lunes, 28 de octubre de 2013

La chica de 'Speed' se nos ha hecho mayor


Antes de ir con la aclaración del titular, dejemos clara una cosa: Gravity empieza a antojarse como el Argo de esta temporada, o sea, el gran bluff, sobrevalora que algo queda.

Vaya también por delante que nunca le encontré la gracia a Y tu mama también (2001), y que el Harry Potter de Cuarón siempre me pareció, de lejos, el peor de la serie (simplemente no entendió a los personajes), hasta que cogió los mandos David Yates (salvando la quinta y última entregas).

Así que únicamente me descubro ante Cuarón por Hijos de los hombres (2006), infinitamente superior a su último trabajo, y que a diferencia de este sí es una película de ciencia ficción. No me extraña que el estudio que ha pagado Gravity no confiase en ella, y sigo sin entender el éxito de la cinta: ¿una hora y media –ni siquiera dura eso el metraje- viendo a dos astronautas flotando en el espacio? ¿Quién va a ver algo así?

Y a pesar de todo la película funciona. Pero ojo, no nos engañemos, lo único que ha logrado Cuarón es facturar una buena cinta de acción, nada más. Para que quede claro: prácticamente su único mérito en Gravity se limita a los aspectos técnicos. Un apartado en el que, por ejemplo, Tony Scott, siempre vilipendiado por la crítica, le da un baño en su último trabajo, Imparable (2010), una obra maestra del género en la que el menor de los Scott demostró que para eso sí servía (pero ya reincidiremos en ello en un futuro post).

Para eso, francamente, no hacía falta tantas alforjas, y más si buena parte del mérito hay que otorgárselo a James Cameron, que al parecer le echó una ayudita. Y pese a ello, en menos de hora y media incluso hay tiempo para aburrirse en más de un momento. Porque si Cuarón se cree que va a deslumbrarnos con un par de panorámicas del planeta Tierra, habría que decirle que eso ya se ha visto mil veces, y que está muy lejos de 2001, una película que fue rodada… en los 60. Ya no hablemos del 3D, que, habiéndola visto en versión normal, no creo que aporte absolutamente nada, más bien todo lo contrario.

El mayor mérito de Cuarón y su hermano Jonás, curiosamente, y en contra de la mayor parte de críticas que he leído, es precisamente haber humanizado una trama mecánica y más simple que un botijo –básicamente es como un videojuego, en el que los protagonistas deben ir resolviendo desafíos para volver a casa- introduciendo un personaje que no tiene nada por lo que vivir, y que sin embargo acaba sacando fuerzas para luchar por su vida como nunca antes se ha visto en una pantalla de cine… a excepción de La piel que habito (2011), claro está. Lástima que esa fuerza la encuentre en un sueño que casi le resta toda la credibilidad al film, la enésima concesión en pro de la comercialidad de los directores que trabajan en Hollywood.

Al final, la suerte de Cuarón es que le hayan fallado todas las actrices previstas para encarnar a la protagonista y se haya quedado con una Sandra Bullock que, fijo va a caerle una nueva nominación al Oscar a la mejor actriz, y no sería nada, pero que nada raro, que le cayese el segundo. Ella ES la película, el único motivo para seguir en la butaca y no mandar a paseo a Cuarón y a toda su cohorte de palmeros.

A punto de cumplir 50 tacos, Sandra Bullock ya no es aquella joven que se quedaba atrapada en un autobús a la espera de que Keanu Reeves la rescatase, hace casi dos décadas. Ahora es capaz ella sola de salir airosa de prueba tras prueba en el espacio profundo, y más aún, de echarse sobre los hombros toda una película y sacarla a flote. Cuarón no pasará a la historia por esta película, por mucho que algunos se empeñen, pero la Bullock sí deja huella.

Y para terminar: Clooney bien, como siempre, cumpliendo más que sobradamente con la parte que le dejan, y con una interpretación que, visto lo visto, apenas hubiera cambiado con el actor previsto inicialmente: Robert Downey Jr. Y la banda sonora, a ratos excelsa, a ratos abrumadoramente innecesaria: Cuarón debería haber sido coherente y haber prescindido de ella, porque tal como nos recuerda en los títulos iniciales, en el espacio no hay sonido.




SPOILERS

Pese a todo, a Cuarón hay que reconocerle su capacidad para crear algunos momentos poéticos: la Bullock en posición fetal, las lágrimas que flotan sin gravedad, y por encima de todo, la imagen final de la protagonista irguiéndose a duras penas, luchando con la gravedad tras regresar a casa. De lejos, lo mejor de la película.

viernes, 25 de octubre de 2013

El estreno: La nueva familia de Mar Coll


No es por llevarle la contraria a Montoro (que también), pero tercer fin de semana consecutivo con estreno español, creo que debe ser un récord. Pero para empezar, vamos con las cintas más comerciales.

Resulta curioso que en pleno éxito de Gravity, con la Bullock ofreciendo, tal vez, la mejor interpretación de su carrera, la intérprete haga doblete en la cartelera con Cuerpos especiales, nueva incursión en esas comedias que han sido el pan de cada día para la actriz durante muchos años, y que no le han granjeado precisamente mucho prestigio, sino todo lo contrario. Encima la Bullock reincide con un argumento similar al de las dos entregas de Miss agente especial, con la clásica buddy movie en la que dos policías de personalidades opuestas chocan irremisiblemente.

