No sé si a su pesar o no, probablemente lo último, Carlos Larrañaga siempre tuvo que llevar el sanbenito de galán del cine español. Lo cierto es que el actor, que nos dejaba ayer tras una larga enfermedad, es indudablemente historia viva de dicha profesión. Miembro de una histórica saga de actores (Amparo Rivelles, Amparo Larrañaga...), debutó en la gran pantalla siendo un niño, aunque fue la televisión la que acabó convirtiéndolo en un rostro conocido para todos, primero con su papel de joven cacique en Los ozos y las sombras, y después con el de golfo de buen corazón de Farmacia de guardia, tal vez su mejor papel, y desde luego el más popular.
Más noticia en los últimos años en la prensa del corazón que en las informaciones sobre cine, aún le tuvimos en buena forma en películas como Luz de domingo, de Garci, bordando de nuevo el papel de cacique con esa chulería que al parecer también se gastaba en la vida real, o en la tardía secuela de Farmacia de guardia que volvió a reunir a la mayor parte del reparto original no hace mucho. Descanse en paz.
Y doble post el de hoy, con los estrenos, de medio pelo de esta semana, con americanadas como Abraham Lincoln, cazador de vampiros (me abstengo de cualquier comentario porque no quiero desbarrar...), o Desmadre de padre, la última mamarrachada de Adam Sandler, cuyo éxito nunca he entendido.
Así que el estreno de la semana no es otro que Tadeo Jones (qué floja está la cosa), cinta de animación española que sigue tratando de explotar el filón del famoso aventurero en clave de comedia, y con Michelle Jenner doblando a la protagonista femenina.
Black
Mirror es otra de esas series británicas que han roto moldes,
imponiendo además un nuevo género, el dramedia, al mezclar drama y comedia de
una manera única, aunque en este caso creo que solo podría entenderse como tal
el primer episodio de lo que en realidad es una miniserie de tres capítulos de argumento independiente, unidos por la reflexión sobre la
televisión como espejo oscuro del ser humano.
El
primero de ellos, El himno nacional, es el que ha logrado mayor fama gracias a su
original punto de partida: unos terroristas raptan a la princesa de la familia
real británica y exigen a cambio de su vida que el primer ministro tenga sexo
con un cerdo y que todo sea emitido en directo por televisión. A
partir, de ahí, tenemos lo más parecido a un capítulo de 24, con la policía tratando de rescatar a la princesa antes de que
se cumpla el plazo dado por el secuestrador, mientras el primer ministro ve
cada vez más cerca el momento de cumplir con lo exigido.
Lo
mejor del episodio es cómo muestra la influencia que tienen las redes sociales en lo que
ocurre. Así, vemos cómo los medios de comunicación masivos, las televisiones en
concreto, se pliegan a las órdenes del Gobierno de no divulgar nada sobre el
secuestro, cuando todo el mundo sabe lo que ocurre gracias a Youtube,
Facebook y Twitter. Solo cuando las televisiones norteamericanas lo divulgan
pasan a hacerlo las inglesas, que aún así no aclaran qué es lo que pide el
secuestrador… cuanto todos lo saben gracias a internet.
Del
mismo modo, las encuestas van mostrando cómo la opinión pública pasa de estar
en contra de que el primer ministro claudique a mayoritariamente a favor de que
cumpla con lo exigido, a partir del momento en el que se descubre un plan para
engañar al secuestrador por medio de un actor porno.
El
capítulo es impecable en su planteamiento y desarrollo, acercándonos cada
minuto al final anunciado desde el principio, con ese Londres desierto porque todo
el mundo está ante el televisor pese a que el Gobierno ha prohibido mirar la tv
o grabar la escena. A pesar de ello, para mí no deja de ser el episodio más flojo de la serie.
Mucho
más interesante me resulta el segundo, Toda tu vida, que al igual que el
siguiente tienen un mayor componente de ciencia ficción. En este caso, con una
idea digna del mismísimo Philip K. Dick: una especie de microchip implantado en
el cuello permite a las personas grabar todo lo que registran los ojos. Así que
ríase usted de la revolución de las cámaras digitales y olvídese del alzheimer.
Un
pequeño dispositivo permite rebobinar esta memoria artificial atrás y adelante,
de manera que la gente ya no ve la televisión ni el cine, sino que el nuevo
pasatiempo es proyectar en una pantalla las imágenes del viaje de hace tres
años o las relaciones sexuales mantenidas con una ex novia. Esto
abre una infinidad de posibilidades, como la obligatoriedad de revisar los
últimos días vividos, como medida de seguridad antes de poder subir a un avión
A
partir de ahí, el argumento se centra en un abogado al que tras una cena se le
mete en la cabeza que su mujer está liada con un antiguo amigo, y no parará
hasta saber la verdad. Para ello utiliza una y otra vez todas las posibilidades
de la memoria visual, que permite ver las imágenes a cámara lenta, leer los
labios, etc. Toda tu vida se convierte así en un apasionante relato de intriga
con final desolador.
Por
último, el tercer episodio, 15 millones de méritos, resulta el menos original,
puesto que ofrece otra reflexión sobre los programas tipo Gran Hermano u
Operación Triunfo, ya vista anteriormente en Los juegos del hambre y otras
películas o libros. En este caso nos encontramos con una sociedad alienada, en
la que las clases inferiores pasan el día pedaleando en una bicicleta para
producir energía y viven en unos pequeños cubículos cuyas paredes no dejan de
proyectar programas de televisión de lo más banal, que fomentan la denigración
del ser humano. Valga como ejemplo que cuando la televisión ofrece ver porno (lo que hace continuamente) hay que pagar ¡para negarse a verlo!
La única manera de escapar a ese destino es
participando en Hot Shots, el concurso de talentos, para lo cual hacen falta 15
millones, de ahí el título. El protagonista, Bing, cede dicha cantidad a Abi (interpretada por Jessica Brown-Findlay, la Sybil de Downton Abbey), una
compañera a la que acaba de conocer mientras pedalea, y a la que ha escuchado
cantando de manera maravillosa, para que pueda alcanzar su sueño de convertirse
en cantante... pero el paso de la joven por Hot Shots acabará convirtiéndose en
una pesadilla de la manera más imprevisible, provocando que Bing trate de
rebelarse contra el sistema por haber aniquilado lo único que le había parecido
real y puro en esa sociedad que solo responde a los estímulos más básicos.
