‘La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey’. Tan estrafalario título supone la única novela de Mary Ann Shaffer, editora, bibliotecaria y librera, cuyo sueño era escribir un libro que a alguien le gustara bastante como para publicarlo. Y lo logró con creces. Nacida en 1934, fue en 1976 cuando gestó el argumento de esta singular obra durante una visita a Londres. Decidió visitar la isla de Guernsey, que forma parte de las islas del Canal de la Mancha, y supo de la ocupación alemana de las islas. A causa de una enfermedad, su sobrina Annie Barrows le ayudó a terminar el libro.
Lo primero que destaca de esta obra es su concepción epistolar, lo que al principió me dificultó un tanto su lectura. ‘La sociedad literaria…’ nos transporta pues a una época, tampoco hace tantos años, en la que los seres humanos se comunicaban mediante cartas… aunque no sería difícil imaginar una versión actual sustituyendo las misivas por emails. Se trata de la correspondencia entre la protagonista, Juliet Ashton (una joven escritora) y los miembros de la sociedad literaria en cuestión. Todo surge por casualidad, ya que un libro del escritor Charles Lamb que perteneció a Juliet llega a manos de uno de los miembros de la sociedad y este se dirige a ella para saber quién es.
La sociedad literaria acabará convirtiéndose en el tema del próximo libro de Juliet, o mejor dicho, sus vivencias y las de los vecinos de Guernsey durante la ocupación alemana, y especialmente de uno de ellos, Elizabeth, cuya figura domina la novela. Así, ambientándose en 1946, y mediante una sucesión de pequeños relatos y fragmentos de vida, descubrimos la historia de Guernsey durante la ocupación nazi, donde se alternan imágenes realmente duras y sobrecogedoras, con otras llenas de humanidad. Todo el libro refleja a la perfección el clima de los primeros años de posguerra, en los que la tristeza y el dolor por lo ocurrido daban paso tímidamente a la esperanza que traía la paz. Lejos de maniqueísmos, recoge testimonios que dejan patente que los soldados alemanes, además de verdugos, también fueron víctimas, y que hubo sufrimiento en ambos bandos.
Pero lo mejor del libro es la galería de excéntricos personajes que va conociendo Juliet a través de las cartas que le envían, lo que la hará trasladarse a Guernsey para conocerlos. Baste decir que la sociedad surge para ocultar a los nazis una cena en la que sus miembros se zampan un cochinillo que estaban obligados a entregar a los alemanes. Al final, el lector no sólo llega a la última página con el deseo de que el libro no acabara nunca, sino convencido, como Juliet, de que no hay mejor lugar que Guernsey para vivir, ni mejores vecinos. Tal vez la conclusión resulte demasiado almibarada, pero tras el ‘asunto Oscar Wilde’ (impagable, de verdad), uno no puede hacer otra cosa que rendirse a los pies de la autora y lamentar que su obra se limite a este libro.
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