La oferta que nos llega de los USA se completa con El camino de vuelta, otra comedia, o tal vez no tanto, con Steve Carell como padre alcohólico, drogadicto y mujeriego, además de la segunda entrega de la cinta de terror Insidious y la comedia romántica para maduros La mirada del amor, con un atractivo reparto encabezado por Ed Harris y Annette Bening

Y para terminar con el apartado comercial, Grand Piano, cine español protagonizado por Elijah Wood (que ya trabajó a las órdenes de Álex de la Iglesia en Los crímenes de Oxford) y John Cusack con una premisa que parece una solemne tontería: alguien ejecutará a un pianista si toca mal una sola nota durante un concierto. Habrá que ver qué partido le sacan a este argumento.

Ya poniéndonos más serios, lo normal es que el estreno de la semana hubiera sido La vida de Adele, considerada por muchos como la mejor película del año desde que arrasó en Cannes. Precisamente resulta extraño que este film francés haya tardado tanto en estrenarse aquí, tal vez debido a su extenso metraje, casi tres horas, o a su argumento, centrado en una joven que descubre su homosexualidad. A destacar, Lea Seydoux, como una de las dos protagonistas.

Pero el estreno de la semana es Todos queremos lo mejor de ella, el film con el que Mar Coll busca consolidarse en el panorama patrio tras su extraordinario debut con Tres días con la familia (2009). Aquí repite fórmula con un nuevo drama familiar, en torno a una mujer cuya vida cambia por completo tras un accidente de tráfico y su relación con sus seres queridos. Encima el protagonismo recae en Nora Navas, que ya lo bordó en Pa negre (2010), Goya a la mejor actriz incluido.


sábado, 19 de octubre de 2013

El estreno: Barroso, Fernández y sus mujeres


¿Seguro que se ha acabado el verano? No lo parece, porque llega un fin de semana cargado de estrenos, y muchos con buena pinta. Es el caso, para empezar, de dos blockbusters, digamos serios. Por un lado, El quinto poder, donde Bill Condon aborda la gestación de wikileaks, y especialmente el perfil de su creador, Julian Assange -que por cierto echa pestes del film-, con Benedict Cumberbatch por fin en un papel principal -Sherlock aparte- y en busca de un Oscar, secundado además por Daniel Brühl. Y por otro, Capitán Philips, que a punto ha estado de ser mi estreno de la semana, con Paul Greengrass volviendo a demostrar su talento para los montajes frenéticos que dejan al espectador sin respiración, esta vez con una historia basada en un caso real, y muy parecido al de nuestro Alacrana, con Tom Hanks recuperando su mejor nivel.

Para los peques llega Turbo, con un caracol que quiere ser piloto de carreras, así que tampoco parece que haya concluido la temporada veraniega. Y para el público femenino, la comedia romántica británica Una cuestión de tiempo, con Rachel McAdams y Bill Nighy, sobre una familia en la que los hombres siempre han tenido la capacidad de viajar en el tiempo, así que el protagonista decide utilizar ese don... para encontrar novia.

Pero el estreno de la semana, y van dos consecutivas, es de nuevo español. ¿Quien ha sido capaz de derrotar a Greengrass y Hanks, y a un tráiler vertiginoso? Pues Mariano Barroso y Eduard Fernández. Como diría Schuster, no hace falta decir nada más. Bueno, ellos, y las seis mujeres -Michelle Jenner, Nathalie Poza y Marta Larralde entre ellas- a las que el personaje encarnado por Fernández en Todas las mujeres ha hecho la vida imposible. Pero ha llegado el momento de ajustar cuentas.

PD: Ojo también al otro estreno español de la semana, aunque supongo que se podrá ver únicamente en contadísimas salas. Nos veremos en el infierno narra el reencuentro en un padre arruinado y su hijo, al que debido a los recortes dejan salir tras siete años en un manicomio donde fue recluido por asesinato. Huele a duelo actoral entre Raúl Prieto y Valentín Paredes.

jueves, 17 de octubre de 2013

La vida bajo la cúpula (según King)


Big Jim: ¿Crees que quiero engañarte?
Barbie: Hombre, Big Jim, te dedicas a vender coches de segunda mano…

Barbie: Esta ciudad no sabe qué eres en realidad, pero yo sí.
Big Jim: ¿Qué? ¿Un criminal?
Barbie: Peor, un político.

No hay más que ver las líneas de diálogo anteriores para darse cuenta de lo mejor de La Cúpula (prefiero el título original: Under the dome = Bajo la cúpula), aunque ignoro si el mérito es del guionista o de Stephen King, autor del libro en el que se basa la serie.

Eso sí, ‘huelen’ bastante a King, a su perfecto conocimiento de la psicología humana y a su habilidad para crear personajes, aunque algunos de los que hemos visto en Chester's Mill (el molino de Chester) ya son habituales en las obras del autor, como el sacerdote chalado. Y sí, el pueblo en cuestión está en Maine, como ocurre en todas las obras de King.