El
capítulo, entre otros aspectos, se caracteriza por los escasos diálogos, consecuencia de una sociedad narcotizada en la que los seres humanos apenas se
comunican entre sí y solo se dedican a ejecutar un trabajo repetitivo y consumir
televisión.
El creador de la serie, Charlie Brooker, ha mostrado un ojo clínico a la hora de poner sobre la mesa toda una serie de reflexiones poco agradables sobre cómo nos afectan los medios audiovisuales, y hacerlo además de una manera muy atractiva, como si de una versión actualizada de la mítica Dimensión Desconocida se tratara. Otra historia es si Cuatro ha acertado con su manera de programar la serie: toda de golpe en una sola noche, sin apenas dar tiempo para que uno paladee cada capítulo y pueda analizarlo en profundidad.
El
detalle cinéfilo: El último episodio cuenta con la intervención estelar de Rupert Everett como uno de los miembros del jurado de Hot Shots, con mucha, pero mucha
mala baba. Se sale.
Spoilers
A
destacar, dos escenas tremendas. La primera, el brutal epílogo del segundo
capítulo, en el que el protagonista hace lo único que le queda tras destrozar
su matrimonio y perder a su mujer e hijo: arrancarse por su cuenta el dichoso
microchip, para evitar visionar una y otra vez cada momento de felicidad que
vivió con ellos, como ese breve y maravilloso instante a cámara lenta en el que su mujer le sonríe
mientras hace algo tan cotidiano como subir una escalera.
Y
dos, el paso de Aby por Hot Shots, sin duda la secuencia cumbre del tercer
capítulo, donde después de escucharla cantar con voz angelical, el jurado le suelta
que hay demasiadas cantantes y que ella solo tiene futuro… como actriz porno. Encima,
para que acepte su oferta de trabajar para un canal x, la presionan diciéndole
que quien se cree que es para rechazar una propuesta como esa, por la que
cualquier mujer daría lo que fuera, y sugieren que a lo mejor no es capaz de
hacer otra cosa que pedalear. Y eso mientras el público del plató no deja de
animarla a aceptar.
Last
Exile es una de esas joyitas que la animación japonesa nos regala de cuando en
cuando. Serie de 26 episodios producida por la todopoderosa Gonzo para celebrar su décimo aniversario, se encuadra en
el género de la ciencia-ficción, más concretamente el steampunk, ambientado en una época similar a la de la revolución industrial inglesa, con el vapor como fuente de energía principal.
La
acción arranca en un planeta, por tanto, retrofuturista, en el que el agua es
el bien más preciado (los personajes reaccionan ante el agua de graduación más
limpia como si fuera champán) y los protagonistas son Claus y Lavie, dos jóvenes
que se dedican a repartir mensajes en sus vanships, pequeños aviones
propulsados a vapor.
Poco
a poco se irá descubriendo el vasto tapiz en el que van a tener que desenvolverse
los protagonistas, arrastrados a luchas e intrigas que ponen en juego el
destino del planeta. Por simplificar, hay dos facciones enfrentadas y una
tercera, la más poderosa, oculta en el Océano Turbulento, una zona del cielo
azotada por vientos huracanados en la que murieron los padres de los
protagonistas. Y también está el misterioso Exile, un objeto del que poco se
sabe pero que todos quieren poseer.
Los
protagonistas se verán arrastrados al ojo del huracán cuando rescaten a una
niña, Alvis, que también parece decisiva para el futuro de todos, y acabarán
en el Silvana, una invencible nave espacial de batalla, no menos legendaria que su capitán,
Alex, que recuerda mucho al mítico Capitán Harlock y que también guarda un
pasado más que intrigante.
Uno
de los puntos fuertes de la serie son los personajes, dotados de gran
carisma y que además van evolucionando a
medida que se suceden los acontecimientos, como Tatiana, obsesionada con ser la
mejor piloto… hasta que descubrirá que hay otras cosas más importantes; la primera oficial del Silvana, Sofía,
cuya verdadera identidad hará que tenga que tomar una difícil decisión que
afecta a todos; o sobre todo, Dio, hermano de la mala de la función, Maestro Delphine, que solo parece
buscar la diversión y cuya creciente obsesión por Claus le llevará a cambiar…
si le dejan. Y mucha atención a la trama romántica de la segunda mitad de la
serie, cuando Lavie descubre que ya no quiere a Claus como un hermano o un
amigo, mientras a él se le multiplican las pretendientes.
Otra
de las bazas de Last Exile son las escenas aéreas, tan impresionantes como en
la película Skycrawlers, que nos devuelven la pasión por volar. Desde las
carreras de vanships de los primeros episodios hasta las formidables batallas del tramo final, realizadas además en 3D, en contraste con el estilo
tradicional con el que se representan los personajes, lo que dota a la serie de
un aspecto visual propio y muy característico.
Cada
capítulo lleva por título una jugada de ajedrez y la acción va en un continuo
in crescendo, haciendo primero que nos encariñemos con los protagonistas para
luego ir desvelando un secreto tras otro y sumando peligro tras peligro, para
mediada la serie pisar el acelerador en una continua escalada épica… de la que
no todos saldrán con vida.
Fin de semana pobrísimo en estrenos, aunque tenemos un par con ciertas dosis de interés. Por un lado, la segunda entrega de los mercenarios de Stallone, un proyecto en el que pocos creyeron y cuyos buenos resultados en taquilla han servido para que se acabe sumando al carro hasta el último héroe de acción de los 80, desde Van Damme a Schwarzenegger, pasando por Willis o el mismísimo Chuck Norris.
