domingo, 22 de abril de 2012

Bienvenidos a Pleasantville



Está visto que en Hollywood últimamente no es fácil hacer películas ni respaldado por un éxito. Un caso reciente es el de Alexander Payne, que pese a la buena acogida de ‘Entre copas’ (2004) ha tardado siete años en volver a ponerse tras las cámaras con ‘Los descendientes’. Otro buen ejemplo es el de Gary Ross, que acaba de estrenar ‘Los juegos del hambre’ casi una década después de su última película, ‘Seabiscuit’, aquel drama hípico con Tobey Maguire que incluso tuvo nominaciones a los Oscar. Pero esta vez nos centramos en el film que rodó cinco años antes de esa nueva colaboración con el Spiderman de Sam Raimi: ‘Pleasantville’ (1998).

En dicha cinta Ross se implicó por completo, no solo como director, sino también escritor e incluso productor, junto con Steven Soderbergh. El resultado fue, como ‘Campo de sueños’, una de esas raras ocasiones en que Hollywood factura una película cargada de magia genuina. Y cuyo argumento, curiosamente cercano a ‘Los juegos del hambre’, también versa sobre la rebelión de la juventud.

Tobey Maguire es aquí David el típico empollón de instituto, fascinado con una antigua serie televisiva de los 40-50, ‘Pleasantville’, algo así como ‘Ciudad Amable’, donde todo es perfecto y todos viven en armonía. David sueña con vivir en ese mundo idílico, y lo consigue cuando, gracias a un mando de televisión mágico, y cierto accidente, entra en la tv… acompañado por su hermana, Jennifer, encarnada por Reese Witherspoon, la chica más popular del instituto, que solo piensa en salir con chicos.

En Pleasantville ambos son los hijos perfectos del matrimonio interpretado por Joan Allen como la perfecta ama de casa, y William H. Macy como el perfecto cabeza de familia. Mientras tratan de descubrir cómo volver a su mundo, los dos hermanos van a causar un impacto que cambiará Pleasantville para siempre.

Lo primero será hacer que los jóvenes de la ciudad descubran… el sexo, lo único que parece importarle a Jennifer. La primera consecuencia será que el equipo de baloncesto local, que siempre gana, pierda todos los partidos. La siguiente, que el lago de la población se convierta en el lugar de encuentro para todas las parejas.

Pero de lo que realmente trata el film es de la importancia de las emociones. En Pleasantville, como en la sociedad utópica de ‘El dador’ y tantas otras, todo es perfecto pero no hay emociones de verdad. El sexo hará que muchos descubran que pueden sentir otras cosas, pero en otros casos serán otras emociones las que les harán cambiar. Ese es el caso de Jennifer, que casualmente descubrirá un libro que le apasionará y descubrirá lo vacía y superficial que era antes, empezando a interesarse por los estudios.

Al final, estallará el conflicto entre quienes solo se sienten vivos cuando rompen la rutina y quienes, en cambio, no saben vivir si no siguen una rutina fija.

Uno de los mejores hallazgos de la cinta es que el mundo de Pleasantville es en blanco y negro, pero cuando alguien descubre una emoción verdadera, entonces aparece en color. Esto sirve para que Ross utilice los efectos especiales de una manera bellísima, y que alcanza grandes momentos poéticos, como la escena en la que una de las protagonistas, que se maquillaba con blanco y negro para que los demás no supiesen que había cambiado, se desmaquilla, emergiendo el color poco a poco en su rostro.

Uno de los personajes que ejemplifica mejor los cambios es el dueño del típico bar norteamericano, que al ver por primera vez colores descubre que quiere ser pintor y no deja de experimentar con sus creaciones. También destaca la aparición de un impresionante arco iris después de la primera tormenta en toda la historia de Pleasantville, o la paulatina transformación del lago en el que los jóvenes ‘expresan sus sentimientos’.

Hablando del lago, una de las mejores frases del film es la que pronuncia uno de los representantes de quienes no quieren que nada cambie: “Una cosa es que los chicos vayan de vez en cuando al lago, y otra que entren en la biblioteca, ¿qué será lo siguiente?”.

Porque los jóvenes no solo descubren el sexo, sino que las cosas pueden ser de otra manera. Empiezan a cuestionarlo todo e incluso se preguntan qué hay fuera de Pleasantville. Es entonces cuando empieza la censura, la quema de libros, la prohibición de escuchar determinada música y el rechazo a los que son ‘de color’, en una clara alegoría del racismo.

Con delicisosos toques de comedia, un guión medido, una dirección sobresaliente e interpretaciones muy logradas, ‘Pleasantville’ se convirtió en un curioso producto de Hollywood, y una de las películas más interesantes de los últimos tiempos. Que su director solo haya rodado dos cintas más en los 15 años siguientes deja bien claro lo mal que va la industria cinematográfica norteamericana.

PD: Ross cuidó hasta el último detalle en este film, incluyendo el lenguaje. Así, la protagonista pasa de un vocabulario plagado de palabras como ‘guai’, a oír nada más llegar a Pleasantville que ‘estás hecha un primor’.

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