El escritor norteameriano tomó buena nota de una de las imágenes más impactantes de la película de Los Simpson, en la que Springfield quedaba cubierta por una cúpula impenetrable y se puso manos a la obra, es decir, a narrar qué ocurriría en una aparentemente idílica pequeña población de los Estados Unidos si ocurriera tal cosa.

No se puede decir, al menos en la versión televisiva, puesto que desconozco el grado de fidelidad que pueda tener al libro, que se profundice demasiado en plan, digamos, realista. Esto no es The walking dead o Jericho, propuestas bastante similares a la que nos ocupa aunque pueda no parecerlo a primera vista, así que tras la sorpresa inicial se tira un poco de manual, de manera que en un episodio nos quedamos sin agua –única ocasión en la que ha habido desórdenes callejeros de verdad-, en otro hay una epidemia… pequeñas crisis que ponen a prueba a los vecinos, para que al final se reinstaure la paz social.

No es de extrañar, pues, que el capítulo más logrado en el arranque de la primera temporada sea aquel en el que el ejército decide bombardear la cúpula con misiles, aún a costa de cargarse a toda la población. Esta situación sirve para que veamos cómo afronta cada personaje, cada vecino –aunque en realidad el reparto, extenso, no acaba de serlo lo suficiente, e imagino que en el libro sí daba para más- su inminente muerte… aunque la sangre no llega al río.

El previsible in crescendo de los últimos capítulos viene marcado por el personaje estrella, sin duda alguna, de la serie, Big Jim, gran creación de Dean Norris, quien tras cerrar la mítica Breaking bad se ha encontrado con un nuevo chollo de personaje: concejal, pero de pueblo pequeño, de los que conocen a todos los vecinos y siempre queda bien con todos. Imagen pública impecable… pero con muchos secretos que ocultar, por no hablar de un hijo que está como una regadera, aunque a la postre parece más decente que su padre.

La otra gran característica de Big Jim es su capacidad única de supervivencia, para salir bien librado de todo, cueste lo que cueste… aunque me temo que a los guionistas se les ha ido la mano, y mientras el personaje de Júnior es tal vez el más logrado, lleno de aristas y creíble en sus decisiones, la facilidad de gatillo de Big Jim en los últimos episodios hace prever que en unos pocos más se cargue a todo el vecindario.

Así que en la segunda temporada deberán ganar protagonismo vecinos que ahora mismo son anónimos, a tenor de la drástica reducción del reparto inicial de la serie, y es que palmarla, la ha palmado pero que mucha gente, empezando por el sheriff encarnado por Jeff Fahey, de lo mejorcito del arranque, pero que no pasó del primer episodio.

Y hablando de sheriffs, otro borrón para los guionistas es la deriva de la agente de policía Linda, que ha ido perdiendo toda sensatez hasta aceptar cada palabra de Big Jim sin cuestionársela en absoluto, y eso que ya se ha descubierto toda la trama del propano.

Tampoco apunta demasiado bien el origen de la cúpula, de momento abiertamente extraterrestre, o ese final que recuerda a los de algunas temporadas de Perdidos. Aquí, por suerte, hay un original que seguir… o no.

De lo que no cabe duda es de que King, a tenor de las audiencias en los USA, batiendo récords en temporada veraniega, y aquí, convirtiéndose en lo más visto de Antena 3 semana tras semana –aunque sin derrotar a Isabel-, ha vuelto a enganchar a los espectadores, y que La cúpula ha sabido mantener la tensión, aunque no tengo tan claro que lo consiga en la segunda temporada.

El detalle: Si Dean Norris ha cambiado Breaking bad por La cúpula, Natalie Zea parece haber hecho un paréntesis tras la primera temporada de The following para mostrarnos que ella también puede ser mala... y desde luego se nota que ha disfrutado con ello. Claro que a tenor de cómo le va a sus personajes en ambas series, igual tiene que ir buscándose otro título.

domingo, 13 de octubre de 2013

'Dr. Who 4': Una pelirroja anda suelta o Toda la familia reunida para el gran final


La cuarta temporada de la era moderna del Dr. Who fue la tercera y última de David Tennant en el rol principal. Hasta ese momento, y salvo la primera temporada, con ChristopherEccleston como el Doctor, Tennant se había convertido en el corazón de la serie, así que su despedida tenía que estar a la altura. Y vaya si lo estuvo… aunque el actor aún aparecería en cinco especiales antes de dar el relevo.

Esta nueva entrega de la serie mantiene un nivel medio más que notable en la mayoría de los episodios, y de nuevo tiene un desenlace por todo lo alto, que además cierra por completo, o casi, la mayoría de tramas abiertas durante estas cuatro temporadas, especialmente por lo que respecta a las compañeras del Doctor.

Hablando de compañeras, aquí tenemos a la tercera de la era moderna, Donna Noble, una pelirroja que se caracteriza por su verborrea y desparpajo, interpretada magistralmente por Catherine Tate, que aprovecha su vena cómica a la menor ocasión. Eso sí, ya desde el principio, casi se intuye que no va a ser una compañera de largo recorrido, y es que su presencia, como la de su predecesora, Martha Jones, se reduce a una sola temporada.

