Tony Scott siempre fue ‘el
otro Scott’, el comercial, el videoclipero. Aunque debutó en la gran pantalla
con The hunger (1983), film de culto con un original acercamiento al
vampirismo, ahí se quedarían los elogios de la crítica, que siempre prefirió a
Ridley. Y es que con su siguiente trabajo, Top Gun (1986), Tony se apuntaría al
cine más orientado a la taquilla, en el que altenaría títulos más inspirados
(Superdetective en Hollywood 2 (1987)) con otros más flojos (El último boy scout
(1991)).
Dos años antes de su
suicidio en 2012, Tony filmó su último trabajo para la gran pantalla,
Imparable (2010), despidiéndose, aunque entonces nadie lo sabía, con una de sus
películas más redondas. Lo más curioso es que esta cinta llega después de su
remake de Pelham 1, 2, 3 (1974), película con la que Imparable tiene bastantes
similitudes. En la primera el argumento gira en torno al secuestro de un vagón
de metro, y en la que nos ocupa el ‘protagonista’ es un tren que circula sin
control.
En ambos casos tiene un
importante papel la central desde la que se dirige, en un caso la circulación
del metro, y en el otro la de los trenes, que en cierto modo juegan el rol del
departamento informático, puesto de moda por 24 y la saga Bourne.
Pero lo realmente
curioso es que donde el remake de Pelham naufragaba en todos los aspectos,
quedándose muy lejos del original, con un Denzel Washington que no hacía
olvidar a Walter Matthau, y sobre todo un Travolta que hacía añorar a Robert Shaw,
Imparable funciona y atrapa al espectador (casi) de principio a fin.
Lo del ‘casi’ viene por
un arranque un tanto desconcertante, en el que la trama tarda demasiado en
arrancar, y también tarda en quedar claro cuál será el papel de los dos
protagonistas, encarnados por Washington y Chris Pine. A partir de ahí, el
menor de los Scott borda lo que siempre se le dio mejor: mover a la perfección
los hilos de una superproducción de acción, con escenas de gran complejidad que
involucran trenes, coches y hasta helicópteros, imprimiendo al montaje un ritmo
infernal.
Imparable es puro cine
palomitero. Tampoco es nada más que eso, pero cuando Tony le pilla el punto, se
convierte en un mecanismo de relojería imparable que clava al espectador a la
butaca. Por supuesto también ayuda a ello la habitual eficacia de Washington,
uno de los pocos actores a los que da gusto ver actuar incluso, como es el
caso, van con el piloto automático puesto. Solo que el intérprete afroamericano
le aporta siempre a sus personajes una dosis de humanidad que los hace únicos.
Washington trabajó en
Imparable por quinta ocasión con Tony Scott, de quien se acabó convirtiendo en
actor fetiche. Y eso que entre su primera y segunda colaboración, Marea Roja (1995)
y Man on fire (2004), casi pasó una década. A partir de ahí, Denzel se
convirtió en imprescindible para Tony, que salvo en su siguiente trabajo,
Domino (2005), protagonizado por Keira Knightley, contó con él para sus tres
últimas películas: la pasable Dejà vu (2006), el pésimo remake de Pelham (2009)
e Imparable (2010).
Junto a Washington
encontramos a Chris Pine, que como en Star Trek (2009), muestra cierto carisma y
mantiene el tipo, y a Rosario Dawson, que también repite el papel de Matthau en
Pelham y sale más que airosa.
Por fortuna Tony no se
despidió con Pelham, sino con Imparable, impecable cinta de acción, que con la
más compleja Spy game, está entre lo mejorcito del director.
El detalle: Ojo al arranque de la película y a cómo empieza a gestarse el desastre. Casi parece que la acción transcurra en España, con tanto incompetente suelto.
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