Tampoco faltan dosis de testosterona en el otro gran estreno de la semana, Manolete, la biografía del famoso torero impulsada por uno de los mayores productores españoles, cuyo presupuesto se acabó disparando hasta los 20 millones de euros y cuyos impagos a proveedores han hecho que su estreno, en apenas 50 salas, se haya retrasado seis años.
Llega pues el momento de comprobar si la película era tan mala como decían las malas lenguas o si en la pantalla había química entre Adrien Brody (que luego encarnaría a Dalí en el Mignight in Paris de Allen) y Penélope Cruz. Ojo a los secundarios, donde tenemos a Santiago Segura y Juan Echanove. La cosa no pinta nada bien, pero morbo, todo el del mundo.
Desde
luego, para mí la serie revelación de este verano ha sido Alphas. A diferencia de, por ejemplo, Juego de Tronos, no estamos ante un éxito masivo con la crítica
rendida a sus pies. De hecho, no tenía ni idea de qué era Alphas hasta que empezaron a anunciarla en Cuatro, y tenía claro
que si la veía o no, iba a depender mucho de cómo la programasen. Finalmente
Cuatro la puso los miércoles a las 22.30 horas, a doble sesión, y después le
tocó el turno a Grimm, que tenía
claro que no la iba a ver. Si hubiera sido al revés, pues no hubiera visto Alphas y no habría sabido lo que me
perdía…
…que
es exactamente lo que decía en el título del post. Aquí los mutantes son
denominados alphas, debido a que sus poderes se deben a un desarrollo especial
de determinadas zonas del cerebro. Y tenemos a un actor de prestigio, DavidStrathairn, asumiendo el papel del clásico científico despistado, que además
recuerda, y mucho, al profesor Xavier de la Patrulla X, en su afán por lograr
que humanos y alphas coexistan pacíficamente.
Y
es que, como ocurre en los cómics de los x-men, tenemos tanto humanos que
recelan de los alphas como alphas que recelan de los humanos. Capítulo a
capítulo, y eso que la primera temporada solo tiene once, los guionistas se han
esforzado en crear un universo propio, con un montón de ‘villanos’ dispuestos a
reaparecer a la menor ocasión.
Ya
en el doble capítulo piloto aparece la organización terrorista Bandera Roja,
cuyo propósito es defender a los alphas del acoso de los humanos. También
aparece El Fantasma, asesino a sueldo de Bandera Roja, que escapará para poder
reaparecer cuando el guión lo crea oportuno. En el segundo episodio se presenta
el Magneto particular de Alphas,
convencido de que tarde o temprano estallará la guerra entre humanos y alphas,
y en el cuarto conoceremos a uno de los líderes de Bandera Roja cuya identidad
resulta de lo más sorprendente.
La
habilidad de los guionistas a la hora de elaborar las tramas es portentosa, con
capítulos que se superan en interés sin cesar, al tiempo que el mundo de Alphas va creciendo en complejidad
hasta un final de temporada sencillamente espectacular, en el que por fin los
protagonistas descubren al gran cerebro oculto tras Bandera Roja, la auténtica
némesis, y encima reaparece la hija del personaje encarnado por Strathairn, el doctor Rosen, hasta un desenlace que lo
cambia todo y abre infinitas posibilidades para la segunda temporada.
Pero,
como ocurría con la primera temporada de Fringe,
la clave son los personajes. El doctor Rosen es un psicólogo que dirige/estudia a un equipo de alphas a los que ha enseñado a aceptar y controlar sus
poderes, al tiempo que a tratar de moverse de manera más o menos normal en la
sociedad:
- Bill, ex agente del FBI, que en momentos de estrés adquiere fuerza sobrehumana.
-
Cameron, ex jugador de béisbol dotado de una agilidad y coordinación de
movimientos perfectos. Es el que proporciona los momentos de acción más
espectaculares, y ojo a su pelea con el anterior personaje en uno de los
últimos episodios, porque saltan chispas.
-
Nina, capaz de hacer que cualquiera haga lo que ella quiera con solo mirarle, y
dotada además de un cuerpo de infarto.
- Rachel, todos sus sentidos están hiperdesarrollados, y tiene que lidiar con una
familia muy tradicional que ve su poder como una enfermedad.
-
Gary, un autista capaz de interceptar cualquier señal de televisión, móvil o
internet. Su poder aparece representado con unas luces muy chulas, aunque acaba
siendo el ‘informático’ del grupo. Pero es su personalidad única la que le
convierte en el personaje que más conecta con el público.
La
interacción entre todos ellos, como el incipiente romance entre Cameron y Nina,
les hace crecer como personajes, que, al igual que los mutantes originales,
tratan de utilizar su poder para hacer el bien y ayudar a todo el mundo, aunque
a menudo se sienten perseguidos y despiertan recelos entre aquellos a quienes
quieren ayudar.
Y
es que otro de los puntos fuertes es la manera en la que las autoridades
perciben a los alphas, incluyendo a cierto agente con tendencia a encerrarles y
lobotomizarles a la menor ocasión, lo que parece dar credibilidad a las teorías
de Bandera Roja.
A
todo ello se suma una realización ágil y eficaz, que no desentonaría en un film de Bourne o de
superhéroes, y en el que logran camuflar con habilidad la falta de mayor
presupuesto. Así, abundan los capítulos en los que la mayor parte de la trama
transcurre en un único edificio, sin que por ello se resienta el interés del
argumento o la espectacularidad de la acción.
Y
ahora, rematamos con el análisis de capítulos:
- El
tercero es uno de los mejores, y eso es mucho decir, con un alpha que segrega
feromonas capaces de volver violenta a la gente. Ojo a la que arma en la sede
de los protagonistas, con una pelea brutal (en serio), en la que muere uno de
los personajes fijos en el arranque de la serie.
-
Tras la reaparición de Bandera Roja y su sorprendente líder en el cuarto
capítulo, en el quinto Rachel afronta la ruptura con sus padres y la acción se
traslada a un pueblecito donde está muriendo gente de manera muy extraña.