Lo cierto es que Donna Noble lo tiene difícil para hacer olvidar a las anteriores compañeras, ya que, para empezar, estas insisten en reaparecer una y otra vez, especialmente Martha, presente en cinco episodios de esta temporada. También reaparecerá Rose Tyler, el gran amor del Doctor en la era moderna, e incluso Sarah Jane Smith, la mejor compañera de la era antigua, que aparece por segunda vez en esta etapa.

Donna incluso desaparece por completo en el episodio 10, Medianoche, y si el Doctor y Rose estaban enamorados el uno del otro, mientras que la atracción de Martha hacia el Doctor no era compartida, aquí digamos que hay una buena amistad, y ambos se empeñan una y otra vez en decir que no son pareja. Eso sí, la química entre Catherine Tate y David Tennant es brutal, y ella se gana al espectador desde el primer momento.

Y ahora vamos con el análisis capítulo a capítulo.

Para abrir boca, el ya tradicional especial navideño lleva al Doctor, que acaba de despedirse de Martha, a una versión galáctica del Titanic, donde tendrá como compañera ocasional nada menos que a Kylie Minogue.

Ya en el primer capítulo, el guionista oficial, Rusell T. Davies, orquesta el reencuentro entre el Doctor y Donna, que ya coincidieron en el desternillante especial navideño anterior, en el que él acababa de perder a Rose y ella iba a casarse. Como excusa, ahora tenemos la invasión de unos cómicos mini alienígenas… hechos de grasa humana. Davies en estado puro.

Para no perder la costumbre, en los siguientes episodios viajamos al pasado, para descubrir el verdadero motivo de la destrucción de Pompeya –y ojo a uno de los secundarios, porque asumirá el rol del Doctor en la nueva temporada que está a punto de estrenarse, la octava-, y al futuro para conocer toda la verdad sobre los ood, esos alienígenas tan feos y serviciales a los que ya hemos visto en más de una ocasión. Un episodio que supone un formidable alegato contra la esclavitud.

La primera aventura doble, además de una leve reflexión sobre la contaminación producida por los vehículos, supone la reaparición de Martha Jones, que también acompañará a los protagonistas en el siguiente episodio, en el que conoceremos… a la hija del Doctor, en este caso con nuestro protagonista más antibelicista que nunca.

Luego viene uno de mis episodios favoritos de la temporada, en el que los protagonistas viajan al pasado para conocer a Agatha Christie y resolver uno de sus típicos misterios, justo en el día en el que la escritora desapareció, sin que en la actualidad se haya aclarado qué ocurrió durante el tiempo en el que no se supo nada de ella. Lástima que el bizarro argumento gire en torno a una abeja gigante, pero, bueno, esto es Dr. Who.

La siguiente doble aventura es uno de los momentos álgidos de la temporada, con un planeta-biblioteca en el que han desaparecido todos los habitantes como escenario de varias tramas entrelazadas y un montón de misterios a cual más intrigante. Lo mejor, el personaje encarnado por Alex Kingston, la doctora Corday de Urgencias –y a la que este verano también hemos podido ver en Arrow como la madre de Laurel-, que parece destinado a tener una relación muy especial con el Doctor en el futuro. Y no podemos decir nada más.

Y a partir de ahí, Davies retoma a su criatura para toda la recta final empezando por Medianoche, que empieza de la manera más anodina, con el Doctor, sin Donna, de viaje en tren con un reducido grupo de pasajeros. Davies firma uno de sus mejores guiones, en el que la comicidad va dando paso al terror de una manera progresiva pero imparable, y donde el Doctor está más contra las cuerdas que nunca cuando el miedo hace aflorar lo peor del ser humano.

En el siguiente episodio, cambio de tercio, y ahora es el Doctor el que cede todo el protagonismo a Donna y a su especial relación con los universos paralelos. El argumento, una mera excusa para ver cómo hubiera sido todo si ella y el Doctor no se hubieran conocido, empezando por la muerte de Martha Jones.

En este capítulo ya reaparece Rose y sirve de preludio al megaclímax de la temporada. Difícil lo tenían para superar los finales de las tres anteriores, pero digamos que están a la altura, aunque sea por acumulación. La nueva amenaza es tan mortífera que el Doctor necesitará a todos sus aliados para hacerles frente. Así que vuelven todas sus novias –con familiares incluidos-, el capitán Jack y sus compañeros de Torchwood, alguna expresidenta de Gran Bretaña e incluso K9, el perro robótico.

El grand finale, con último episodio de una hora incluido, supone, pues, la reunión de los personajes más importantes de la era moderna del Doctor Who, varios de ellos ya con serie propia en aquel entonces, aunque lo mejor es cómo se revela el lado oscuro del personaje y se muestra su evolución en estas temporadas, pero sobre todo el destino definitivo que les aguarda a Rose y a Donna, de nuevo con Davies acertando de pleno para cerrar el primer gran capítulo de la era moderna del Doctor… aunque aún nos quedan cinco especiales para conocer el final de la era Tennant.

viernes, 11 de octubre de 2013

El estreno: Un 'Caníbal' llamado Antonio de la Torre


Semana bastante interesante en cuanto a estrenos la que nos ocupa. De los USA nos llega un poco de todo: El mayordomo, una de las primeras películas que empiezan a sonar para los Oscar (aunque le doy pocas posibilidades), con Forest Whitaker encabezando un extensísimo reparto como un mayordomo de la Casa Blanca que llega a conocer hasta a siete presidentes; el thriller Prisioneros, con Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal, y The bling ring, lo nuevo de Sofia Coppola, una comedia basada en la historia real de unas jóvenes pijas a las que les dio por robar en casa de Paris Hilton y otras famosas, con Emma Watson en su reparto.

