El cebo (2010), última novela de José Carlos Somoza (ha publicado
después el volumen de relatos Tetrammeron), gustará más a quienes se acerquen por
primera vez a este autor que a quienes hayan seguido su obra. Y es que el
escritor español empieza a repetirse.
Su penúltima propuesta levanta el vuelo con respecto a la anterior Zigzag (2006) (aún no he leído la posterior La llave del abismo (2007)), la más floja de
Somoza, en la que se empeñaba en dar verosimilitud científica a un argumento de
lo más rebuscado, y donde dibujaba a los peores personajes de su bibliografía.
El cebo no alcanza las cotas de brillantez de sus obras más
redondas, Clara y la penumbra (2001), y
sobre todo La dama número 13 (2003) (curiosamente, la propuesta del autor que más abunda en elementos fantásticos),
pero se les acerca bastante y está mucho más lograda que Zigzag, más homogénea.
El problema, para quien ha leído sus obras anteriores, es que Somoza repite
en exceso los esquemas, personajes y situaciones, precisamente, de sus dos
obras magnas. Como de costumbre la protagonista es una mujer, aunque esta vez
sin contrapartida masculina, con un enigmático asesino en las sombras. Además,
como en La dama número 13, la
protagonista, y parte del reparto, poseen cierto ‘poder mágico’ capaz de
influir en la conducta de las personas, algo similar a lo que ocurría con las
brujas de aquella novela. Y el doctor Gens, el ‘creador’ de dicho poder en El cebo, recuerda mucho al artista que
en Clara y la penumbra ‘inventaba’
las estatuas vivientes.
Somoza, que también ha perdido parte de su habilidad para describir
asesinatos macabros, perdiendo originalidad, recupera su declarada pasión por
Shakespeare, convirtiéndole en parte de la trama, como ocurría en La dama número 13. Si allí las
protagonistas causaban efectos extraordinarios al declamar de una determinada
manera los versos del bardo (y los de otros autores), aquí el autor inglés
también es clave para los ‘poderes’ de los cebos.
La acción nos sitúa en un cercano futuro, en el que la tecnología no sirve
para atrapar a los criminales, que cuentan a su vez con sistemas aún más
avanzados que la propia policía. La idea que nos presenta Somoza (y en eso es
un maestro, en idear propuestas innovadoras como las estatuas vivientes de Clara y la penumbra o los versos
mágicos de La dama número 13) es la
siguiente: los psicólogos han descubierto el psinoma del ser humano. Si el
genoma nos programa físicamente, el psinoma guía nuestras emociones: cada
persona responde de una manera a un estímulo visual que nos produce placer.
En última instancia, la polémica tesis que expone Somoza es que nadie es
responsable de sus actos, porque, de manera insconsciente, solo busca
satisfacer su psinoma. El autor, eso sí, se demora en exceso en explicar toda
esta teoría, que va apuntando poco a poco, y su relación con las obras de
Shakespeare, un avanzado a su tiempo, que incluyó en sus obras, en clave, los
tipos esenciales de psinoma y cómo afectarlos. Porque la labor de los cebos no
es otra que controlar el psinoma, identificar la filia de cada criminal y
mediante meros gestos corporales, seducirlo y adueñarse de su voluntad.
La protagonista, Diana Blanco, es la mejor cebo y está a punto de retirarse
mientras su hermana menor culmina su aprendizaje para seguir sus pasos. Pero El
Espectador, el peor asesino en serie de todos los tiempos, hará que Diana se
replantee su decisión.
A pesar de que la trama de El Espectador está bastante conseguida, lo
cierto es que el libro realmente despega a mitad del volumen (de más de 400
páginas), cuando Somoza muestra su primer as bajo la manga, y es que El Espectador
solo es un actor más en la compleja trama a la que se enfrenta Diana. Ahí es
donde realmente arranca la novela, hacia un final cada vez más incierto.
Al final, ya he comentado que El
cebo no es un dechado de originalidad pero sí una obra bastante redonda,
Somoza ata todos los cabos, con mayor o menor verosimilitud, y lo explica
absolutamente todo (incluido el prólogo), reservándonos revelaciones
sorprendentes hasta la última página.
Situada, en cuanto a calidad literaria, detrás de La dama número 13 y Clara y
la penumbra, El cebo nos muestra
a un Somoza en forma, más efectivo que original, que repite con habilidad las
claves de sus obras más logradas, para elaborar una intriga que crece en
interés a cada página y con un fuerte apartado psicológico, como en él es
habitual, al igual que una leve y mórbida atmósfera erótica. Aunque a veces las
escenas donde los cebos ejecutan su ‘magia’ bordeen el ridículo… complicando una posible adaptación cinematográfica.
PD: Y sí, yo diría que la del tráiler es María León.
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