lunes, 3 de septiembre de 2012

¿Un 'nuevo' Bourne? Más bien no...



¿Es El legado de Bourne la mejor película de la saga? Posiblemente. ¿Es, al mismo tiempo, la más aburrida y previsible? Pues también. El reinicio de la serie a cargo de Tony Gilroy al guión y la dirección, y con Jeremy Renner como protagonista es la cinta más redonda hasta la fecha, aunque adolece de una falta de originalidad total. Si no has visto ninguna de las tres entregas protagonizadas por Matt Damon, te encantará, pero si eres un fiel seguidor de la serie no verás nada que no hayas visto antes: otra vez Bourne, digo Aaron Cross, corriendo por las azoteas, otra persecución de motos (impresionante, eso sí)… más de lo mismo.

A Gilroy hay que reconocerle que ha sabido enlazar la nueva entrega con las anteriores con una gran habilidad, para lo cual contaba con la ventaja de haberlas escrito todas, tomando las novelas de Robert Ludlum como mero punto de partida para construir una nueva mitología. Toda la parte inicial de El legado de Bourne discurre de manera paralela a lo acontecido en El ultimátum de Bourne, su predecesora, lo que le da mucha coherencia y le hace ganar puntos para los fans de la saga. En cambio, quien vea por primera vez un film de la serie andará un tanto perdido. Podrá seguir el argumento sin problemas, pero no captará al cien por cien todo lo que estará viendo.

A diferencia de El ultimátum de Bourne, que era acción en estado puro (ya que el argumento arrancaba en la cinta anterior, El mito de Bourne), aquí Gilroy tiene que contar una historia desde el principio y presentar nuevos personajes, por lo que esta entrega tiene mucho más guión que la anterior y la acción se ve reducida, aunque la recta final es de infarto. Eso sí, el sucesor de Bourne no tiene ninguna pelea cuerpo a cuerpo al nivel de las últimas, de extrema violencia.

El film arranca alternando un ‘entrenamiento’ de Cross en plena naturaleza salvaje, presentándolo como una máquina imparable, con una revisión de lo ocurrido en El ultimátum de Bourne. Dichos acontecimientos llevan al personaje encarnado por Edward Norton, otro jefazo del Gobierno USA, a desmantelar un programa similar al que dio luz a Bourne para evitar que la prensa lo descubra… lo que supone cargarse a todos los implicados. Pero Cross y la doctora encarnada por Rachel Weisz se las ingenian para emprender la huida. Se repite, por tanto, el esquema de El caso Bourne, aunque aquí sin la dosis de misterio que había en aquella dada la amnesia del protagonista. El elemento novedoso en este caso es que los asesinos entrenados por el Gobierno toman unas drogas para potenciar sus habilidades físicas y mentales, y a Cross se le están acabando, por lo que necesita hallar un suministro.

Renner cumple en su cometido, aportando intensidad a un personaje apenas construido, mientras que Rachel Weisz es lo mejor de la función, con el clásico personaje que se ve arrastrado por los acontecimientos… aunque no está totalmente libre de culpa. En cuanto a Norton, también cumple, hablamos de primeros espadas, pero a diferencia de David Strathairn, que en el film anterior tenía como oponentes a Joan Allen y a Matt Damon, aquí Norton… no tiene a nadie, ya que durante la mayor parte del tiempo creen muerto a Cross.

Por lo demás, es engañar al público poner en el cartel los nombres de Joan Allen y Albert Finney, que no salen ni medio minuto, y el segundo en unas imágenes televisivas. Ya puestos, podrían haber puesto a Strathairn, que debe rondar el minuto en pantalla con un par de intervenciones. En cambio, ni se menciona a Stacy Keach, que comparte la mayor parte de escenas de Norton con gran eficacia.

En cuanto al futuro de la saga, baste decir (y esto es spoiler para quienes hayan visto El caso Bourne) que El legado de Bourne acaba igual que la primera entrega de Damon. Ya digo, originalidad, poca.

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