Pero, francamente, este fin de semana resultan más estimulantes los estrenos en lengua hispana. Para empezar, la argentina El médico alemán, con una pareja interpretada por Diego Peretti y Natalia Oreiro que conocen, sin saberlo, al doctor nazi Mengele, interpretado por Àlex Brendemühl.

Y no está muy lejos de esta propuesta nuestro estreno de la semana -todo sea por llevarle la contraria al iletrado de Montoro- Caníbal, donde Manuel Martín Cuenca dirige a un Antonio de la Torre que puede haber encontrado el papel de su vida, el de un sastre aparentemente gris y anodino... al que le gusta comerse a sus parejas. Un film que está cosechando elogios por donde va, y que hubiera sido una apuesta para los Oscar bastante más sólida que 15 años y un día.

miércoles, 9 de octubre de 2013

La inmortal torre de Stephen King


El hombre de negro huía a través del desierto, y el pistolero iba en pos de él.

Resulta difícil imaginar un inicio más impactante para una novela. Aunque, claro, reducir La Torre Oscura a una mera novela es quedarse muy lejos. A Stephen King le llevó 34 años completar su obra magna, y parece que aún no ha dicho la última palabra al respecto, puesto que acaba de volver a este universo con un nuevo libro que no es una continuación de los siete precedentes, sino una historia –o más bien dos- autoconclusiva, ambientada en el mismo, El viento por la cerradura (2012).

Más aún, puede decirse que, en realidad, Stephen King no ha escrito otra cosa que La Torre Oscura, ya que en esta saga está condensada buena parte de su obra, incluyendo la aparición de personajes de otras novelas, como el reverendo Callahan de Salem’s Lot (1975) o el protagonista de Corazones en la Atlántida (1979).

Más aún, en La Torre Oscura encontramos las sneetches de Harry Potter y la Ciudad Esmeralda de Oz, ademá de referencias al rey Arturo y Merlín, por citar solo algunas de las múltiples referencias de la literatura popular que King utiliza a su antojo. Aunque si hablamos de influencias, esta ambiciosa historia podría definirse como un cruce entre los westerns de Sergio Leone y El Señor de los Anillos, no en vano también encontramos los silmarils y un villano que, físicamente, recuerda mucho a Sauron.

A simple vista puede parecer todo un galimatías, y en realidad lo es, con el eterno peregrinaje del carismático protagonista, Roland Deschain –el último pistolero- en busca de La Torre Oscura, el nexo entre mundos. Y es que una de las claves de esta insólita propuesta literaria es que hay muchos mundos, incluyendo el nuestro y todos aquellos que han brotado de la pluma de King, quien incluso llega a aparecer como uno de los personajes en los últimos volúmenes.

La Torre Oscura dista mucho de ser una obra redonda dado su particular proceso de escritura. El primer volumen, muy en la línea de Fundación de Asimov, no se publicó hasta 1982 y es en realidad la recopilación de cinco relatos, apenas lineales, que King empezó a escribir en 1970, inspirado por las obras de Tolkien y Leone –la segunda línea es El desierto era inmenso, la apoteosis de todos los desiertos- y llevado de la desmedida ambición que siente todo joven escritor.

En estos primeros relatos ya aparecen la impresionante figura de Roland, la estrella indiscutible de esta saga –y que iba a ser interpretado por Bardem en una versión cinematógrafica que ahora está en punto muerto, aunque un joven Eastwood sería la mejor opción-, y algunos personajes claves como uno de sus  principales antagonistas, el Hombre de Negro –también villano de otras obras de King como Apocalipsis (1990)- y el joven Jake, con quien el pistolero formará un vínculo muy especial. Y en ellos ya tenemos esa ambientación propia del western, pero en lo que parece también un futuro postapocalíptico de un universo similar al nuestro, pero cambiado, en el que permanecen algunos vestigios del pasado como la canción Hey Jude de los Beatles.

Con el paso de los años, King acabaría volviendo al universo de La Torre Oscura una y otra vez, empezando por un segundo volumen en el que se presentan los otros dos personajes que formarán el ka-tet de Roland: Eddie, un yonqui procedente del Nueva York de los 80, y Susannah, una joven de color que perdió las piernas en un ‘accidente’ en el metro, con trastorno de personalidad múltiple y procedente de la época en la que Kennedy vivía. Y es que aquí se introducen ya los viajes en el tiempo a través de unas puertas muy especiales.

Este segundo volumen es uno de los más caóticos y que ponen a prueba la suspensión de incredulidad, pero presenta a dos personajes, los citados Eddie y Susannah, que como Roland y Jake acaban siendo para el lector tan reales como cualquier persona, y que derrochan carisma por los cuatro costados. Encontramos además la soberbia capacidad de fabulación de King, capaz de hacer que el lector sienta el mismo frío que sus personajes y hasta oler el polvo y sentir el crujido del cuero, como él mismo dice en su despedida tras los siete volúmenes y miles de páginas –solo el cuarto y séptimo volúmenes tienen un millar cada uno- escritos.

