La esperada (su estreno
en USA fue el cuarto mejor de la historia, solo superado este año por el de
Iron Man 3) secuela de Los juegos del
hambre nos ratifica en las sensaciones que nos dejó la primera entrega:
estamos ante algo grande, pero que no acaba de alcanzar la altura
cinematográfica que promete su potencial.
La obra de SuzanneCollins nos habla de rebelarse ante un sistema que crea esclavos para las
clases altas, donde, como dice la protagonista, Katniss, en En llamas, unos pasan hambre mientras
otros vomitan para no dejar de comer. Una situación que, de hecho, vivimos hoy
en día, al igual que desde que el hombre inició su historia, aunque en Los juegos del hambre, como ocurre en
la ficción, es exagerada hasta el infinito.
Valga como ejemplo que,
si a alguien se le ocurre manifestarse, disentir de la opinión del
Gobierno/Dictador de turno, en En llamas
simplemente se le pega un tiro en la nuca. Más civilizado, el PP ha ideado en
España una bonita ley antimanifestación a base de multas astronómicas, que persigue idéntico fin.
Tras los hechos
ocurridos en Los juegos del hambre,
empiezan a soplar aires de rebelión, así que el Capitolio usa la mano dura para
sofocarlos. De esto veremos poco en el film, que pasa bastante de puntillas
sobre estas cuestiones para garantizarse el éxito comercial, aunque, como ya he
apuntado, no renuncia por completo a remover la conciencia social. Además,
tiene la coartada de que la propia Katniss no es plenamente consciente de lo
que está ocurriendo y va asumiéndolo a medida que avanza el metraje.
La película se centra,
pues, en los intentos del dictador, magistralmente encarnado por Donald Sutherland, y su nueva mano derecha, a cargo de Philip Seymour Hoffman, por
desacreditar a Katniss, convertida en símbolo de la rebelión. Primero intentará
atraerla a la causa, luego destruir su imagen pública, y por último, matarla.
Hasta que toma esa
última decisión tenemos la mejor parte de la película, aproximadamente la
primera mitad, en la que la trama avanza hacia donde debería, convertida en un
drama con tintes sociales, donde la protagonista rechaza una y otra vez su
condición de mesías, que supera con mucho la típica película de triángulo
amoroso juvenil. Nada que ver con la primera entrega de Crepúsculo.
Pero esto es Los juegos del hambre, así que entramos
en la repetición de la primera entrega, con una nueva sesión de esos juegos de
acción en los que solo puede haber un superviviente. Como en toda secuela hay
que dar más de lo mismo, ahora quienes luchan son los ganadores de anteriores
ediciones, lo que permite enriquecer el reparto con Jena Malone, Jeffrey Wright o Amanda Plummer.
El director, Francis Lawrence, que
desde luego firma aquí su mejor película, bastante por encima de su floja
adaptación de Soy leyenda (2007), se las
ingenia para convertir esta parte del film en un carrusel de acción en el que
la tensión no baja un momento. Y sortea la posibilidad de ver a un montón de
gente matándose entre sí, y a la propia Katniss ensuciando su imagen, haciendo
que todas las amenazas a las que han de hacer frente la protagonista y compañía
sean de carácter ‘natural’: tormentas, niebla, animales, etc.
Y así hasta un final menos
original que el primero y mucho más abrupto, no tanto como el de la segunda
parte de El hobbit, pero casi. Un
final tras el que nada volverá a ser lo mismo, por lo que esperamos que la
tercera entrega de la saga sea la mejor… El problema es que, como ocurrió con
Harry Potter y Crepúsculo, el último libro se ha dividido en dos entregas
cinematográficas, así que probablemente la tercera entrega solo alcanzará su
potencial… si entendemos las partes 3 y 4 como un todo. En fin.
El detalle: Al menos
para mí, la primera aparición de Philip Seymour Hoffman no puede ser más
impactante, o más bien fuera de lugar. Y es que en una gran fiesta del
Capitolio, con todo el mundo luciendo estrafalarios vestidos y maquillaje, el
actor aparece como si acabara de salir de su casa, como si ni siquiera
estuviera en una película, como si aquello no fuera con él.