-
Luego llega una buddy movie con Will y Gary como estrellas absolutas, en el
único capítulo en el que el villano no es un alpha, para a continuación centrar
la atención en una alpha fugitiva interpretada por Summer Glau, la protagonista
de Firefly y Serenity.
-
En el octavo episodio se aborda el peligro de las sectas, aquí con un alpha
cuyo poder es hacer que la gente se sienta feliz y cree que es un don divino…
solo que los convertidos acaban muriendo unos días después… lo que él cree obra
del diablo.
-
En el noveno tenemos a un nuevo invitado, Brent Spinner, el Data de Star Trek: La Nueva Generación, como un
alpha sónico, que no solo ve con un radar (como Daredevil, y los murciélagos,
ya puestos) pese a ser ciego, sino que emite ultrasonidos. El equipo de Rosen lo
interroga en su sede porque se le
relaciona con Bandera Roja, pero parece que alguien más se ha colado en el
edificio. Una pista: formó parte del reparto de Perdidos.
-
Y antes del formidable desenlace, en el que ponen toda la carne en el asador,
otro capítulo de ‘encerrados entre cuatro paredes’, en el que el equipo trata
de descubrir a un traidor en sus filas… si es que realmente lo hay.
Pues
sí, y ya puestos, el peor, de lejos, blockbuster de este verano, incluso
superando la infame Blancanieves de la Crepusculita, que al menos en el cine se
dejaba ver con cierta gracia. Scott, eso sí hay que reconocérselo, ha sabido
vendernos la burra y se la hemos comprado. Lo que ya está más complicado es que
se la volvamos a comprar, porque ya está confirmada la secuela, y queda muy
claro cuál será su argumento una vez visto el final de Prometheus. Porque aquí,
de lo que se trata, es de seguir exprimiendo el filón del bicharraco especial.
Para
ello durante un par de años, desde que se empezó a hablar del proyecto, han
sido constantes los rumores sobre esta película, con los que han ido
acrecentando el interés de los fans de la saga. Esa labor la han hecho de lujo,
y desde luego, quienes han estado involucrados en el film no se puede decir que
hayan sido modestos. El propio Scott llegó a afirmar que “los fans
incondicionales reconocerán ciertos elementos del ADN de Alien, pero las ideas
abordadas en este filme son absolutamente únicas, provocadoras y de muy largo
alcance”.
Uno
de los guionistas, John Spaihts, aseguró que “lo más difícil a la hora de escribir este relato
fue que no había ningún antecdente, había que inventar absolutamente todo”. Y
como remate, el otro guionista, Damon Lindelof (atentos, porque hablamos de una
de las mentes detrás de Perdidos) decía que “el original enfoque que Ridley da
a la película es audaz, visceral y, confiamos, lo último que alguien podría
esperar”.
Efectivamente,
en eso confiábamos, así que la decepción es mayúscula. Porque Prometheus es
serie B, de la mala, con un presupuesto y reparto de lujo, pero sin una sola
idea original que no hubiéramos visto ya en la primera, e infinitamente superior, Alien. Prometheus es un absoluto despropósito que te hace indignarte por
haber tenido que soltar 7 euros en taquilla (ya ni hablamos de si se os ha
ocurrido verla en 3D).
Scott
y sus guionistas han procurado un envoltorio sesudo a lo que no es más que un vulgar
intento por estirar el filón de Alien con lo que parece una historia que no
tiene nada que ver con el bicho. Algo que no hay quien se lo crea. Dado el
final (que no vamos a desvelar… todavía), podían haberlo titulado Alien Begins,
pero así no hubiera pasado por taquilla nadie ajeno a la saga, solo los fans de
toda la vida.
Asi
que nos inventamos una trama en la que unos arqueólogos muy bien financiados
viajan hasta lo que creen el planeta de los dioses-alienígenas que crearon al
ser humano. Tema de enjundia, pero que apenas se explora a fondo. Porque una
vez en el planeta la estructura de la película es de risa: visita a las ruinas
alienígenas-regreso a la nave-segunda visita a las ruinas-vuelta a la
nave-tercera visita a las ruinas. No, muchos escenarios no había, desde luego.
Por
supuesto aparecerá un bicho que se los comerá a todos, o casi, lo que me suena
de algo, aunque no se trate exactamente del bicho habitual. Casquería a
mansalva, y de la manera más cutre, mientras la historia se va convirtiendo a
velocidad de vértigo en un despropósito monumental, donde no se salva nadie.
Bueno,
sí, Noomi Rapace, la Ripley para los nuevos tiempos, capaz de
marcarse una césarea a lo vivo, al grito de “¡Sácamelo, sácamelo!”. Secuencia
tan impactante como risible, y no es la única, porque miedo no pasé, pero
descojonarme, me descojoné a gusto durante todo el metraje.
Y
lo siguiente no son spoilers, porque:
¿Nadie
se imaginaba que los dos que se quedan en las ruinas iban a palmarla? ¿A quién
se le ocurre decirle al bicho ‘Ven, bonita, ven’? ¿No habían visto las
anteriores películas de la saga?
¿Nadie
se imaginaba que el personaje de Charlize Theron, a la que por lo visto le
duraba el semblante avinagrado de la madrastra de Blancanieves, era la hija o
mujer del vejete que financia el viaje?
¿Nadie
se imaginaba que las famosas ruinas no eran sino una nave (vaya, como cierta
isla).
Desde
luego la mano de Lindelof se nota a base de bien, porque las incongruencias y
las preguntas sin respuesta son la tónica dominante en este film. Por cierto, a
Lindelof no lo esperéis en la secuela, que parece que está ‘muy ocupado’…
Algunos ejemplos: si nuestro querido alien no aparece hasta el desenlace (uy,
se me ha escapado, pero en el fondo da igual), ¿cómo es que en la nave hay una
estatua suya? ¿Qué son las lombrices? ¿Por qué el bicho solo emite latidos una
vez cada hora? ¿Qué leches pasó en la nave? ¿Por qué hay más naves? ¿Cómo
reaparece el primero que la palma? Y así hasta el infinito. Claro, que para eso
estará la secuela, o un par de ellas puestos a seguir exprimiendo, hasta el
infinito.