La historia se va volviendo más grande y abrumadora a medida que avanza, aunque el punto clave fue el brutal accidente que el escritor sufrió en 1999, cuando una furgoneta lo atropelló y estuvo a punto de morir. Es entonces cuando decidió afrontar la conclusión de la saga y escribió de una tacada los tres últimos volúmenes, además de revisar los anteriores e incluso cambiar los títulos, tratando de darle una mayor cohesión a su obra.

Por lo que a mí respecta, mis favoritos son sin duda los volúmenes cuarto y quinto, Mago y Cristal (antes titulado La bola de Cristal), y Lobos del Calla. Es aquí donde tenemos los pasajes que evocan más el farwest, primero con un flashback en el que el pistolero narra a sus compañeros un momento muy especial de su pasado, aquel en el que la arrogancia de la juventud le costó la vida de su amada, y después con una impecable versión de Los siete magníficos.

A partir de ahí, la cosa empieza a perder fuelle. El penúltimo volumen, Canción de Susannah, es el menos autónomo de la serie, y parece claro que su única razón de existir era dividir en dos partes el extensísimo volumen final, mientras que el épico desenlace tiene posiblemente todo lo que podría pedírsele, incluidas muchas muertes de personajes claves y muchas despedidas, además de un final inevitablemente polémico, pero desde luego original y más que adecuado.

Al final, como dice el propio King en su despedida, siempre hay que recordar que lo importante no es lo que encontramos al final del camino sino el viaje –seguro que Paulo Coelho estaría de acuerdo- y yendo hacia la Torre Oscura ha habido momentos inolvidables como el duelo de adivinanzas con Blaine el Mono –el superordenador que controla un monorraíl a velocidad de vértigo-, las maldades de la bruja Rhea de Cos, el duelo en el que Roland demostró su hombría utilizando como arma… un halcón, cierta hoguera con carne humana como combustible, la batalla definitiva del padre Callahan contra los vampiros, y tantas otras que el lector siempre recordará, además de unos personajes que ya son inmortales.

Y sobre todo, Roland, el pistolero, siempre en pos de la Torre Oscura. Cueste lo que cueste.

PD: Tal vez porque King es el paradigma moderno de escritor popular, la crítica no suele tenerle excesiva estima. Pero quien haya leído It (1986) o La Torre Oscura sabe que estamos, sin duda, ante uno de los mejores autores de las últimas décadas, un fabulador nato y mucho más que un simple 'escritor de terror'. Y a diferencia de otros, tal vez ahora mejor considerados, me temo que King quedará para los restos. Ahí está para echar una mano su perpetuo idilio con el cine y la televisión, cuyos últimos frutos son el inminente remake de Carrie, el título que lo empezó todo en 1974, y el bombazo veraniego de La Cúpula, de la que hablaremos próximamente.

domingo, 6 de octubre de 2013

'Arrow': Reinventando a Oliver Queen... y fusilando 'Batman begins'


Una de las escenas más memorables de Carcaj, la saga con la que el cineasta KevinSmith, metido a guionista de cómic, relanzó al personaje de Flecha Verde –y a su encarnación más lograda, la de Oliver Queen- es aquella en la que Batman y Flecha Verde rememoran viejos tiempos y este recuerda su Arrow-cueva, su Arrow-coche o su Arrow-plano y Batman le suelta “¿es que nunca tuviste una idea original?”.

Y es que, al fin y al cabo, Flecha Verde es, en muchos aspectos, el personaje del universo DC más similar a Batman, no en vano ambos son de los pocos héroes sin poderes y no son otra cosa que dos millonarios tratando de acabar con el crimen.

Diríase que al poner en marcha la nueva versión del justiciero de la flecha para la televisión, han tenido presente más que nunca sus puntos en común con Batman… o simplemente han querido tomar como modelo la última versión cinematográfica del hombre murciélago.

Así, en Arrow también tenemos una arrow-cueva y a un personaje más torturado y oscuro que de costumbre. Como en la versión canónica, este Oliver Queen es un playboy millonario que para sobrevivir tras un naufragio en una isla se convierte en una máquina de matar… aunque las coincidencias con el original casi acaban ahí.

De lo que ocurre en la isla nos iremos enterando poco a poco con flashbacks a lo Perdidos, aunque, dado que Queen pasa cinco años en la isla, en la primera temporada no se nos cuenta todo, sino solo, digamos, una primera aventura, en la que de una manera bastante realista –ya hemos dicho que el modelo es el Batman de Nolan- descubriremos cómo el protagonista consigue sus habilidades excepcionales.

El caso es que el padre de Queen, antes de morir como consecuencia del naufragio, le reveló que estaba envuelto en negocios turbios y le dio una lista con todos sus compinches. Así que este nuevo Oliver regresa con una misión, la de acabar con todos los mafiosos que aparecían en la libreta de su padre, y ahí, como se verá en los últimos episodios de la primera temporada, tenemos otro punto en común con el Batman de Nolan: Queen, como Bruce Wayne, cree que una vez concluya su cruzada, una vez tache todos los nombres de la lista, podrá tener una vida normal con el amor de su vida.

