Donde quiera que esté, Christopher Reeve puede seguir tranquilo, nadie le
tose como el Superman definitivo en la gran pantalla. Y es que Hollywood ha
vuelto a arruinar el enésimo relanzamiento del superhéroe por excelencia. No sé
si la taquilla permitirá que Henry Cavill vuelva a encarnar a Clark Kent/Kal-El, pero
la cinta de Zack Snyder no ha mejorado el anterior intento, la incomprendida
Superman Returns (2006) de Synger.
Primera gran decepción del verano, ya que a tenor del tráiler parecía que
podíamos estar ante el blockbuster del año, pero va a ser que no. Y el punto de
partida no era malo, solo que Hollywood se ha empeñado en dejar su huella. La
versión corta es esta ecuación:
Avatar+El árbol de la vida+Transformers = The man of steel.
Vamos con la versión larga. Synger cometió el grave error de reverenciar los que siguen siendo los dos
mejores films de Superman, los dos primeros de Reeve, y situar su película como
una tercera parte, a pesar de que el público actual, sobre todo el más joven,
no conoce aquellos precedentes. En cambio, el guión de David S. Goyer, el mismo de los tres Batman de Nolan, apuesta por contar la historia desde el
principio, de modo que estamos claramente ante un Superman Begins.
Y ya que hay que empezar por el principio, vayamos a Krypton. El film
arranca con un largo prólogo en el que concede todo el protagonismo a RussellCrowe como Gladiator, digo Jor-El, metiendo la quinta marcha desde el primer segundo, con
acción sin pausa y claras reminiscencias de la Pandora del film de Cameron.
Digamos que aquí falla la dirección, demasiado acelerada, mientras el público
poco conocedor de la historia trata de procesar toda la información. Crowe, por
su parte, se limita a hacer lo que tan bien sabe, aunque ya cansa: de sí mismo.
Lástima que insista en salir una y otra vez a lo largo del metraje, sobre todo
en cierta escena con Lois Lane, poco menos que ridícula.
A partir de ahí viene el mejor tramo del film, el que, seguramente,
proviene de la mente de Nolan. En el presente Clark encuentra la Fortaleza de
la Soledad, y de paso a Lois Lane (además de un traje muy ceñido y una
maquinilla de afeitar), mientras los flashbacks nos muestran su niñez y
adolescencia. Ahí es donde Diane Lane cumple como bondadosa ma' Kent y Kevin Costner se
agiganta como el mejor secundario del film, en una versión de pa' Kent muy oscura, bien
distinta de la que nos ha acostumbrado la televisiva Smallville.
Y es que uno de los puntos fuertes del film es enfrentar la visión de Jor-El,
según la cual Superman debe mostrarse a la humanidad y convertirse en un
símbolo para que explote su potencial, con la del padre humano de Clark,
que nos conoce bien y teme la reacción de los hombres cuando sepan la verdad
sobre su hijo. Incluso llega a plantear si es aceptable que Clark no utilice
sus poderes, a costa de las vidas que podría salvar, con tal de mantenerse en
el anonimato.
El otro gran tema, ya puestos, es si la humanidad merece que este dios que
es Superman la salve de otro dios vengativo, el general Zod, el malo de la
peli, empeñado en convertir la Tierra en Krypton, a costa de la vida de todos
los humanos si es necesario. Y surge la gran pregunta: ¿por qué Superman se
pone del lado de los terrestres?
Ahí es donde la película se viene abajo, ya que tras un tramo que evoca al
mejor Terrence Malick, y concretamente al de El árbol de la vida (2011), con ese niño
que busca sus orígenes y su destino en un pueblecito de la América profunda, se muestra incapaz de responder a la
citada pregunta. De hecho, cuando el propio Clark no sabe para dónde tirar, no
busca consejo en su madre ni en su amada… sino en una iglesia, en un tosco intento de darle una justificación religiosa a las motivaciones del protagonista…
que no pega ni con cola. Pero es que son americanos...
Y a partir de ahí, como si se tratara de recuperar el tiempo perdido, después
de una hora de película sin una sola escena superheroica, Michael Bay se adueña
de la cámara y tenemos una sucesión interminable de tortas que apenas se salva
por su brutalidad y realismo. Impagable la batalla en Smallville, donde por
primera vez Clark desata toda su fuerza, bastante más aburrida toda la parte
final (no hablemos de esos tentáculos cansinos…), aunque la destrucción de
Nueva York sea más realista que en Los Vengadores, y ofrezca la mejor escena
del film a Laurence Fishburne. Y es que si Samuel L. Jackson puede ser Nick
Furia (de hecho, el Nick Furia de los Ultimate, la versión renovada de Los
Vengadores, tomó a Jackson como modelo, con el mismo look con el que aparece después en Los Vengadores), ¿por qué Fishburne no puede ser... Perry
White?
En cuanto al duelo final, a medias épica pura, a medias con la sensación de
¿a qué esperan para hacer un kame-ame (ya me entenderán los que se criaron con
Bola de Drac)?
Total, que Nolan quiso hacer un drama en el que se reflexionara sobre qué
ocurriría si de verdad existiera alguien con los poderes de Superman, pero a
Hollywood solo le interesaba ‘una de superhéroes con mucha acción’. Así que The
man of steel se queda a medio camino en ambas direcciones, por lo que dudo que
contente a nadie.
En cuanto al apartado actoral, Amy Adams cumple como Lois, aunque la sombra
de Margot Kidder también es muuuuy alargada, pero el problema es Cavill, más
soso que soso, sin ninguna expresividad, por lo que todas las escenas con Lois
naufragan y esta acaba quedándose como mero objeto de rescate una y otra vez. Por no hablar de que Adams y Cavill más parecen madre e hijo que otra cosa...
El guión, además, prescinde la identidad de periodista de Clark, que deja para
la próxima entrega, si es que la hay. Una secuela en la que la gran esperanza
es que el enemigo sea Lex Luthor, que a diferencia de Zod, no tiene
superpoderes, por lo que no parece que sea probable una nueva ensalada de
puñetazos. Lex es más sutil, veremos si lo es la próxima entrega.
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