Ya que estamos en Semana Santa, vamos con una de esas películas que suelen echar en televisión en estas fechas, aunque se aparta un poco de las convenciones del género bíblico. Y es que el protagonista de ‘Sinuhé, el egipcio’ es un médico, un hombre de ciencia en una época de dioses y supersticiones. Un hombre que busca respuestas y que no cree en ningún dios.
Dirigida por Michael Curtiz una década después de ‘Casablanca’, se basa en una novela de Mika Waltari que desconozco, aunque estoy convencido de que fue objeto de múltiples cambios en su adaptación a la gran pantalla. El film narra la caída en desgracia del joven y prometedor médico, al caer en las garras de una mujer fatal de libro que lo manipula a su antojo. Desterrado, ganará fama como cirujano antes de regresar a Egipto para el desenlace de la historia, en el que Waltari demuestra que conocía la historia de Moisés. También se establece un precedente del cristianismo en el culto a un único dios que impuso el faraón Akhenatón, yo diría que de una manera bastante cogida por los pelos.
Rodada cinco años antes de ‘Ben-Hur’, la película de Curtiz parece un film de serie B en comparación, donde resulta más que evidente que la mayoría de fondos están dibujados y donde no hay la abundancia de extras de la película de William Wyler ni su realismo. Y no solo Curtiz no está en su mejor momento, sino que la banda sonora, pese a estar firmada al alimón por dos nombres emblemáticos, nada menos que Alfred Newman y Bernard Herrman, lo mejor de la época, tampoco resulta particularmente inspirada.
En cuanto al reparto, Victor Mature cumple en su papel de siempre como el amigo fanfarrón de Sinuhe, mientras que a este lo encarna con escasa convicción un tal Edmund Purdom de quien nunca volvimos a saber. Tampoco ayuda el escaso metraje que se les concede a los secundarios, unos Jean Simmons y Peter Ustinov en sus inicios, apuntando el caudal interpretativo que demostrarían en ‘Espartaco’, y Gene Tierney, que una década después de 'Laura' se hallaba en el ocaso de su carrera y solo le adjudicaban papeles menores. Los tres merecían más minutos en pantalla, ya que son lo mejor del film, al igual que John Carradine, impecable en su breve aparición como ladrón de tumbas.
Todo ello desluce un film que pudo haber sido mucho más pero que no está tan lejos de las obras maestras del género y sí muy por encima de toda la morralla 'peplum'.
El detalle: Por una vez recomiendo ver la versión extendida en castellano, donde las voces cambian cada vez que se incorpora una escena censurada en su momento, y son bastantes. Así, vemos que a la censura no le interesaba un discurso sobre la inutilidad de la venganza, o cómo queda claro que Sinuhé es virgen cuando se enamora de la prostituta de lujo, o sea que llevaba el típico calentón de comedia adolescente USA y no veía la hora de estrenarse.
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