Entramos ahí en el apartado propio del culebrón, con el amplio elenco de personajes secundarios que rodean al protagonista, a quien por primera vez le han dado una madre –con nuevo marido negro incluido- y una hermana menor. La primera dará mucho juego, ya que está implicada hasta el fondo en la trama central de la temporada, muy relacionada con las verdaderas causas del naufragio ‘accidental’, y respecto a la segunda, baste decir que su apodo es Speedy.

Quien haya leído el cómic sabrá que este fue el primer nombre de guerra del sidekick de Flecha Verde, es decir, el equivalente al Robin de Batman. Un compañero de aventuras que tuvo sus más y sus menos con las drogas, así que avisados estamos. Por cierto, la identidad real de Speedy en los cómics es Roy Harper, quien aparece en los últimos episodios como interés romántico de la hermana de Queen, y por tanto, no es muy difícil imaginar el futuro que le espera en la segunda temporada.

Siguiendo con el elenco  más cercano al protagonista, no falta su novia de toda la vida (en el cómic, se entiende), a la que también le han cambiado el nombre, como a casi todo. Si la ciudad en la que transcurre la acción ya no es Star City, sino Starling City (¿?), la novia es ahora Laurel Lance, aunque Dinah, el nombre original, se mantiene como segundo nombre que apenas se utiliza. Dinah, digo Laurel, aún no es Canario Negro, otra justiciera –con uno de los uniformes más sugerentes y menos imaginativos del cómic-, aunque habrá que ver qué ocurre en la segunda temporada.

La relación entre ambos será tan complicada como la que mantienen Clark y Lana en Smallville –bueno, tanto tampoco-, ya que, para empezar, Oliver se acostaba con la hermana menor de Laurel... que también falleció en el naufragio. Y aunque Oliver ya no es para nada aquel playboy irresponsable, de cara a la galería, para salvaguardar su identidad secreta, sigue mostrándose como tal, muy en la línea del Bruce Wayne de Nolan, al que recuerda y mucho en los primeros episodios.

Y para complicar más las cosas, Laurel tiene un padre policía que hace responsable a Oliver de la muerte de su hija pequeña. En este caso se han inspirado en Spiderman y el padre policía de Gwen Stacy, que aquí empezará como el principal perseguidor del nuevo justiciero para acabar aliándose con él, sin llegar a la estrecha relación entre Gordon y Batman.

El entorno de Oliver se completa con un amigo de toda la vida, que también se ha vuelto más responsable y ha tenido algún lío con Laurel mientras Oliver estaba en la isla; un fiel escudero de color que ejerce como voz de la conciencia del protagonista, evitando que se extralimite y haciéndole ver sus errores, y la ya clásica informática, tan geek como espectacular.

Ah, y no nos olvidamos del padre del mejor amigo de Oliver, ya que, en una primera temporada en las que las múltiples relaciones paterno-filiales, como ocurría en Smallville, dan para mucho, no es otro que el más malo de todos los malos, encarnado además por John Barrowman, el capitán Jack de Dr. Who, aunque aquí no se divierta tanto.

Con un planteamiento mucho más adulto y ambicioso que Smallville, cierto es que Arrow no desdeña –en absoluto- recursos fáciles para atraer a la audiencia, como exhibir en cada capítulo el potente torso desnudo y lleno de cicatrices de guerra del protagonista mientras, ejem, se ejercita para estar en forma, al tiempo que en esta primera temporada tiene no menos de cuatro relaciones amorosas, con novias a cuál más imponente, a ambos lados de la ley.

Pese a ello, puede decirse que Arrow debería marcar la pauta para las muchas series sobre héroes del cómic que se están preparando –Shield, Constantine, Flash, Gotham…- ya que, aunque podría mejorarse, mantiene un notable nivel. Las escenas de acción están bastante logradas, y ya han aparecido unos cuantos personajes del cómic, convenientemente reinventados para la ocasión: el conde Vértigo (interpretado por Seth Gabel, familiar para los seguidores de Fringe), Deadshot, la Cazadora, y sin movernos de la isla, Shado y un tal Slade Wilson, más conocido en el cómic como Deathstroke, aunque aquí aún no ha explotado como villano.

Como ocurre con toda serie de 23 episodios, donde la mayoría son autoconclusivos al margen de las tramas que se van desarrollando durante toda la temporada, la irregularidad es la nota habitual, y rara ha sido la semana en la que en Antena 3, donde la serie se ha emitido a razón de dos episodios por semana, no hubiese un capítulo más interesante y otro más flojo. A destacar el 14, que transcurre por entero en la isla –y no es precisamente uno de mis favoritos- y el díptico dedicado a la primera aparición de la Cazadora, donde la serie dio un salto de calidad. Eso sí, tal vez se han precipitado al volver a utilizar a determinados villanos en esta misma temporada, repitiéndose un tanto.

Y volviendo a las similitudes con Batman, sin desvelar demasiado, la trama central, el misterioso plan de la misteriosa Iniciativa, está calcado de Batman Begins… solo que aquí se han atrevido a cambiar el final con un inesperado y brutal desenlace que va a marcar una segunda temporada que promete muchas novedades y la aparición de un tal… Flash.


