Y aquí estamos de nuevo con los zombis, perdón, los ‘caminantes’ de ‘The walking dead’, ahora sí, en su versión televisiva. Lo del titular viene a cuento de que las dos series a las que más recuerda lo nuevo de Frank Darabont en cuanto al punto de partida son ‘Perdidos’ y ‘Jericho’. En ambos casos tenemos a un grupo de personas, desconocidos en el caso de la isla y de los zombis, y vecinos de un pueblo en ‘Jericho’, que tratan de salir adelante en un escenario completamente distinto al de su vida cotidiana, ya sea una isla en la que han quedado aislados del mundo, un pueblo aislado del mundo (si es que hay mundo) tras lo que parece un atentado nuclear, o un planeta devastado por los zombis.
Puntos de partida distintos para un mismo fin: reflexionar sobre las relaciones humanas en situaciones límite. Ese es el principal valor de ‘The walking dead’, donde los muertos vivientes aparecen de cuando en cuando para lucir el alto presupuesto de los escasos seis capítulos de esta primera temporada (habrá segunda de 13, y se empieza a rumorear que en verano podemos tenerla en España). Lo importante son los humanos, y pese a los zombis, seguimos teniendo maridos que maltratan a sus mujeres, racistas e individuos que todo lo arreglan con violencia.
Lo que mejor ha sabido captar Darabont del cómic en el que se basa la serie es esa humanidad de que sobre todo hace gala el protagonista, Rick, que sigue tratando de comportarse como una persona en un mundo en el que ya no parece haber reglas e impera la ley de la supervivencia. Su compasión, incluso para quienes se han convertido en meras carcasas sedientas de sangre, ha sido trasladada a la pantalla a la perfección, y no es ajeno a ello el actor Andrew Lincoln, que probablemente acaba de ganar la popularidad y prestigio que ya se estaba mereciendo con sus anteriores actuaciones.
La primera temporada respeta además, casi escrupulosamente, el primer arco argumental del cómic, los seis primeros números, de los que no es sino una versión ampliada y en espectacular 3D, convirtiéndose en lo mejorcito que ha dado el género zombie hasta la fecha. Darabont se luce al trasladar el cómic a la pantalla, y valga como ejemplo la portentosa secuencia en la que Rick recorre el hospital tras despertar: cada plano es un detalle que permite al espectador tratar de recrear qué ocurrió allí (y lo veremos en el prólogo del último episodio). Pero lo mejor es cuando sale y ve cientos de bolsas de cadáveres y los tanques abandonados por el ejército, un escenario de pesadilla que le hace preguntarse si aún está en coma y lo ha soñado todo.
Y a partir de aquí, entramos en profundidad en la comparativa con el cómic, o sea, algún que otro SPOILER.
Como acabo de decir, a grandes rasgos los cinco primeros capítulos de la serie adaptan el arco ‘Días pasados’, que narra cómo Rick despierta del coma y viaja a Atlanta, donde se encuentra con su mujer y su hijo en un campamento de supervivientes, la mayoría de los cuales son los mismos del cómic. El primer gran cambio se produce en el segundo capítulo, ya que en las viñetas Rick sólo encuentra a Glenn, mientras que en la serie aparecen más supervivientes del campamento y todo el episodio se centra en la huida de la ciudad. Y sí, toda la parte del hombre al que dejan esposado en la azotea es nueva, al igual que la trama posterior del asilo de ancianos (de lo mejorcito de la serie: no hay que fiarse de las apariencias).
No es idea de Darabont sino del guionista del cómic, Robert Kirkman (también guionista de algún episodio de la serie) lo de embadurnarse de vísceras para pasar desapercibidos entre los zombis, pero la escena se adelanta en la televisión y se utiliza de otra manera. Por supuesto, también se profundiza mucho más en los personajes, como es el caso de la relación entre las dos hermanas, apenas esbozada en el cómic.
Pero los cambios más drásticos llegan al final. Primero, con el personaje del amigo de Rick, que en el cómic ya no les acompaña cuando parten de Atlanta porque para entonces ya ha explotado el triángulo entre ambos y la mujer de Rick… con consecuencias fatales. A partir de ahí, todo el último capítulo es cosa de Darabont (aún no he pasado del octavo número del cómic, pero no parece que las cosas vayan a ir por ahí), que da una cierta explicación a la plaga zombi, sin desvelarlo todo, con la aparición de un personaje que recuerda al protagonista de la mítica ‘Soy leyenda’. Un capítulo en el que cualquier esperanza parece desvanecerse, pero al final, la mayoría de protagonistas deciden seguir tratando de sobrevivir. Habrá que seguirles los pasos.
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