Por
lo demás, además de a los humanos buscando a sus padres, tenemos también a un
robot buscando, más bien joder, a sus padres los humanos, y a una hija buscando
el respeto de su padre. Esta última línea argumental tan solo se apunta, con lo que
podía haber dado de sí, y en cuanto al robot, pues bueno, como aprendimos en
2001, y por ahí siguió el Alien original, si en las novelas victorianas el
asesino es el mayordomo, en las pelis de terror galáctico el malo siempre es el
robot, aunque se peine a lo Lawrence de Arabia. Lo que no quita para que
Michael Fassbender sea lo único que se salva, medianamente, de la quema, junto
a la Rapace.
Repito,
ideas originales, ni una. Refrito y más refrito de la saga alien, en un ‘quiero
y no quiero’ hacer una precuela, revistiéndola de ínfulas pseudointelectuales.
Un insulto a los fans de la saga, la más floja de toda la serie,
carente de la aventura, humor y terror de Alien: Resurrección, por ejemplo, que
sí tenía además un gran momento dramático: aquel en el que Ripley se encontraba
cara a cara con los horrores creados por los científicos en su intento por
resucitarla y traer de vuelta al bicho.
No
hay nada en Prometheus que no se hubiese visto ya en la saga, desde el space
jockey a los ‘huertos’ de aliens, aunque les hayan cambiado un poco la forma.
El talento de Scott apenas se muestra en los apabullantes planos iniciales, de
una belleza sobrecogedora, antes de que la película caiga en un cúmulo de
lugares habituales y un aburrimiento sin límites.
El
detalle: Lo del capitán negro (¿alguien esperaba que sobreviviera?) de la nave
dispuesto a sacrificarlo todo para salvar a su mundo ya lo habíamos visto en
Horizonte final. Allí era Laurence Fishburne, tan macho como siempre, y aquello
sí era un gran film de casa encantada, solo que la casa era una
nave.
Lo que son las cosas. Tenía previsto hablar hoy de la última película de Ridley Scott, y en lugar de ello tenemos que lamentar el fallecimiento de su hermano, el también cineasta Tony Scott, que nos ha cogido a todos por sorpresa. Y es que al parecer el menor de los Scott se ha suicidado tirándose desde un puente, sin que hasta ahora hayan trascendido los posibles motivos.
Tony siempre estuvo a la sombra de su hermano, quien, con etapas más o menos fructíferas, puede presumir de haber dirigido unos cuantos títulos mayores, como las míticas Alien y Blade Runner, o las más recientes Gladiator y El Reino de los Cielos, sin olvidarnos de Thelma y Louise. Ridley siempre gustó más a los críticos, que le achacaban a Tony, con bastante razón por otra parte, su tendencia al montaje videoclipero, consecuencia de sus inicios cinematográficos.
Tras la cinta de culto El ansia, supongo que para muchos su mejor film, Top Gun fue su primer taquillazo, al que siguieron la segunda entrega de Superdetective en Hollywood o Días del trueno, de nuevo con Cruise. Marea roja supondría su primer trabajo con Denzel Washington, con el que repitió en Man on fire, posiblemente su mejor trabajo conjunto, y en las tres últimas cintas de Scott, incluyendo el mediocre remake de Pelham 1,2,3.
En mi caso, creo que me quedo con la sólida Spy game, un duelo de titanes entre Robert Redford y Brad Pitt, en la que el primero se comía al segundo con patatas mientras se sucedían las misiones de espionaje en todo el mundo, en una eficaz muestra del mejor cine de acción, con ciertas dosis de drama.
Otra semanita en la que tenemos de todo, desde la japonesa Hara-kiri (explícito título) con samuráis y banda sonora de Ryuichi Sakamoto a la francesa Café de Flore con Vanessa Paradis, y en animación, tal vez la cinta más esperada del verano, los Piratas del genial creador de Wallace & Gromit. Pero también vuelven los blockbusters con uno de los platos fuertes de la temporada estival, el reinicio de la saga Bourne.
Y la verdad es que pinta muy bien. Del guión se encarga el mismo de siempre, Tony Gilroy, que además asume la dirección tras haberse encargado de la apreciable Michael Clayton y la menos inspirada Duplicity. A Bourne, o sea, a Damon, lo han sustituido por otro asesino con lavado de cerebro incluido, a cargo de Jeremy Renner, que inicia su tercera franquicia desde que saltase al estrellato con En tierra hostil, tras sus apariciones en Mission: Impossible 4 y Los Vengadores, donde daba vida a Ojo de Halcón.
El tráiler pinta estupendo y no me extrañaría que El legado de Bourne (no sé si basado en las novelas con el mismo título, que también han tratado de seguir exprimiendo el filón de Ludlum) supere a las entregas anteriores. Otra cosa es que haya material para una segunda
trilogía, que supongo es lo que pretenden los productores.
Aprovechando
que acaba de estrenarse en nuestro país el nuevo capítulo de la saga de Jason
Bourne, vamos con un análisis de la hasta ahora trilogía, y muy en especial del
último capítulo. A este último, El ultimátum de Bourne, se refiere el titular,
aunque es extensible a las tres entregas protagonizadas por Matt Damon. Ya la
primera de ellas me pareció muy poca cosa, y es que quien haya leído el libro o
visto la adaptación televisiva que protagonizaron Richard Chamberlain (sí, el
Pájaro Espino) y Jaclyn Smith (el ángel de Charlie más bello, con permiso de
Farrah Fawcett), muy superior a la que nos ocupa, verá que todo se ha
simplificado al máximo, por no hablar de la eliminación de toda la trama referente
al archienemigo de Bourne en los libros, Carlos, el mayor terrorista mundial.
