Al borde del abismo (2012) parte de una premisa bastante atractiva: un hombre,
interpretado por Sam Worthington en pleno salto al estrellato, amenaza con
saltar desde lo alto de un edificio. A partir de ahí, el film deviene un cruce
entre Ultima llamada y Plan oculto, en el que ese escenario único, la cornisa
de un hotel, con los policías que tratan de evitar que salte y el público que
mira desde abajo, se combina con una trama más compleja, ya que el intento de suicidio no
es sino un truco para distraer de lo que está ocurriendo en el edificio de
enfrente.
Un flashback nada más arrancar la película nos muestra que el suicida es
un ex policía que acaba de fugarse de la cárcel, donde cumplía condena por un
crimen que dice no haber cometido. De ahí pasamos a la cornisa, donde el
protagonista clama por su inocencia.
La trama se desarrolla en tiempo real, también muy a lo 24, y aunque en la
recta final se multiplican las trampas en el guión para llegar al desenlace
deseado, Al borde del abismo está desarrollada con eficacia y resulta un
producto más que efectivo, aunque sin llegar a las cotas de excelencia de Plan
oculto, mucho más redonda.
Y es que el principal defecto del film que nos ocupa es que desaprovecha a
buena parte de su reparto. Si en Plan oculto sus tres protagonistas
principales, Denzel Washington, Jodie Foster y Clive Owen, realizaban un trabajo
extraordinario, incluso Christopher Plummer como secundario de lujo, todos ellos a las órdenes de Spike Lee, aquí tanto
Edward Burns como policía, como Kyra Segdwick como periodista, están totalmente
desaprovechados, sin que sus personajes pasen de ser meros apuntes.
Ed Harris sobreactúa como nunca para despertar nuestra antipatía, mientras
Worthington y Jamie Bell cumplen. Pero quienes realmente brillan son Génesis Rodríguez, la hija de El Puma, la gran revelación del film como bomba sexual
con gran desparpajo, y sobre todo Elizabeth Banks, que como la psiquiatra que
trata de disuadir al protagonista de que salte acaba ofreciendo la
interpretación más lograda de la película.
Buen cine de palomitas, si uno renuncia a pedir que todo sea creíble y los
cabos estén bien atados, pequeña pieza de artesanía en tiempo real que atrapa
al espectador de principio a fin.
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