domingo, 3 de noviembre de 2013

Y Tony Scott se despidió con una obra maestra


Tony Scott siempre fue ‘el otro Scott’, el comercial, el videoclipero. Aunque debutó en la gran pantalla con The hunger (1983), film de culto con un original acercamiento al vampirismo, ahí se quedarían los elogios de la crítica, que siempre prefirió a Ridley. Y es que con su siguiente trabajo, Top Gun (1986), Tony se apuntaría al cine más orientado a la taquilla, en el que altenaría títulos más inspirados (Superdetective en Hollywood 2 (1987)) con otros más flojos (El último boy scout (1991)).

Dos años antes de su suicidio en 2012, Tony filmó su último trabajo para la gran pantalla, Imparable (2010), despidiéndose, aunque entonces nadie lo sabía, con una de sus películas más redondas. Lo más curioso es que esta cinta llega después de su remake de Pelham 1, 2, 3 (1974), película con la que Imparable tiene bastantes similitudes. En la primera el argumento gira en torno al secuestro de un vagón de metro, y en la que nos ocupa el ‘protagonista’ es un tren que circula sin control.

En ambos casos tiene un importante papel la central desde la que se dirige, en un caso la circulación del metro, y en el otro la de los trenes, que en cierto modo juegan el rol del departamento informático, puesto de moda por 24 y la saga Bourne.

Pero lo realmente curioso es que donde el remake de Pelham naufragaba en todos los aspectos, quedándose muy lejos del original, con un Denzel Washington que no hacía olvidar a Walter Matthau, y sobre todo un Travolta que hacía añorar a Robert Shaw, Imparable funciona y atrapa al espectador (casi) de principio a fin.

Lo del ‘casi’ viene por un arranque un tanto desconcertante, en el que la trama tarda demasiado en arrancar, y también tarda en quedar claro cuál será el papel de los dos protagonistas, encarnados por Washington y Chris Pine. A partir de ahí, el menor de los Scott borda lo que siempre se le dio mejor: mover a la perfección los hilos de una superproducción de acción, con escenas de gran complejidad que involucran trenes, coches y hasta helicópteros, imprimiendo al montaje un ritmo infernal.

Imparable es puro cine palomitero. Tampoco es nada más que eso, pero cuando Tony le pilla el punto, se convierte en un mecanismo de relojería imparable que clava al espectador a la butaca. Por supuesto también ayuda a ello la habitual eficacia de Washington, uno de los pocos actores a los que da gusto ver actuar incluso, como es el caso, van con el piloto automático puesto. Solo que el intérprete afroamericano le aporta siempre a sus personajes una dosis de humanidad que los hace únicos.

Washington trabajó en Imparable por quinta ocasión con Tony Scott, de quien se acabó convirtiendo en actor fetiche. Y eso que entre su primera y segunda colaboración, Marea Roja (1995) y Man on fire (2004), casi pasó una década. A partir de ahí, Denzel se convirtió en imprescindible para Tony, que salvo en su siguiente trabajo, Domino (2005), protagonizado por Keira Knightley, contó con él para sus tres últimas películas: la pasable Dejà vu (2006), el pésimo remake de Pelham (2009) e Imparable (2010).

Junto a Washington encontramos a Chris Pine, que como en Star Trek (2009), muestra cierto carisma y mantiene el tipo, y a Rosario Dawson, que también repite el papel de Matthau en Pelham y sale más que airosa.


Por fortuna Tony no se despidió con Pelham, sino con Imparable, impecable cinta de acción, que con la más compleja Spy game, está entre lo mejorcito del director.  

El detalle: Ojo al arranque de la película y a cómo empieza a gestarse el desastre. Casi parece que la acción transcurra en España, con tanto incompetente suelto.


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