A
partir de ahí, Doug Liman logró facturar un thriller bastante impecable, con
espectaculares persecuciones (aquel mini…) y un nuevo estilo de peleas,
coreografiadas pero más creíbles y brutales, pese a que el guión resultaba
extremadamente pobre, sobre todo dadas las posibilidades: la amnesia del
protagonista y el romance con una desconocida a la que toma como escudo
mientras huye de quienes le persigan. Ahí es donde entra la otra marca de la
casa, ese cuarto lleno de gente con ordenadores que le siguen la pista por todo
el mundo, en contacto con agentes que van a por la cabeza de Bourne, todo con
un ritmo frenético.
El
caso Bourne fue un éxito de taquilla (recordemos, probablemente lo que ha
garantizado la carrera de Matt Damon, incluso en sus propias palabras, pese a
que es donde menos ha lucido sus dotes interpretativas), y junto con la serie
24, la que más ha influido al género de acción norteamericano en la última década. En
cuanto a las dos secuelas, reconozco que tengo sensaciones encontradas. En el
primer visionado la segunda me pareció un despropósito y la tercera la mejor de
la saga. Pero la cosa cambia en el segundo visionado. En ambas Paul Greengrass
lleva al paroxismo las señas de identidad de la serie, con una acción frenética
que no da un segundo de respiro al espectador. Pero mientras en El mito de Bourne encontramos
el mejor guión de la serie, donde se van desvelando los secretos en torno al
origen de Bourne mientras este pierde a la mujer que ama, en la última,
sencillamente, no hay guión, es pura (y magnífica) acción desenfrenada de
principio a fin, con Bourne siguiendo implacable el rastro que le lleva a su
presa. No
hay en el desenlace una escena tan impresionante como aquella de la segunda
entrega en la que Bourne confiesa a una joven haber asesinado a sus padres,
aunque aquí descubrirá con horror el momento en el que David Webb se convirtió
en Jason Bourne.
La
falta de guión lleva a que nos preguntemos qué pintaba Daniel Brühl en esta
película o si era necesario el regreso del personaje encarnado por JuliaStiles, más allá de para convertirla en la nueva chica, que no novia, a proteger por
Bourne. Y eso que se deja caer algo sobre una posible relación (no sabemos de
qué tipo) entre ellos antes de que él se convirtiese en Bourne, sin que al final
se explique nada. Ella y Bourne se hartan a mirarse, pero nada. Y otro que sale
bien poco es Albert Finney, que aporta todo su talento para paliar lo poco que
aporta su personaje, pese a ser la clave del film.
No
es extraño que Joan Allen y David Strathairn, nuevo en la saga, sean los que
más se luzcan, con ese enfrentamiento debido a un diferente punto de vista a la
hora de gestionar el tema Bourne. Curioso, pues, que el montaje final eliminase
12 minutos de metraje, la mayoría explicando más la trama y dando más papel a
Scott Glenn, al tiempo que dejando claro desde el primer minuto que él es el
principal ‘malo’. Un metraje que también explica algunas incongruencias que
casi pasan desapercibidas a la velocidad a la que avanza la acción, como por
ejemplo cómo Pam consigue el dossier sobre Bourne o cómo acaba a las órdenes del personaje de Strathairn.
En
lo que no puede ponérsele ningún pero a Greengrass es a la hora de dirigir y
montar, convirtiendo esta tercera entrega en un preciso mecanismo de relojería
que va a toda velocidad, sucediéndose las persecuciones a pie, en moto o en
coche (esta última, sencillamente brutal) y las peleas (ojo a la de Tánger,
porque es la más violenta de toda la saga). Y es que a veces, si de lo que se
trata es de acción pura, igual no hay que complicarse mucho con el guión,
aunque lo que parece increíble es que tan poca historia haya dado para tres
películas, y encima con una calidad notable.
El
detalle: Uno de los aciertos del film es aprovechar los escenarios a los que va
Bourne. Tánger, Nueva York y Londres son inconfundibles y muestran toda su
personalidad como ciudades… Otra cosa es Madrid, mira tú por donde, que parece cualquier urbe europea, sin nada que la identifique de una manera clara. En fin…
Antes
de que apareciera Adele, Duffy fue la única capaz de plantarle cara a AmyWinehouse y discutirle su reinado, sobre todo a raíz de lograr un hitazo como Mercy. Hay que reconocer que su debut, Rockferry, es una delicia, aunque no
llega a las cotas de magia pura de sus dos rivales, y es que, por decirlo de
algún modo, en comparación con ellas, Duffy es más una estrella de andar por
casa, sin que ello suponga restarle ningún mérito.
Duffy
no tiene el chorro de voz de Adele ni aborda unas canciones tan poderosas, pero
os encantará si adoráis el soul norteamericano de los 50, al que remite cada uno
de sus temas, con un sonido propio muy definido, marcado por su voz de
caramelo.
En
Rockferry sobresale Mercy, el tema más potente del disco,
muy movido para lo que es habitual en la cantante, que muestra aquí un carácter
que cuesta más encontrar en otros temas más suaves. Carácter que también
encontramos en la soberbia Stepping
Stone o en esa preciosa balada que es I’m
scared.
Tampoco
hay que perder de vista el tema que da título al disco, Rockferry, nostálgico y evocador, o el impecable cierre del mismo,
la espectacular Distant dreamer. Sin
olvidar canciones como Warwick Avenue
o la juguetona Serious, en todos los
cuales se luce la galesa.
Rockferry
también tuvo su versión deluxe, con nada
menos que siete temas más. Aquí encontramos a una Duffy más bailable, como en
la soberbia Rain on your parade o Stop, pero también a su versión más
dulce, con la breve pero preciosa Oh boy
y una de sus mejores canciones, Breaking
my own heart.
Puede
que Duffy haya quedado a la sombra de Amy Winehouse y Adele, que, realmente,
parecen jugar en otra liga. Pero pasando de comparaciones, la galesa es una de
las últimas joyas de la música inglesa y su disco debut se disfruta en cada
escucha.
