Antes de ir con la aclaración
del titular, dejemos clara una cosa: Gravity empieza a antojarse como el Argo
de esta temporada, o sea, el gran bluff, sobrevalora que algo queda.
Vaya también por
delante que nunca le encontré la gracia a Y tu mama también (2001), y que el Harry
Potter de Cuarón siempre me pareció, de lejos, el peor de la serie (simplemente
no entendió a los personajes), hasta que cogió los mandos David Yates (salvando
la quinta y última entregas).
Así que únicamente me
descubro ante Cuarón por Hijos de los hombres (2006), infinitamente superior a su
último trabajo, y que a diferencia de este sí es una película de ciencia ficción. No me extraña que el estudio que ha pagado Gravity no confiase
en ella, y sigo sin entender el éxito de la cinta: ¿una hora y media –ni
siquiera dura eso el metraje- viendo a dos astronautas flotando en el espacio?
¿Quién va a ver algo así?
Y a pesar de todo la
película funciona. Pero ojo, no nos engañemos, lo único que ha logrado Cuarón
es facturar una buena cinta de acción, nada más. Para que quede claro:
prácticamente su único mérito en Gravity se limita a los aspectos técnicos. Un
apartado en el que, por ejemplo, Tony Scott, siempre vilipendiado por la crítica, le da un baño en su último
trabajo, Imparable (2010), una obra maestra del género en la que el menor de los Scott
demostró que para eso sí servía (pero ya reincidiremos en ello en un futuro post).
Para eso, francamente,
no hacía falta tantas alforjas, y más si buena parte del mérito hay que
otorgárselo a James Cameron, que al parecer le echó una ayudita. Y pese a ello,
en menos de hora y media incluso hay tiempo para aburrirse en más de un
momento. Porque si Cuarón se cree que va a deslumbrarnos con un par de
panorámicas del planeta Tierra, habría que decirle que eso ya se ha visto mil
veces, y que está muy lejos de 2001, una película que fue rodada… en los 60. Ya no hablemos del 3D, que, habiéndola visto en versión normal, no creo que aporte absolutamente nada, más bien todo lo contrario.
El mayor mérito de
Cuarón y su hermano Jonás, curiosamente, y en contra de la mayor parte de
críticas que he leído, es precisamente haber humanizado una trama mecánica y
más simple que un botijo –básicamente es como un videojuego, en el que los
protagonistas deben ir resolviendo desafíos para volver a casa- introduciendo
un personaje que no tiene nada por lo que vivir, y que sin embargo acaba
sacando fuerzas para luchar por su vida como nunca antes se ha visto en una
pantalla de cine… a excepción de La piel que habito (2011), claro está. Lástima que esa fuerza
la encuentre en un sueño que casi le resta toda la credibilidad al film, la
enésima concesión en pro de la comercialidad de los directores que trabajan en
Hollywood.
Al final, la suerte de
Cuarón es que le hayan fallado todas las actrices previstas para encarnar a la
protagonista y se haya quedado con una Sandra Bullock que, fijo va a caerle una
nueva nominación al Oscar a la mejor actriz, y no sería nada, pero que nada
raro, que le cayese el segundo. Ella ES la película, el único motivo para
seguir en la butaca y no mandar a paseo a Cuarón y a toda su cohorte de
palmeros.
A punto de cumplir 50 tacos, Sandra Bullock ya no es
aquella joven que se quedaba atrapada en un autobús a la espera de que Keanu Reeves la rescatase, hace casi dos décadas. Ahora es capaz ella sola de salir airosa de prueba tras prueba en el
espacio profundo, y más aún, de echarse sobre los hombros toda una película y
sacarla a flote. Cuarón no pasará a la historia por esta película, por mucho
que algunos se empeñen, pero la Bullock sí deja huella.
Y para terminar:
Clooney bien, como siempre, cumpliendo más que sobradamente con la parte que le
dejan, y con una interpretación que, visto lo visto, apenas hubiera cambiado con el actor previsto inicialmente: Robert Downey Jr. Y la banda sonora, a ratos excelsa, a ratos abrumadoramente innecesaria:
Cuarón debería haber sido coherente y haber prescindido de ella, porque tal
como nos recuerda en los títulos iniciales, en el espacio no hay sonido.
SPOILERS
Pese a todo, a Cuarón
hay que reconocerle su capacidad para crear algunos momentos poéticos: la
Bullock en posición fetal, las lágrimas que flotan sin gravedad, y por encima
de todo, la imagen final de la protagonista irguiéndose a duras penas, luchando
con la gravedad tras regresar a casa. De lejos, lo mejor de la película.