jueves, 16 de agosto de 2012

Bourne: 100% acción, 0% guión (y eso no es malo)



Aprovechando que acaba de estrenarse en nuestro país el nuevo capítulo de la saga de Jason Bourne, vamos con un análisis de la hasta ahora trilogía, y muy en especial del último capítulo. A este último, El ultimátum de Bourne, se refiere el titular, aunque es extensible a las tres entregas protagonizadas por Matt Damon. Ya la primera de ellas me pareció muy poca cosa, y es que quien haya leído el libro o visto la adaptación televisiva que protagonizaron Richard Chamberlain (sí, el Pájaro Espino) y Jaclyn Smith (el ángel de Charlie más bello, con permiso de Farrah Fawcett), muy superior a la que nos ocupa, verá que todo se ha simplificado al máximo, por no hablar de la eliminación de toda la trama referente al archienemigo de Bourne en los libros, Carlos, el mayor terrorista mundial.

A partir de ahí, Doug Liman logró facturar un thriller bastante impecable, con espectaculares persecuciones (aquel mini…) y un nuevo estilo de peleas, coreografiadas pero más creíbles y brutales, pese a que el guión resultaba extremadamente pobre, sobre todo dadas las posibilidades: la amnesia del protagonista y el romance con una desconocida a la que toma como escudo mientras huye de quienes le persigan. Ahí es donde entra la otra marca de la casa, ese cuarto lleno de gente con ordenadores que le siguen la pista por todo el mundo, en contacto con agentes que van a por la cabeza de Bourne, todo con un ritmo frenético.

El caso Bourne fue un éxito de taquilla (recordemos, probablemente lo que ha garantizado la carrera de Matt Damon, incluso en sus propias palabras, pese a que es donde menos ha lucido sus dotes interpretativas), y junto con la serie 24, la que más ha influido al género de acción norteamericano en la última década. En cuanto a las dos secuelas, reconozco que tengo sensaciones encontradas. En el primer visionado la segunda me pareció un despropósito y la tercera la mejor de la saga. Pero la cosa cambia en el segundo visionado. En ambas Paul Greengrass lleva al paroxismo las señas de identidad de la serie, con una acción frenética que no da un segundo de respiro al espectador. Pero mientras en El mito de Bourne encontramos el mejor guión de la serie, donde se van desvelando los secretos en torno al origen de Bourne mientras este pierde a la mujer que ama, en la última, sencillamente, no hay guión, es pura (y magnífica) acción desenfrenada de principio a fin, con Bourne siguiendo implacable el rastro que le lleva a su presa. No hay en el desenlace una escena tan impresionante como aquella de la segunda entrega en la que Bourne confiesa a una joven haber asesinado a sus padres, aunque aquí descubrirá con horror el momento en el que David Webb se convirtió en Jason Bourne.

La falta de guión lleva a que nos preguntemos qué pintaba Daniel Brühl en esta película o si era necesario el regreso del personaje encarnado por JuliaStiles, más allá de para convertirla en la nueva chica, que no novia, a proteger por Bourne. Y eso que se deja caer algo sobre una posible relación (no sabemos de qué tipo) entre ellos antes de que él se convirtiese en Bourne, sin que al final se explique nada. Ella y Bourne se hartan a mirarse, pero nada. Y otro que sale bien poco es Albert Finney, que aporta todo su talento para paliar lo poco que aporta su personaje, pese a ser la clave del film.

No es extraño que Joan Allen y David Strathairn, nuevo en la saga, sean los que más se luzcan, con ese enfrentamiento debido a un diferente punto de vista a la hora de gestionar el tema Bourne. Curioso, pues, que el montaje final eliminase 12 minutos de metraje, la mayoría explicando más la trama y dando más papel a Scott Glenn, al tiempo que dejando claro desde el primer minuto que él es el principal ‘malo’. Un metraje que también explica algunas incongruencias que casi pasan desapercibidas a la velocidad a la que avanza la acción, como por ejemplo cómo Pam consigue el dossier sobre Bourne o cómo acaba a las órdenes del personaje de Strathairn.

En lo que no puede ponérsele ningún pero a Greengrass es a la hora de dirigir y montar, convirtiendo esta tercera entrega en un preciso mecanismo de relojería que va a toda velocidad, sucediéndose las persecuciones a pie, en moto o en coche (esta última, sencillamente brutal) y las peleas (ojo a la de Tánger, porque es la más violenta de toda la saga). Y es que a veces, si de lo que se trata es de acción pura, igual no hay que complicarse mucho con el guión, aunque lo que parece increíble es que tan poca historia haya dado para tres películas, y encima con una calidad notable.

El detalle: Uno de los aciertos del film es aprovechar los escenarios a los que va Bourne. Tánger, Nueva York y Londres son inconfundibles y muestran toda su personalidad como ciudades… Otra cosa es Madrid, mira tú por donde, que parece cualquier urbe europea, sin nada que la identifique de una manera clara. En fin…

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