A la espera de que la próxima semana caiga el, creo, último blockbuster del verano, lo nuevo de la saga de Jason Bourne, pocos estrenos esta semana, aunque todos con cierto peso. Tom Cruise vuelve a la carga con algo nuevo en su filmografía, un musical, Rock Ages, sobre la música heavy, con otros pesos pesados como Catherine Zeta-Jones o Paul Giamatti. También tenemos Brave, el estreno Pixar de este verano, sobre una princesa bastante guerrera (me recuerda a la benjamina de los Stark en Juego de Tronos), fantasía medieval con toques de comedia, pero que no acaba de entusiasmarme, y menos tras la decepción de Cars 2.
Y la palma se la lleva Ted, comedia desenfadada sobre el clásico treintañero que se resiste a crecer, aquí encarnado por Mark Wahlberg. Solo que nuestro amigo sigue encariñado con un oso de peluche muy especial, nada que ver con los Osos Amorosos, ya que viene cargado de mala baba, es descarado y muy maleducado. En fin, que se nota la mano del director del film y doblador del osito de marras en la versión original (aquí se encarga de ello Santi Millán), Seth Macfarlane, creador de la célebre serie de animación Padre de familia, aunque parece que aquí no alcanza las mismas cotas de acidez, buscando a un público más amplio.
La cinta aspira a ser la comedia del verano (este año no hay entrega de Resacón en Las Vegas, a la espera del cierre de la trilogía) y encima también cuenta en su reparto con Mila Kunis, aquella chica que le robaba unas cuantas escenas a Natalie Portman en Cisne Negro, y que, por cierto,dobla a Meg Griffin en Padre de familia.
Eso,
sin más, es Frost/Nixon, adaptación de una obra teatral que, si no me equivoco,
debe de ser de lo mejorcito de su director, Ron Howard, que desde luego no es
santo de mi devoción, pero aquí incluso logra superar de manera brillante el
reto de que el film no quede en exceso teatral, un problema habitual en este
tipo de cintas. Y eso que dirigió esta cinta entre sus horrorosas adaptaciones de los despropósitos, digo novelas, de Dan Brown, El código Da Vinci y Ángeles y demonios, a cual más lamentable.
La
película es una suerte de making of de las entrevistas televisadas que el
presentador inglés David Frost le realizó al presidente norteamericano no mucho tiempo
después de su forzada dimisión a causa del famoso Watergate. Recordemos, el
único presidente norteamericano que dimitió, y que en su momento lo hizo insistiendo
en su inocencia, por lo que las entrevistas se convirtieron en una especie de
juicio paralelo. Nixon buscaba rehabilitar su imagen para volver a la carrera
por la presidencia, mientras otros esperaban que admitiese su culpabilidad en
el escándalo de espionaje.
Curiosamente,
el entrevistador no era ningún experto en periodismo político, sino más bien un
showman a lo Buenafuente que solo buscaba unos buenos índices de audiencia…y un
prestigio que también se le resistía.
Así
que las entrevistas acaban convirtiéndose en un duelo en toda regla entre dos
hombres que se juegan todo su futuro a una carta. De hecho, Frost incluso acaba
endeudándose para sacar adelante el proyecto, ante la falta de interés por
parte de las cadenas.
El
film sigue minuciosamente la preparación de las entrevistas por parte de Frost y
su equipo, y también de Nixon y los suyos, y luego las entrevistas como si
fuera combates de boxeo. En ellas Nixon empieza noqueando una y otra vez a su
oponente, mostando todas sus dotes como político, hasta que Frost consigue
arrinconarle y hacerle confesar.
En
el más puro estilo de Algunos hombres buenos, donde el personaje de Nicholson
estalla ‘claro que ordené el código rojo, faltaría más, y lo volvería a hacer’ después del acoso del
abogado encarnado por Cruise, Nixon acabó admitiendo con todo el morro que ‘hay cosas que cuando
las hace el presidente dejan de ser delito’ y ahí acabó su carrera política,
mientras Frost se convertía en leyenda, aunque nunca logró un éxito de la
magnitud de estas entrevistas.
El
film, impecable en todos sus aspectos es, como decía, una lección de historia,
una lección de periodismo, sobre todo de la irrupción de la televisión, y una lección de cine. Faltan calificativos ante la
extraordinaria labor de Frank Langella, a quien se le escapó el Oscar, inmenso
como Nixon, tal vez quien mejor haya encarnado al presidente en la gran
pantalla, pero también está perfecto el resto del reparto, desde Michael Sheen
como Frost, a los secundarios Oliver Platt, Kevin Bacon, Sam Rockwell o Rebecca Hall,
hermosa como nunca.
Las
sentencias míticas se multiplican a lo largo del metraje y las escenas memorables se suceden hasta el
magistral epílogo que muestra el último encuentro entre los dos protagonistas,
ya con Nixon retirado de la vida social y de nuevo frente a frente con quien le
venció.
No
es una película de acción, pero el ritmo es endiablado y la sucesión de acontecimientos
te dejan sin aliento. Un gran ejemplo de cine inteligente y comprometido, y para nada aburrido, todo lo contrario.
ChristopherNolan ha sabido cerrar a lo grande su trilogía sobre Batman, aunque vaya por
delante que también lo ha hecho con la, posiblemente, película más floja de su
visión del hombre murciélago. Y lo es porque el director vuelve a incurrir en una
de sus señas de identidad como cineasta, ser demasiado cerebral, racionalizarlo
todo demasiado, cuando en esta ocasión lo que pedía la historia era épica,
épica y más épica.
El
caballero oscuro. La leyenda renace (dichoso título…) arranca 8 años después
del final de la anterior entrega. Batman desapareció tras ser señalado como
culpable del asesinato de Harvey Dent, lo que sirvió para justificar una ley
más represiva (primera reflexión social del film). Los índices de criminalidad
de Gotham han caído por completo y todo es idílico… pero la Liga de las Sombras
de Ra’s Al Ghul volverá a hacer de las suyas con el objetivo de cumplir aquel
plan que Batman frustró en el primer capítulo de la trilogía, destruir Gotham
en castigo por sus pecados.
