miércoles, 7 de abril de 2010

Cuando el sueño de la infancia se torna pesadilla


‘A veces creo que los tres subimos a ese coche y que todo es un sueño’.

Con esa frase el policía Sean (Kevin Bacon) da la clave de ‘Mystic River’, uno de los clásicos que nos ha dado Clint Eastwood desde que decidiera ponerse tras las cámaras, en este caso adaptando una novela de Dennis Lehane, también autor de ‘Adios, pequeña, adiós’ o ‘Shutter Island’. Un coche al que Dave (Tim Robbins) se subió de niño, para acabar víctima de dos pederastas. Y años después sube a otro coche (el paralelismo queda subrayado en la pantalla) para otro viaje que le acarreará graves consecuencias. Quizás sólo tuvo mala suerte.

Éste es uno de esos filmes que se crecen en la segunda visión, en la que afloran todos los matices y reflexiones sobre la pérdida de la infancia, las consecuencias del abuso infantil, la amistad, el amor, la justicia y la venganza, todo ello tratado con habilidad y maestría en el marco de una impecable trama de intriga a la que no le falta ni el desenlace sorpresa. Una resolución que no llega con un rebuscado giro del guión falto de credibilidad, sino en una doble secuencia devastadora, en la que cada una de ellas impacta por su crudeza.

Al final, lo que empezó con un juego de niños acaba con otro, dejando por el camino amargura, sueños rotos y acciones que no pueden quedar sin castigo. Y unas cuantas lecciones de interpretación (imprescindible VOS, me voy a hacer muy pesado con esto…), encabezadas por Sean Penn (como Jimmy) y Tim Robbins. Decir que sus Oscar (actor principal y secundario, respectivamente) eran merecidos es quedarse corto.

También quedan para el recuerdo muchos momentos (la historia de amor de Sean y su mujer a través de llamadas telefónicas sin diálogo) y muchas frases. Por citar una de ellas, de esas que no se olvidan, aquella en la que la mujer de Jimmy, ya al final, le dice a éste: ‘Les he contado a nuestras hijas que su padre es un rey, que sabe lo que hay que hacer y lo hace. Tú podrías ser el amo de esta ciudad’. Ella sabe el terrible acto que acaba de cometer su marido, y no sólo lo aprueba, sino que parece empujarle de nuevo por el mal camino, del que sólo lo había apartado su hija, Katie, cuyo asesinato es el arranque del film. Pocas películas tienen un final tan amargo como ésta.

El detalle cinéfilo: En una secuencia la policía interroga al dueño de una tienda, interpretado por el veteranísimo Eli Wallach, quien en su día acompañara a Eastwood en ‘El bueno, el feo y el malo’ de Sergio Leone. Por su puesto, él era el feo, en un papel que por sí solo justifica una carrera cinematográfica.


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