Casi salvan el finde los documentales, por un lado María Casares. La mujer que vivió mil vidas, sobre una mujer que tuvo que marcharse de España por la guerra civil para convertirse en una de las más populares actrices de Francia, y La belleza y el dolor, perfecto para ampliar conocimientos después de ver la serie Dopesick, ya que se centra a la vez en la artista Nan Goldin y en la caída de la familia Sackler, la dinastía farmacéutica detrás de la epidemia mortal de opioides.
Ya en cuanto a películas, la coproducción entre Noruega y Suecia Sick of myself puede ser la bizarrada de la semana o dar para mucho: en una pareja muy competitiva, a ella no se le ocurre otra cosa para competir con el éxito de él que inventarse una enfermedad rara...
Una apuesta más sobre seguro es El caftán azul, la apuesta marroquí para los Oscar, sobre un sastre (y su esposa) que ocultan la homosexualidad de él hasta que llega un nuevo aprendiz.
Pero me acabo quedando con la sexta entrega de Scream, que por número de secuelas ya está en la línea de aquellas legendarias sagas de terror a las que nació parodiando en 1996. Hablamos de casi tres décadas de una serie cinematográfica con la que he crecido (vale, envejecido), y que mantuvo un gran nivel mientras Wes Craven estuvo al mando, tanto en la trilogía inicial como en el regreso de 2011. Luego vino la versión televisiva y el pasado año una nueva vuelta a la gran pantalla con los rostros más míticos de la saga aún en danza y el dúo Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin ocupando el lugar del ya fallecido Craven en la dirección. La cosa funcionó tan bien en taquilla que han facturado de inmediato otra entrega y parece que la siguiente ya está en marcha. Aún tengo pendiente comprobar si esta nueva etapa está a la altura de la anterior... pero en fin, Scream es mi saga de terror predilecta.
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