No
deja de ser curioso que Nolan, pese a optar por un enfoque realista en su
tratamiento de Batman, haya recurrido en dos ocasiones a un villano que choca
bastante, a priori, con esa idea. Aquí es Bane quien asume el liderato de la
Liga de las Sombras, un adversario concebido como el anti-Batman, su igual en
fuerza, inteligencia y determinación. El propio Bane deja claro en el
alucinante prólogo, al más puro estilo Misión: Impossible, y de nuevo con la
capacidad de Nolan para mostrar imágenes nunca vistas, que todo reside en tener
un buen plan.
El
problema es que el plan de Bane se toma demasiado tiempo para revelarse, lo que
hace que el film sea el más lento de la trilogía, sobre todo en su primera
hora, hasta que Bane empieza a mostrar sus cartas. Si el Joker era
improvisación, Bane es el estratega perfecto, lo tiene todo calculado y Nolan
se complace, demasiado (como ocurría en Origen), en mostrar cómo va tejiendo su
tela de araña hasta atrapar a Batman y a Gotham sin remisión.
Y
ahí es donde viene lo mejor. Tras la brutal pelea entre Batman y Bane, el único
momento en el que calla la omnipresente banda sonora de Hans Zimmer (tan eficaz
como siempre pero que ya no sorprende), asistimos a cómo Bruce Wayne renace de
sus cenizas mientras Bane toma el control de Gotham bajo la apariencia de una
revolución en la que los pobres pueden tomar lo que siempre perteneció a los
ricos. Ahí vienen las imágenes más duras del film y los principales apuntes de
Nolan sobre la crisis actual (no perderse ese gran momento en el que Bane
asalta la Bolsa y le dicen que allí no hay dinero, a lo que el villano responde
¿Y entonces qué hacéis aquí?).
Ocurre
que a pesar de ello esta nueva entrega prima más el espectáculo, el
blockbuster, que la reflexión y la carga dramática, alcanzando sus mayores
cotas cuando muestra al héroe apoyándose en los ciudadanos, luchando todos
juntos contra el invasor, en una ciudad sitiada y abandonada por el Gobierno, a
merced de los terroristas. Entonces asistimos a una lección de épica pura,
mientras Batman se convierte en un símbolo de esperanza… hasta que llega un
último giro que busca sorprender al espectador, para en lugar de ello
desconcertarlo y cortar la épica desatada.
A
pesar de ello Nolan se las ingenia para ofrecer una recta final (inciso: el
metraje dura en realidad 2 horas y 35 minutos) de acción sin tregua en varios
frentes, con toda la ciudad convertida en un campo de batalla, que en poco
tiene que envidiar a la colosal última media hora de Los Vengadores, y a
continuación atar todos los cabos y dejar bien claro el camino a seguir… si es
que los productores están de acuerdo con su versión.
Hay
aspectos que chirrían un tanto, como ese Wayne recluido en su mansión, como si
del señor Burns o de Howard Hughes se tratara, y la necesidad de Nolan de explicarlo todo,
pero a cambio tenemos una magnífica versión de Selina Kyle (a la que en ningún
momento se le llama Catwoman), como una joven a la que la vida ha obligado a
convertirse en ladrona y que comprueba cómo la revolución de Bane no es con la
que ella había soñado. Un personaje que se debate entre hacer lo que le interesa o
lo correcto, y que tiene la suerte de que Anne Hathaway le da todos los matices
necesarios, desde la sensualidad de ladrona misteriosa de guante blanco a la
implacable luchadora, mostrando además una gran química con Christian Bale, que
se venga aquí del escaso protagonismo que tuvo en la cinta anterior en
beneficio del Joker.
Hay
que recordar que los planes iniciales de Nolan eran incluir al archienemigo de
Batman en la entrega final, pero tuvo que desistir tras el fallecimiento de
Ledger. ¿Pensaba oponer los métodos y filosofía del Joker a la de Bane y la
Liga de las Sombras, o su intención era otra? Tal vez nunca lo sepamos.
En
cuanto al resto del reparto, Michael Caine y Gary Oldman vuelven a brillar,
sobre todo en los momentos claves de sus personajes, Alfred y el comisario
Gordon. Este último tiene además una nueva mano derecha en el personaje de
Joseph Gordon Levitt, huérfano como Wayne, cuyo padre también fue asesinado por
un delincuente, criado en un orfanato (pagado por Empresas Wayne) y que como
policía trata de hacer lo mejor hasta que descubre que a veces la ley no es
suficiente. El auténtico personaje clave del film, y ojo al final.
Morgan Freeman sigue en su línea como Lucius Fox y Tom Hardy está demoledor como Bane,
e incluso tenemos la suerte de que el doblaje español no está nada mal. Todo lo
contrario que el de otros actores, como Michael Caine, o MarionCotillard, que parece la intérprete actual que más pierde con el doblaje,
aunque aquí va directamente con el piloto automático puesto y es lo más flojo
del film.
Tal
vez este cierre de la trilogía no haya estado a la altura de los dos primeros
capítulos, aunque era muy difícil y se
ha quedado bastante cerca, pero a Nolan hay que darle las gracias por una de
las mejores versiones de Batman que hemos conocido, y que tuvo su cima en El
Caballero Oscuro.
Y
en los SPOILERS, algunos detalles más y comparativa comiquera.
¿Alguien
dudaba que Marion Cotillard era Talia Al Ghul? Pues eso. Lástima que esta revelación,
con flashback incluido, corte tanto el rollo en el momento más épico del film.
Sobre todo dado que ese flashback contradice los que hemos ido viendo sobre el
origen de Bane. Aquí Nolan ha vuelto a tomar elementos de la mitología de
Batman y los ha mezclado a su antojo. Es decir, en el cómic el origen de Bane
es tal como se nos cuenta en un primer momento, aunque la máscara sirve para
mantenerle permanentemente conectado a la droga que le da su superfuerza. Talia
nunca estuvo en la prisión, sino que se crió con R’as Al Ghul rodeada de
opulencia, y eso sí, tomando sus ideales como propios. Lo que no quita para que
se enamore de Batman y ambos tengan un hijo que se convertirá en el actual
Robin… aunque eso es otra historia, y bastante complicada.