Como le ocurrió a Spielberg tras La lista de Schlinder, le será difícil a
Pablo Berger dejar atrás el recuerdo de su Blancanieves y encarar nuevos
proyectos. Lo de rodar una película muda y en blanco y negro a estas alturas se
antoja una operación oportunista tras el éxito de The artist, pero la cinta
española acaba resultando bastante superior a la francesa que, más allá de la
nostalgia, era correctita y poco más.
Tampoco es, probablemente, que Blancanieves sea para tirar demasiados
cohetes, pero Berger logra en gran medida lo que se propone: contarnos un
cuento, el de toda la vida, pasado por la estética de Cine de barrio, con sus
toreros y sus folklóricas. Una apuesta que le podía haber generado detractores por
su defensa a ultranza de la tauromaquia (resulta difícil encontrar un film
donde se muestre el toreo como algo tan maravilloso), pero soslaya dicho riesgo
haciendo que en todo el metraje, y por distintos motivos, no veamos la muerte
de ningún toro, ya puestos, ni banderillas ni rejoneador, solo capotazos.
Por lo demás, y utilizando una pantalla cuadrada que nos retrotrae a épocas
pasadas, donde el blu-ray ni se intuía, Berger se muestra maestro a la hora de
narrar exclusivamente con las imágenes, aunque incurre en varios errores de
bulto que no se excusan ni por tratarse de un cuento, y se ve lastrado por una banda sonora demasiado omnipresente y estridente en muchos momentos.
Sus mejores aliados son un reparto en estado de gracia, que demuestra que actuar no es solo recitar un guión, sino transmitir sentimientos con la mirada y la gestualidad. Son perfecta muestra de ello una
Maribel Verdú que aquí tiene la oportunidad de ser ‘mala, pero mala, mala’, y
una Macarena García que, en realidad, no interpreta, básicamente le basta con
su extraordinaria naturalidad y unos ojazos inmensos que la convierten
ahora mismo en el más bello rostro del cine español (y ahí tenéis la versión francesa del cartel, ya que la española ha preferido destacar a la madrastra). Aunque la revelación es la
Blancanieves niña, Sofía Oria, que se come la pantalla y protagoniza, de lejos, los mejores
momentos del film, cuando más lograda está la atmósfera de cuento, antes de que la
película se vuelva definitivamente taurina.
Del resto del reparto destacan una Ángela Molina estelar, en lo que la
dejan; un Pere Ponce de cómic, otro
tanto puede decirse de Josep Mª Pou, y un Daniel Giménez Cacho magnífico como el padre de
Blancanieves. Y por supuesto los 7 enanitos, aunque a ‘Gruñón’ es inevitable
‘oírle’ con la voz de su Rompetechos. Lo mejor, el momento en el que uno de los
enanitos se pone a contar… y es que aunque en el cartel se anuncian 7, solo son
6.
Berger acierta incluso con su final interpretable, que tal vez no sea el
más agradecido para el espectador tras ver sufrir tanto a su heroína pero está
cargado de poesía, además de servirle para homenajear al cine expresionista
alemán en el tenebroso epílogo.
Film de atmósferas y de detalles, Berger nos regala un cuento terrorífico
iluminado por la sonrisa de una niña, que nos recuerda que a veces la potencia
de una imagen hace innecesarias las palabras.
SPOILERS
Con todo, Berger incurre en enormes errores de bulto, empezando por la
pésima realización de la cogida del torero, donde se nota demasiado que el toro
embiste a un muñeco. Muy lejos de Hable con
ella. También resultan poco menos que ridículas las muertes de los
personajes de Ángela Molina y Pere Ponce, a los que simplemente había que
quitar de en medio, y Berger opta por lo que supongo que entiende como ‘golpes
de humor’ pero que hasta en un cuento quedan como manchurrones que rompen el
tono medio del film.
La trama también tiene alguna que otra inconsistencia (más) de guión, como
¿por qué Encarna espera tantos años para matar al torero? La única explicación
es que había que dejar pasar los años para que la niña pudiera crecer y ser
torera… O sea, porque sí. Igual que el cambio del enanito ‘malo’, que de golpe
y porrazo señala a la asesina de Blancanieves… cuando lleva toda la película
intentando cargársela él.
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