La segunda temporada de
Twin Peaks es un buen ejemplo de que ‘quien mucho abarca, poco aprieta’ y de
que estirar demasiado una historia nunca es buena idea. Pero tanto éxito tuvo la primera
entrega, de apenas 8 episodios más el piloto, que se quiso exprimir al máximo
la gallina de los huevos de oro y la segunda tanda se prolongó hasta los 22
capítulos, eso sí, con alguna interrupción para tratar de arreglar el
desaguisado.
Simplificando, la
continuación de
Twin Peaks puede dividirse perfectamente en tres partes más o
menos homogéneas. La primera de ellas viene a tener una duración
aproximadamente similar a la primera temporada, y tal vez lo mejor hubiera sido
poner fin a la serie en ese momento. Estos primeros capítulos arrancan con un
nuevo ‘piloto’ de hora y media y la acción sigue desarrollándose a capítulo por
día.
David Lynch y
Mark Frost aún estaban al timón de la nave, el primero
dirigiendo los capítulos clave, y las tramas seguían ganando en interés.
El caso es que la
productora obligó a Lynch a desvelar la identidad del asesino de Laura Palmer,
y ahí se acaba lo bueno. La serie se marca unos continuará brutales a medida
que primero el espectador y luego los protagonistas descubren toda la verdad,
hasta un capítulo magistral, de nuevo a cargo de Lynch, que cierra la trama
central de manera impecable… si uno acepta la resolución sobrenatural ideada
por los creadores de la serie.
A partir de ahí
Twin
Peaks cae en picado como pocas veces se ha visto en television, ya que, sin
Lynch ni Frost, los nuevos guionistas no saben qué hacer con los personajes, y eso que el reparto era de lo más extenso y variado. Buen
ejemplo de ello es la trama que idean para retener a Cooper en Twin Peaks una
vez que ha resuelto el caso, en la que le tienden una trampa y acaba siendo
retirado del servicio e investigado por tráfico de drogas. La historia tiene su
interés, pero pierde originalidad y fuerza con respecto a lo visto hasta el momento.
Una trama en la que además Audrey es secuestrada, lo que reduce en gran medida
su presencia en pantalla y su interacción con el resto de personajes. Y es que
tampoco ayudaron los celos de
Lara Flynn Boyle, que encarnaba a Donna y por
aquel entonces salía con
Kyle MacLachlan, el agente Cooper, hacia
Sherilynn Fenn, que interpretaba a Audrey Horne, el interés amoroso de Cooper en la
serie. Así que los guionistas tuvieron que olvidar el romance y buscarle una
nueva historia amorosa con poca chicha a Audrey, por cierto con un juvenil
Billy Zane.
Hablando de Audrey, su
padre, uno de los personajes más carismáticos, tocará fondo y pasará varios
capítulos enajenado, recreando batallitas de la guerra civil norteamericana…
solo para recuperar algo de interés en los últimos capítulos, con cierto
misterio que le une a la familia de Donna.
El triángulo entre esta
última, James y la prima de Laura, ya apuntado en la primera temporada, no deja
de ganar intensidad hasta la resolución del misterio en torno a la muerte de
Laura. A partir de ahí, desaparecida toda la familia de Laura de la acción, James
coge su moto y se larga, para vivir una trama de cine negro con mujer fatal
incluida, pero tan falta de interés como falto de carisma está el actor que
interpreta a James. Mientras, Donna se queda sin papel y Shelly y su novio no logran despertar interés en toda la temporada. Por cierto, ojo a lo que le depara el destino al marido de la camarera...
También llegan nuevos
personajes, aún más estrambóticos, como el agente travestido del FBI que
encarna un
David Duchovny pre
Expediente X y
Californication. Y sigue la
comedia surrealista, con apariciones del propio Lynch, ya sea como un agente
sordo del FBI o en su versión infantil.
No será hasta los
últimos episodios, con el regreso de Lynch y Snow, cuando la serie remonte el
vuelo, especialmente con la trama en torno a Windom Earl (en la imagen), un personaje del que
se habla mucho antes de su primera aparición, e incluso al que ya se mencionaba
en la primera temporada: el excompañero de Cooper en el FBI, que por motivos
que ya se desvelarán, acabó en un psiquiátrico del que ahora escapa para iniciar una macabra partida de ajedrez.
Earl encontrará en Kenneth Welsh el perfecto actor para encarnar a este siniestro y desquiciado malvado, mientras
se van atando todos los cabos en torno a los misterios que rodean Twin Peaks y
sus bosques. Todo ello a medida que Cooper se enamora de nuevo y se acerca la
noche en la que se elegirá a Miss Twin Peaks, con prácticamente todo el reparto
femenino como candidatas, incluyendo a las nuevas adquisiciones de esta
temporada: una jovencísima
Heather Graham y una Robin Lively que vuelve locos a
todos los varones de Twin Peaks.
Al final, Lynch cerrará
la serie, según cuenta, como él quería, ‘dinamitando’ esta pequeña población, y
pese a que el ultimo capítulo resulta más lynchniano que nunca y a muchos les
puede parecer una tomadura de pelo –por cierto, apuntando por dónde podía
seguir la serie en una hipotética tercera temporada-, desde luego el plano
final es magistral, y de los más perturbadores que se hayan visto nunca en la
pequeña pantalla.
Al final, y pese al
bajón experimentado durante demasiados episodios, la segunda temporada nos
muestra un Twin Peaks que sigue valiendo la pena visitar, ya sea para reírse
viendo si Lucy se decanta por Andy o por su otro pretendiente (mientras trata
de averiguar quien es el padre de su hijo) o cómo Nadine tras darse un golpe cree
que está otra vez en el instituto y adquiere la fuerza de un titán ¿?, seguir
los enredos amorosos de jóvenes y no tan jóvenes o aterrorizarse con las apariciones del
fantasmal Bob… o tomarse un café y unos donuts con Coop y el sheriff Truman.
Y es que Twin Peaks ya
hace tiempo que forma parte de la historia de la television, en la que supuso
toda una revolución y abrió la puerta a que pudiesen realizarse muchas series
que antes hubieran sido impensables.
El detalle: En esta
segunda temporada se estrenó en la dirección de algún capítulo la actriz
DianeKeaton, y también asumió este cometido
James Foley, director entre otras de
Glengarry Glenn Ross.
La escena: Y no me olvido del final de Josie Packard, tan original como perturbador.