miércoles, 13 de agosto de 2014

Adiós a Lauren Bacall, la gran dama de Hollywood


No hay manera de que los astros de Hollywood abandonen este mundo de uno en uno. Apenas habíamos empezado a llorar a Robin Williams y hoy nos deja Lauren Bacall, la última gran dama del séptimo arte. Con ella se apaga un poco más la luz del Hollywood más brillante y glamuroso, y es que la Bacall era uno de esos mitos que el cine da muy de vez en cuando, o que tal vez solo dio en su época dorada. Aunque para mí, lo mejor es cómo supo sobrevivir a su propia leyenda.

Proveniente del mundo de la moda como tantas otras actrices, su debut en la gran pantalla es de los que quedan para siempre. Rondaba los 20 y se convirtió en la protagonista de Tener y no tener (1944), aquella especie de copia de Casablanca (1942) basada en un relato de Hemingway donde no solo deslumbró al director, Howard Hawks, ganándose un protagonismo que no existía en el guión original, y al público, sino a su compañero de reparto, Humphrey Bogart, rendido ante el irresistible encanto de aquella chiquilla que le enseñó a silbar.

Sus inicios cinematográficos estarían muy ligados a quien se convertiría en su marido, y que luego la dejaría como la gran viuda de Hollywood, suficiente para permanecer en la historia del séptimo arte, y eso que durante una década estaría casada con el también actor Jason Robards. A aquel primer film, mítico pero irregular, le sucederían dos obras maestras, El sueño eterno (1946) y Cayo Largo (1948), y la menos lograda La senda tenebrosa (1947), donde ambos intérpretes darían muestra de su extraordinaria química en pantalla.

Bacall daría el salto al color con la comedia Cómo casarse con un millonario (1953), y como los grandes se mantendría en la brecha hasta el final, dando paso a una segunda etapa, en la que sin su juvenil belleza, supo mantener una extraordinaria elegancia y llevar los años como pocas estrellas de su categoría lo han hecho, mostrándose siempre como la gran dama que fue.

Así aparecía ya en El último pistolero (1976), la gran despedida de John Wayne, aunque tendría que esperar a 1996 para recibir su única nominación a los Oscar, siempre tan ciegos, a la mejor actriz secundaria por el film de Barbra Streisand El amor tiene dos caras. Por supuesto no se lo dieron, ultraje que no repararían hasta 2009, cuando le dieron un Oscar honorífico. Antes ya había recibido el premio Donostia en San Sebastián.

En los últimos tiempos tuvo pequeñas apariciones que la seguían mostrando en plena forma a todos los niveles, en películas como Pret a porter (1994), El celo (1999) o Dogville (2003) de Lars von Trier y su secuela Manderlay (2005).

Adiós a la gran dama.


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