Hollywood sigue ahondando su leyenda negra. Hace unos pocos años nos dejaba
Heath Ledger, hace unos meses
Philip Seymour Hoffman y ahora se nos va
Robin Williams. Tres actores dotados de un talento inmenso, pero al parecer mejor preparados para dar vida a los personajes más extraordinarios que para lidiar con la vida real.
Un oscar y cinco globos de oro, ahí es nada, avalan la trayectoria de un actor que pudo haber triunfado mucho antes de lo que lo hizo. A punto de cumplir los 30 le llegó su primera gran oportunidad de la mano de uno de los mejores directores norteamericanos,
Robert Altman, dando vida nada menos que a
Popeye (1980). Pero la cinta fue un fracaso, así que el debut de Williams en la gran pantalla no tuvo el eco esperado.
Ello no impidió que un par de años después protagonizase
La vida según Garp, adaptación de la novela de
John Irving, de nuevo a cargo de otro maestro,
George Roy Hill, director de
Dos y hombres un destino o
El golpe. Esta vez, sin embargo, fueron sus compañeros de reparto
John Lithgow y
Glenn Close quienes se llevaron la nominación a los Oscar como mejores secundarios.
El actor tendría que aguardar cinco años más para alcanzar el estrellato, gracias a su espectacular actuación en
Good morning Vietnam (1987), esta vez a las órdenes de
Barry Levinson, y que le proporcionaría su primera nominación al Oscar al mejor actor. Tal vez sea el papel más completo de cuantos interpretase a lo largo de su carrera, y la perfecta muestra de lo que Williams era capaz de dar. Y es que el personaje de un locutor de radio durante la guerra de Vietnam era perfecto para que el intérprete exhibiese sus dotes dramáticas, pero sobre todo el bagaje logrado como monologuista y tanto su extraordinaria vis cómica como su capacidad para imitar al todo Hollywood, que también aprovechó cuando le tocó presentar los Oscar.
Ya convertido en actor de éxito, Williams formaría parte de ese reducido grupo de actores encabezado por
Tom Hanks, capaces de desenvolverse tan bien en el drama como en la comedia. En este último apartado protagonizaría taquillazos de lo más sonado como
Mrs. Doubtfire (1993),
Jumanji (1995),
Una jaula de grillos (1996),
Flubber (1997) o
Patch Adams (1998), otra de esas interpretaciones para las que resultaba el actor ideal.
Si la comedia le convirtió en uno de los preferidos del público, el drama le dio el prestigio, empezando por su siguiente gran bombazo tras
Good morning Vietnam y uno de sus papeles más recordados,
El club de los poetas muertos (1989), a las órdenes de
Peter Weir y junto a unos jovencísimos
Ethan Hawke y
Robert Sean Leonard. Luego sería capaz de codearse con
Robert de Niro en la conmovedora
Despertares (1990) y seguir cosechando nominaciones con
El rey pescador (1991) de
Terry Gilliam o
El indomable Will Hunting de
Gus Van Sant, que en 1997, casi una década después de
Good morning Vietnam, le proporcionaba el Oscar al mejor actor secundario.
Ese año también trabajaría a las órdenes de
Woody Allen en
Deconstruyendo a Harry, y hasta cierto punto cerraría su etapa más gloriosa, en la que también puso voz al Genio del
Aladin (1992) de Disney, dio vida a un maduro Peter Pan en el Hook
(1991) de
Spielberg, a un niño atrapado en el cuerpo de un hombre en Jack (1996) de
Coppola y tuvo uno de sus escasos fracasos en taquilla en la delirante
Toys (1992), que volvía a reunirle con Barry Levinson. Capaz de dar vida a los personajes más inverosímiles, cerraría los 90 con films como
Más allá de los sueños (1998),
Jacob el mentiroso (1999) o
El hombre bicentenario (1999).
Pero si en los 90 Williams fue uno de los mayores astros del séptimo arte, su estrella se apagó con el cambio de milenio, lo que le obligó a buscar otros papeles para recuperar el éxito perdido, reinventándose sin resultado como psicópata asesino en films como
Retratos de una obsesión (2002) o
Insomnia (2002), en la que se enfrentaría al detective encarnado por
Pacino en la películas más olvidada de
Christopher Nolan, justo entre
Memento (2000) y su primer Batman.
En los últimos tiempos apenas destacó por sus breves apariciones en la saga
Noche en el museo o poniendo voz en films de animación como
Robots (2005) o
Happy Feet (2006), volviendo el pasado año a la televisión, el medio donde dio sus primeros pasos, con la serie
The crazy ones, comedia en la que junto a
Sarah Michelle Gellar interpretaban a un padre y una hija que trabajan en el mundo de la publicidad. La serie fue cancelada el pasado mayo, con lo que el actor sufría un nuevo revés.
Tras su muerte, queda el formidable legado de un actor que sobre todo nos hizo emocionarnos, y del que cualquiera que fuese espectador de cine en los 90 guarda un emotivo recuerdo de alguna de sus caracterizaciones, ya fuese como locutor de radio, profesor, científico chiflado, Peter Pan entrado en años o Genio de la lámpara. Se va un actor irrepetible.