veremos.
SPOILER:
Magistrales los dos epílogos finales, pero me quedo con el primero, en el que
los protagonistas, tras vencer de manera definitiva a Eso, se dan cuenta de que
vuelven a olvidarse unos a otros debido a un poder superior. Les alivia, porque
no recordarán la pesadilla que han vivido, pero tampoco recordarán a los
mejores amigos que tuvieron nunca. La manera en que King describe cómo afrontan
eso los protagonistas es conmovedora e inolvidable. Tanto, como la escena en la que Beverly se las ingenia para salvar a todos sus amigos.
La última revisión de
la clásica historia de Blancanieves supone otro buen ejemplo de posibilidades
echadas a perder. Y es que, una vez más, estamos ante una de esas películas de
Hollywood en las que da la impresión de que el guión se escribió en una tarde y
la dirigió el primero que pasó por allí.
‘Blancanieves y la
leyenda del cazador’ no es un truño, pero tampoco le falta tanto para serlo. Resulta bastante entretenida y se ve sin problemas, sobre todo si
uno no le da demasiadas vueltas a lo que está viendo. Pero ocurre que el
modelo que se ha buscado es ‘El señor de los anillos’ y la comparación resulta
imposible. También con algunos ecos de Narnia, la película funciona bastante
bien, pero en cuanto se estrene ‘El hobbit’ quedará reducida a un pequeño
cuento sin gracia.
Tal vez lo mejor de la
cinta sea la parte inicial, con la aparición de la bruja, cuya historia se
desarrolla más, añadiéndole un hermano y ciertas revelaciones de su pasado. Porque la
bruja es mala, mala, mala… pero tal vez no tanto. Esa es una de las
posibilidades perdidas, ya que no se acaba de aprovechar el potencial del
personaje, ni esa ambigua relación con su hermano que podía haber dado para mucho más, ni a una Charlize Theron que en los mejores momentos parece la
reencarnación de la bruja de la mítica versión animada de Disney (clavada en
una de las secuencias) y le pone
intensidad a su interpretación… para casi desaparecer del metraje tras la
primera media hora.
Y ahí llega uno de los
principales problemas del film, y es que además de un guión flojo y un director
sin personalidad, su protagonista, Kristen Stewart, muestra una absoluta falta
de carisma, que queda patente sobre todo en la arenga ante las tropas antes de
convertirse en Juana de Arco. Ahí me hubiera gustado ver a Jennifer Lawrence,
aunque su físico no tenga mucho que ver con el de Blancanieves. Claro que
tampoco la crepusculita da mucho el pego, y encima tenemos un grave error de
casting: la bruja es mucho más bella, pero mucho.
También se desaprovecha
el espejo mágico, que solo sale una vez, la que aparece en el tráiler, y lo de
la falta de carisma también va por el príncipe. Ahí, quien salva el día, mira
tú por donde, es Chris Hemsworth. Mucho más inspirado que en su recreación de Thor,
hace que nos olvidemos de que el personaje del cazador estaba pensado para
Viggo Mortensen (¿alguien dijo Aragorn?) y acaba haciendo suyo el personaje.
También echan una mano
los enanitos,
que aportan el único toque de humor a una película demasiado oscura. Los
enanitos son además el mejor efecto especial, al convertir en unos hombres
diminutos a tiarrones (y actorazos) como Ian Mcshane, Bob Hoskins, Ray Winstone o Toby Jones.
La película, pues, se mueve
entre la corrección y el desastre. A ratos parece que puede levantar el vuelo,
con escenas como la del troll, las mujeres del puerto o el bosque de las hadas,
pero es incapaz de superar su condición de imitación desganada de ‘El señor de
los anillos’ en la que demasiado a menudo las cosas se acaban resolviendo de cualquier manera... como en un final de lo más flojo, en el que parecen quedar demasiadas cosas en el aire... posiblemente porque parece que habrá secuela. Y es que parece que estamos poco exigentes.
Lo dicho, si queréis
fantasía de la buena, con una gran historia, director y actores, y magia de verdad, esperad a ‘El hobbit’ (no nos defraudes, Jackson).
PD: En la clasificación de blockbusters 2012, por ahora ganan de calle 'Los Vengadores' y 'John Carter', y quedan muy atrás 'Blancanieves y la leyenda del cazador' y 'Los juegos del hambre' (aunque esta supera, pero por mucho, a la versión del cuento de los Grimm).
Y sigue la pereza, de ir al cine se entiende, con estrenos y más estrenos, digamos, de saldo o de interés más bien bajo. Así que vale aquello de 'el tuerto es rey en país de ciegos' y, una semana más, nos quedamos con un estreno nacional. Y es que al fin y al cabo, detrás de 'Sueño y silencio' (otro título que invita al sopor...) está Jaime Rosales, que ya triunfó en los Goya con 'La soledad' (2007), otra cinta bastante sobrevalorada.
Aquí, a tenor del argumento, parece intentar repetir la jugada, con otro acontecimiento trágico y fortuito como motor, explorando sus consecuencias con total ausencia de artificio y utilizando a actores desconocidos. Me da que Rosales se cree Haneke, pero o han cambiado las cosas, o se queda muy lejos. Eso sí, de lo más interesante de este fin de semana.
Semana variada en cuanto a estrenos, aunque la mayoría dan más pereza que otra cosa. Los USA ganan en cantidad, aunque la cosa está igualada. En Francia tiran de romanticismo, ya sea en versión dramática, '4 lovers' o en tono de comedia, con '¿Y si vivimos todos juntos?', que destaca por un reparto internacional, en el que encontramos, entre otros, a Daniel Brühl, Geraldine Chaplin y hasta Jane Fonda.
En Hollywood tenemos el regreso a la dirección de Lawrence Kasdan, con uno de sus habituales, Kevin Kline, acompañado por Diane Keaton en 'Por fin solos', otra de romance en las fronteras de la tercera edad. El thriller, con toques fantásticos incluidos, viene de la mano de 'La sombra de los otros', otra con título de videoclub con Julianne Moore y Jonathan Rhys Meyers, que ha tardado un par de años en estrenarse en nuestro país. Y el estreno gordo de la semana, la enésima Blancanieves, aquí, de nuevo, con una madrastra que golea en belleza a la protagonista (Charlize Theron versus la crepusculita Kristen Stewart). A diferencia de la reciente versión de Tarsem Singh (allí con Julia Roberts y Lily Collins) que optaba por la comedia más desenfadada, aquí parece que han querido recrear 'El señor de los anillos', así que estoy entre la esperanza de algo épico y la pereza porque me imagino lo peor...
...las mismas sensaciones que me provocan los dos estrenos patrios del fin de semana. 'Miel de naranjas' puede devolvernos al mejor Uribe, el de 'Días contados', o ser la enésima película sobre la guerra civil. Por ahí andan Karra Elejalde, Eduard Fernández... y Ángela Molina, pero también Blanca Suárez. Y por último, 'En fuera de juego', comedia sobre el mundo del fútbol con un reparto de lo más televisivo, con Fernando Tejero, Hugo Silva y Patricia Montero. Pero también están Pepe Sancho y sobre todo Diego Peretti, así que me quedo con la apuesta segura, porque algo nos reiremos ¿no?