domingo, 22 de mayo de 2011

¡Y que viva Rosa Ruano! ¿Sí o no?


Ya lo avancé en el post dedicado a ‘El barco’: todo lo que falla en dicha serie funciona, y de qué manera, en ‘Los protegidos’. Esta serie, también de A3, arrancó con una propuesta arriesgada: una especie de ‘Héroes’ español y familiar, como ‘Los Serrano’ pero con superpoderes. De ahí podía salir cualquier cosa, pero, sobre todo en esta segunda temporada, la apuesta ha funcionado y es de lo mejorcito entre las series patrias.

No escapa ‘Los protegidos’ a los problemas de ofrecer capítulos de una hora y cuarto, pero ha encontrado una manera bastante acertada de solventarlos, que no es nueva. Cada capítulo suele dividirse en tres o cuatro tramas, dirigidas cada una a un público. Así, normalmente tenemos las travesuras de los dos pequeñines de la casa (y el vecinito Borja, que gana protagonismo en la segunda temporada) para el público infantil; los romances y triángulos amorosos de Sandra, ‘Culebra’ y el personaje interpretado por Esmeralda Moya en la primera temporada (casi desaparecida en la segunda) y ahora el de Maxi Iglesias, para el público adolescente; las peripecias de los padres de la familia, que suelen ofrecer romance, humor e incluso fragmentos de la trama principal, para los mayores; e incluso las aventuras del hijo ‘friki’, pues eso, para los ‘frikis’. De este modo la serie se dirige a un espectro de público lo más amplio posible, que hasta ahora ha respondido incluso mejor de lo que esperaban sus responsables.

Todo ello hace que la serie se vea con mayor o menor interés, aunque es en los tres últimos episodios donde prácticamente solo hay una trama, la central, que por fin avanza atando todos los cabos y dejando claro cuál es el nivel al que puede llegar la serie. Ahí también es donde resulta más evidente una de las claves para la calidad de ‘Los protegidos’, que sus creadores y guionistas, Darío Madrona y Ruth García, están encariñados con estos personajes y logran transmitirlo al espectador. Imposible no emocionarse una y otra vez en el capítulo final, y eso que algunos desenlaces se veían venir.

La serie también cuenta con un director de altura, el hijo de Antonio Mercero, Ignacio, que parece seguir los pasos de su padre y logra dotar cada escena de humanidad y eficacia narrativa. Esto no es ‘El barco’, aquí sí te crees los diálogos y da la sensación de que todos se creen lo que hacen y quien dirige sabe lo que está haciendo. Los efectos especiales se utilizan lo justo, esto no es ‘La patrulla X’, y precisamente por eso funcionan, sin que parezca una serie B como… ‘El barco’. Incluso la banda sonora transmite emoción y no son ‘canciones promocionales’… como en ‘El barco’.

Y además aquí tenemos a un reparto en estado de gracia, del primero al último intérprete. Aquí no hay un error de casting como el del capitán del dichoso navío, sino que Antonio Garrido se sale, en un personaje muy diferente al que encarnaba a la perfección en ‘La chica de ayer’. Este es mucho más difícil, pero Garrido lo borda, tanto en los momentos dramáticos, como, sobre todo, en los cómicos, que es lo complicado.

Por fin una serie de Angie Cepeda tiene éxito en España, y aquí lo merece, con ese papel de madre coraje, tan fácil de caer en el dramón lacrimógeno. No, para la comedia ya está Garrido, pero es imposible no dejarte conquistar por esa madre desesperada por encontrar a su hija, que incluso llega a plantearse entregar a otros niños a cambio de la suya. Inolvidable el reencuentro.

Reencuentro que no es el único. El nuevo fichaje de esta temporada, Maxi Iglesias, de ‘Física y química’, está para lucir abdominales y encandilar a las mozas, sí, pero (y esto no es spoiler, porque el público lo sabe desde el principio) es el nuevo malo, el hermano de ‘Culebra’, que quiere vengarse. Una trama bien llevada de principio a fin, sobre todo cuando empieza a plantearse si debe matar a su hermano, y con una brillante resolución.

Luis Fernández ‘Perla’, puede que no sea capaz de interpretar otro personaje que ‘Culebra’, pero en esta temporada da muestras de que puede ser más que un ídolo para adolescentes, y Ana Fernández transmite todo lo que debe transmitir su personaje y un poco más, aunque se empeñen en que cada vez parezca menos guapa.

Los dos críos, imposible no reírse con ellos, y el ‘friki’, pues provoca muchos de los mejores momentos de la serie con sus transformaciones: increíble cómo todos logran que nos creamos que es él transformado, cómo actúan de manera distinta a la habitual.

¿Y qué decir de Rosa Ruano? Personaje creado para la parte cómica, una casera y vecina cotilla encarnada a la perfección por Gracia Olayo, en esta temporada cobra un creciente protagonismo, primero con la parte dramática de su separación (lo que hace que Oscar Ladoire aparezca mucho menos en estos capítulos), pero sobre todo convertido en un ciclón cómico que genera las escenas más desternillantes de la serie y un personaje que hace que olvidemos que la trama central, la que interesa, vaya tan lenta durante los dos primeros tercios de la temporada. ¡Qué diablos! Ella sola vale la serie, ¿sí o no?

El final de esta segunda entrega, menos abrupto y ‘continuará’ que el de la anterior, ata la mayoría de cabos pendientes, pero los malos siguen ahí y también continúa sin resolverse el misterio en torno al origen de los poderes de los niños y ese enigmático invernadero. Y tal como me veía venir desde el primer capítulo, la reaparición de la hija de Gimena viene acompañada de una de sus premoniciones (el poder de la niña, ya lo sabíamos, es ver el futuro)… y ese vaticinio será otra de las tramas centrales de la tercera temporada. Habrá que verla, o como diría Rosa Ruano, ¿sí o no?


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