miércoles, 13 de febrero de 2013

La madurez de Ender



Con el estreno de la versión cinematográfica de El juego de Ender cada vez más cerca, toca revisar la primera secuela literaria de la gran creación de Orson Scott Card, La voz de los muertos, que acabo de leer con sumo placer. Y que, dicho sea de paso, tengo claro que no será llevada al cine, o al menos no de manera integral.

La secuela de la primera aventura de Ender logró algo nunca visto: que su autor volviese a ganar los principales premios de la literatura de ciencia ficción y fantasía por segundo año consecutivo. Si El juego de Ender obtuvo el Nebula en 1985 y el Hugo en 1986 (sí, la versión cinematográfica se ha hecho esperar, aunque por motivos obvios: ciencia ficción y un protagonista de 13 años que es adiestrado como soldado al más puro estilo de La chaqueta metálica), La voz de los muertos recibió los mismos galardones un año más tarde.

Y es que, desde luego para un servidor, esta secuela está a la altura de su predecesora o incluso la supera, y eso que el reto es mayúsculo. Eso sí, vaya por delante que no tienen nada que ver la una con la otra. Olvidaos de videojuegos, estrategias de batalla, peleas físicas o batallas espaciales, todos ellos elementos indispensables en El juego de Ender. Tampoco tenemos a los insectores como enemigos ni aparecen los hermanos de Ender, Peter y Valentine (esta última solo interviene en uno de los primeros capítulos) y, para dejar bien claro que Orson Scott Card no repite su exitoso modelo, Ender ya no es un niño sino un hombre de 35 años.

Lo que no ha cambiado un ápice es la habilidad del autor para abordar las relaciones, volviendo a crear personajes tan reales como cualquier persona. Tampoco cambia el gran mensaje de esta obra, que, aún más que en su predecesora, no es otro que el del respeto absoluto a lo diferente, a aquel al que no comprendemos porque tiene una cultura distinta a la nuestra.

La trama de esta secuela parte precisamente de un malentendido en las relaciones iniciales del ser humano con una nueva especie alienígena inteligente que acaba provocando una tragedia que marcará a todos. Tres mil años después de los acontecimientos de El juego de Ender, el protagonista será el único capaz de hacer que humanos y esa nueva especie, los cerdis, puedan vivir en paz, precisamente desde el respeto mutuo, por extrañas que a cada especie puedan resultarle las costumbres de la otra.

De extensión similar a El juego de Ender, unas 500 páginas, podría decirse que en La voz de los muertos ocurren menos cosas, e incluso que su autor tarda demasiado en contar lo que se propone, pero no hay una página en la que decaiga el interés, y aunque la trama no es tan frenética como en su predecesor, en el que dominaban el thriller y la acción, resulta tan absorbente como aquel pese a basarse casi exclusivamente en diálogos.

Cierto es que Orson Scott Card se raya un poco con las lecciones de exobiología (biología extraterrestre), con propuestas casi inverosímiles, y que introduce el debate religioso con la confrontación entre católicos, hijos de la mente (otro tipo de seguidores de Cristo) y seguidores del Portavoz de los muertos (la, digamos, religión impulsada por Ender al final del primer libro), lo que puede echar para atrás a algún lector.

Tampoco acaba el autor de explotar al máximo las posibilidades de la inteligencia artificial, apenas apuntadas en el primer libro y que aquí aparecen de una manera mucho más contundente, aunque sin explayarse en ellas como hace con otros aspectos de la obra.

Lo que nos lleva a otra de las principales diferencias de La voz de los muertos con respecto a la obra precedente. Y es que si El juego de Ender es una novela autoconclusiva, de modo que no es necesario leer las entregas posteriores para disfrutarla al máximo, La voz de los muertos, si bien cierra la mayoría de tramas y resuelve todas las incógnitas sembradas a lo largo de sus páginas, también concluye dejando perfectamente listo el escenario para una continuación que promete bastante, y en la que todo indica que habrá más acción… o no.

Desde luego, pueden contar conmigo para la nueva entrega, Ender el Xenocida. Y es que Ender ya es uno de mis personajes favoritos de ficción, y uno de los grandes personajes de la literatura, no solo de ciencia-ficción.

Y no me resisto a dejaros un pasaje realmente magistral, que demuestra el talento del autor:

Un gran predicador está enseñando en la plaza del mercado. Y resulta que un marido encuentra pruebas esa mañana del adulterio de su esposa, y la muchedumbre la lleva a la plaza para lapidarla hasta la muerte. (Hay una versión familiar de esta historia, pero un amigo mío, un Portavoz de los Muertos, me ha hablado de otros dos predicadores que se encontraron en la misma situación. De éstos es de quienes voy a hablaros.

El predicador se adelanta y se coloca junto a la mujer. Por respeto a él la muchedumbre se detiene y espera con las piedras en la mano. “¿Hay alguien aquí que no haya deseado a la esposa de otro hombre, al marido de otra mujer?”, les dice.

Ellos murmuran y dicen: “Todos conocemos el deseo. Pero, Maestro, ninguno de nosotros ha cometido el acto”.

El predicador dice: “Entonces arrodillaos y dad gracias a Dios porque os hizo fuertes”. Toma a la mujer de la mano y la saca del mercado, y justo antes de que ella se marche, le susurra: “Dile al señor magistrado quien fue el que salvó a su amante. Dile que soy su siervo leal”.
Así que la mujer vive, porque la comunidad está demasiado corrupta para protegerse del desorden.

Otro predicador, otra ciudad. Se acerca a la mujer y detiene a la multitud, como en la otra historia, y dice: “¿Quién de vosotros está libre de pecado? El que lo esté, que tire la primera piedra”.

La gente se avergüenza y olvidan la unidad de su propósito al recordar sus pecados individuales. “Algún día –piensan-, puedo ser como esta mujer, y esperaré el perdón y otra oportunidad. Debo de tratarla como me gustaría que me tratasen”.

Y cuando abren las manos y dejan que las piedras caigan al suelo, el predicador recoge una de ellas, la alza sobre la cabeza de la mujer y golpea con todas sus fuerzas. Aplasta su cráneo y esparce sus sesos por el suelo.

-Yo tampoco estoy libre de pecado –le dice a la multitud-. Pero si dejamos que sólo la gente perfecta cumpla la ley, pronto la ley morirá, y nuestra ciudad con ella.

Así que la mujer muere porque su comunidad era demasiado rígida para soportar su desviación.

La versión más famosa de esa historia es notable porque es rara en nuestra experiencia. La mayoría de las comunidades se encuentran a caballo entre la podredumbre y el rigor mortis, y cuando se desvían demasiado, mueren. Sólo un predicador se atrevió a esperar de nosotros un equilibrio tan perfecto que pudiéramos cumplir la ley y perdonar la desviación. Por eso, naturalmente, le matamos.

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