viernes, 23 de julio de 2010

Una epopeya del oeste... y una gran historia de amor

‘Si Dios me da larga vida prometo dedicarla toda a ti’…


…pero siempre es más fácil decirlo que cumplirlo. Esa es una verdad que descubrirá la pareja protagonista de este western, una de las cumbres de Anthony Mann, y curiosamente una de sus escasas películas pertenecientes a este género en las que no contó con James Stewart como protagonista. Aquí ese rol recae en Glenn Ford, también en uno de sus papeles míticos, posiblemente el que más junto al de ‘Gilda’.

Ford, que ya tenía una cierta edad, es el 'cimarron' del título, el prototipo de hombre hecho a sí mismo norteamericano, un pionero en todos los sentidos acostumbrado a lanzarse a la aventura sin pensárselo. No extraña, pues, que se embarque en la odisea de ser uno de los primeros colonos de Oklahoma en 1889, participando en una carrera para hacerse con un terreno de cultivo. Una aventura en la que embarca a su mujer, con la que acaba de contraer matrimonio, y que parece su antítesis, perteneciente a una familia bien y que nunca ha salido de casa. María Schell interpreta a este personaje, al que convierte en la otra clave de la película, no en vano durante buena parte de su metraje Ford desaparece de la pantalla debido a esas ansias de aventura. Y es que la historia de amor entre ambos, llena de altibajos, es la gran trama del film, por encima de las mil y una aventuras del protagonista, enlazadas como si fuesen episodios de una serie, una estructura que no beneficia en exceso al film.

El primero de esos capítulos es el más espectacular, la carrera entre los aspirantes a colonos que se convierte en el momento más épico del film, y donde queda más patente su carácter de superproducción. Mann inauguraba así un periodo de su carrera, en el que a continuación se trasladaría a Europa para dirigir ‘El Cid’ y ‘La caída del imperio romano’. ‘Cimarron’ resulta así lo más opuesto a uno de sus primeros westerns, ‘Winchester 73’, tal vez mi favorito de todos los tiempos, ya que con una gran economía de medios, una fotografía en blanco y negro, James Stewart y un elenco tremendo de secundarios encabezado por Shelley Winters, abarca todos los temas del género con una maestría pocas veces igualada.

En cuanto al argumento de ‘Cimarrón’, una vez instalado en Oklahoma, el protagonista, Yancy Crabat, pronto abandona sus sueños de convertirse en granjero para hacerse director de periódico y acabar emprendiendo nuevas expediciones que le alejarán de su mujer y su hijo. Es entonces cuando su esposa, Sabra, se cuestiona más que nunca si él la ama. Inolvidable su encuentro final con el personaje que interpreta otra mítica dama de Hollywood, Anne Baxter, también en una etapa muy avanzada de su carrera, como una ‘chica de vida alegre’ enamorada de Yancy a la que Sabra ve como una rival. Sin duda, mi escena favorita de la película.

Basada, al parecer, en una famosa novela norteamericana, en la mejor tradición de ‘Lo que el viento se llevó’, escrita por Edna Ferber, ‘Cimarrón’ prolonga su acción durante décadas, abarcando también el surgimiento de las petroleras, muy en la línea de ‘Gigante’ y haciendo que su protagonista tenga que desenvolverse tanto en tiroteos de saloon como en la arena política, mientras su mujer se convierte en una importante empresaria. ¿Triunfará su amor? Para eso hay que ver el último western de Anthony Mann, que nos recuerda, tal como dice uno de sus personajes secundarios, que ‘la vida no vale la pena vivirla sin un sueño’.


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