El detalle: En cuanto al actor protagonista, Stephen Amell, bueno, convincente, salvo cuando se pone la peluca para las escenas de la isla... Atractivo, de mandíbula cuadrada y sin demasiadas dotes interpretativas, pero la verdad es que, físicamente, recuerda mucho a la imagen clásica del personaje. Otra cosa es que este Oliver Queen tenga poco que ver con el original, aunque resulta bastante apañado y recupera el uniforme de su época más gloriosa.

viernes, 4 de octubre de 2013

El estreno: Cuarón se va al espacio


Pocas dudas sobre cuál es el elegido entre la amplia nómina de estrenos de esta semana, incluyendo varios megapublicitados. Es el caso de uno de los dos estrenos patrios, Zipi y Zape y el Club de la Canica, que supone el salto a la gran pantalla de la popular creación de Escobar, que lo mismo que Mortadelo y Filemón ha tardado lo suyo. Aunque prefiero, cosas de la edad, el otro estreno nacional, La herida, que le ha valido a su protagonista, Marián Álvarez, el premio a la mejor actriz en San Sebastián. Y cerramos los estrenos en español con la argentina Mi primera boda, siguiendo la línea de comedias románticas en torno a una boda, con Natalia Oreiro con protagonista.

Sin movernos del otro lado del charco, pero subiendo hasta Norteamérica, tenemos de todo: la comedia Los muertos del hambre, que parodia la película que podéis imaginaros al más puro estilo Scary Movie; el thriller Runner, runner, con Justin Timberlake y un sobreactuadísimo (o esa impresión da en el tráiler) Ben Affleck; y El mayordomo, que dudo mucho que sea la película de los Oscar como anuncia su publicidad pero tiene a Forest Whitaker al frente de un larguísimo megareparto, en la biografía de quien sirvió como mayordomo a siete presidentes de los USA.

Pero la elegida es otra cinta de la que se viene hablando, y mucho, desde hace bastante tiempo: Gravity, el regreso a la dirección de Alfonso Cuarón, que no se ponía tras las cámaras desde Hijos de los hombres (2006). Film 'minimalista' el que nos ocupa, que sigue las peripecias de dos astronautas encarnados por George Clooney y Sandra Bulloch, que tras un accidente en el espacio tratan desesperadamente de regresar a la Tierra.

Pero aquí lo de menos es la historia -al parecer todos los defectos de la película vienen de la misma-, y tampoco espere el espectador un thriller que le deje sin respiración. Al parecer Cuarón busca emular al Kubrick de 2001 (1968) y lo suyo es ofrecer una experiencia visual inédita en la pantalla grande, con largos planos secuencia e imágenes del espacio de una belleza sobrecogedora. Dicen que le sobra la banda sonora, y habrá que ver si resucita al 3D... aunque me temo que va a acabar en fracaso de taquilla.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Los espejos deformantes de Gotye


El disco que descubrió a Gotye al gran público demuestra algo que suele ser bastante habitual en la música, y es que menos es más. El estilo del cantante se caracteriza por acumular efectos de sonido y experimentar, buscando resultados originales. Sin embargo, cuanto más simple se muestra en su propuesta, cuanto más desnuda su sonido, es cuando más da en el clavo.

Curiosamente los cinco primeros temas de Making mirrors (2011) van in crescendo en su duración, de uno a cinco minutos, y también en calidad. El primer tema, precisamente el que da título al disco, es un mero prólogo experimental de un minuto, con más música que otra cosa. En el segundo se multiplican los efectos y los experimentos, pero sin lograr nada. Solo en el tercero despega el disco, encadenando dos joyas. Primero Eyes wide open, más espectacular y épico, y después esa impresionante balada que es Somebody that I used to know, con la impagable colaboración de la neozelandesa Kimbra, por mucho que finalmente reconociese haber copiado el tema.




Tras estos dos temazos, en los que Gotye recuerda, y mucho, al mejor Peter Gabriel, vuelve a naufragar en Smoke and mirrors, el tema más extenso del álbum, donde de nuevo acumula constantes efectos que se quedan en pura pirotecnia.

Nada que ver con I feel better, cambio total de registro para mostrarse más, digamos, crooner años 50 recurriendo a instrumentación de viento, y volviendo a acertar de pleno. Un estado de gracia que se prolonga brevemente con In your light, igualmente luminosa, antes de que Gotye vuelva a la experimentación y con ello el disco baje notablemente. Primero con State of the art, más de cinco minutos con distorsiones vocales, creando cierta atmósfera divertida, pero sin ser nada del otro mundo, y luego con la mucho más floja Don’t worry we’ll be watching you, prácticamente tres minutos de música que no hay por donde coger.

Y para cerrar Making Mirrors, Gotye vuelve a la sencillez. Giving me a chance es la otra balada del disco, aunque sin llegar al nivel de Somebody…, mientras que Save me cierra el disco en lo que parece una continuación del otro gran tema de este trabajo, Eyes wide open, de nuevo con protagonismo absoluto para la percusión.

En resumen, Gotye muestra hasta cuatro caras bien distintas en un trabajo más que irregular, en el que no esperéis encontrar nada que se asemeje a Somebody…: baladas desnudas (Somebody… y Giving…), épica espectacular (Eyes wide open y Save me), pop rock clásico desenfadado (I feel better e In your light) y experimentación sin rumbo, donde apenas se salva State of the art, el tema más trabajado.