“Levanté la vista y vi que el cielo empezaba a cubrirse de un manto de nubes rojas que se esparcían sobre el mar como sangre derramada”.
No, esto no es ‘La sombra del viento’, primer aviso para navegantes. Quien espere algo similar no lo va a encontrar, o al menos no como se imagina. Lo que hallaremos en las páginas de ‘El juego del ángel’ es a un Carlos Ruiz Zafón en estado puro, desatado, dando rienda suelta a una narración de ‘grand guignol’, en la que frases como la anterior abundan hasta el punto de crear una atmósfera asfixiante y malsana, sobre todo a medida que avanza el argumento.
Imagino que ese gusto por lo macabro y el folletín decimonónico más sanguinolento es lo que echó para atrás a la primera amiga que ya me dijo que “esto no es ‘La sombra del viento’” y que lo nuevo de Zafón no le había gustado nada.
No es mi caso, aunque debo reconocer que con lo que más he disfrutado es con otra faceta de este autor, que ya se dejaba ver en su anterior obra pero que, como el gusto por la intriga gótica más barroca, encontramos aquí en estado puro, como si Zafón, tras el éxito de ‘La sombra del viento’, hubiese escrito, simplemente, lo que le pedía el cuerpo. Me refiero a su vena humorística, que ofrece los momentos más inspirados de las dos primeras partes de ‘El juego del ángel’, más sarcástica en la primera, con personajes como los editores Barrido y Escobillas o un homenaje a los populares Pepe Gotera y Otilio, más irónica en la segunda, con los ágiles diálogos entre el protagonista, el escritor David Martín, e Isabella, su ayudante y aspirante a escritora, que son lo mejor del libro.
De hecho, Isabella es la creación más inspirada de esta nueva entrega de Zafón, y lo que basta para justificar la lectura de un título que, cierto, queda muy por debajo de ‘La sombra del viento’ a todos los niveles, pero cuenta con los suficientes elementos para que vuelva a merecer la pena adentrarse en la Barcelona gótica que recrea el autor.
Por lo que respecta a la vinculación entre ‘El juego del ángel’ y su predecesora, como parte de esa tetralogía en torno al Cementerio de los Libros Olvidados, lo cierto es que es mucho más fuerte de lo que esperaba. Como ya se ha dicho, esta nueva entrega es una precuela de ‘La sombra del viento’, pese a que la historia de su protagonista, David Martín, es completamente independiente de la de Daniel Sempere. Salvo por el hecho de que una de las personas más importantes en la vida de Martín es el abuelo de Daniel, de modo que la librería de los Sempere repite como uno de los principales escenarios y, sobre todo, conoceremos la historia de la madre de Daniel y el romance entre ella y su padre. También reaparece el citado cementerio, en el que se deja ver el mejor Zafón. Lástima que estos pasajes no sean más que una repetición de los de ‘La sombra del viento’.
Y como novedad encontramos el elemento fantástico, no ya de manera insinuada, sino evidente, que marcará las peripecias de David Martín y el desenlace de sus desventuras. Por cierto, que a diferencia de Daniel Sempere, el ‘amigo Martín’ (que diría el inspector Grandes), me ha parecido un personaje bastante antipático con el que resulta difícil identificarse, exceptuando cuando habla de sus aspiraciones como escritor, donde Zafón vuelve a dar por completo en el clavo, como apreciará cualquiera que haya soñado con escribir o ame leer por encima de todo:
“La gente normal trae hijos al mundo; los novelistas traemos libros. Estamos condenados a dejarnos la vida en ellos, aunque casi nunca lo agradezcan. Estamos condenados a morir en sus páginas y a veces hasta a dejar que sean ellos quienes acaben por quitarnos la vida”.
Lo mejor: El epílogo ‘1945’, o más bien doble epílogo, con una maravillosa carta que enlaza directamente con ‘La sombra del viento’ y el final ¿definitivo? de las andanzas de David Martín. Aunque para llegar a ese epílogo hay que superar una recta final en la que el protagonista se convierte en una especie de ‘action hero’ que lucha por su vida hasta en tres escenas consecutivas.
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