viernes, 24 de diciembre de 2010

La literatura vasca sigue dando buenos frutos

Toca felicitar las navidades, y toca página literaria. No sé por qué, pero en los últimos años los autores españoles que más me atraen son vascos. Primero fue Bernardo Atxaga, cuyo ‘Obabakoak’ es uno de los mejores libros que he leído nunca (por cierto, muy superior a su voluntariosa versión fílmica), y después llegaron las nuevas generaciones, Unai Elorriaga y su divertido ‘El pelo de Van’t Hoff’, y Kirmen Uribe, cuya primera novela, ‘Bilbao-New York-Bilbao’, ha merecido el Premio Nacional de Narrativa, al igual que ocurriera con el citado ‘Obabakoak’ y el debut de Elorriaga, ‘Un tranvía en SP’.

¿Qué tienen estos tres autores en común? Supongo que una manera de narrar sencilla, muy ligada a la tradición oral, y la reflexión sobre la imaginación y el mismo hecho de narrar, así como la recreación del País Vasco más rural y auténtico.

En el caso de Uribe, toda la novela es, de hecho, una suerte de making of del propio libro, en el que nos relata, durante un viaje en avión desde Bilbao a New York, todos sus esfuerzos para escribir una novela en torno al misterio (que no es tal) que rodea el nombre del barco de su abuelo, el Dos amigos. A partir de ahí se suceden toda una serie de anécdotas, historias minúsculas que llenan un escaso centenar de páginas, suficientes sin embargo para que el lector acabe con la sensación de conocer bien a los familiares de Uribe, su padre y su abuelo especialmente, y a varios vascos de renombre, como el pintor Aurelio Arteta y el arquitecto Ricardo Bastida, cuya amistad es uno de los ejes del volumen.

También desfilan el escritor Txomin Agirre, o Pedro Aguerre Axular, ‘quien dicen que estudió con el diablo’; un hombre que guarda palabras en el banco, otro que recibe un esclavo como regalo del hombre a quien salva la vida, o el propio Franco de visita por Bilbao. Fragmentos de cartas y diarios, incluso emails, se suceden en un libro que respira el olor del mar y que rastrea la verdad oculta tras las historias orales que nos han legado desde siempre abuelos y vecinos. Historias como la del origen de las flores de cristal del Museo Botánico de Harvard, o de cómo el autor estaba convencido de niño de que el Guernika estaba colgado en una pared de su casa. No faltan las referencias a la guerra civil y al terrorismo, pero sin maniqueísmos, mostrando que nada es blanco ni negro, sino todo mucho más complejo de lo que parece a simple vista.

Uribe recuerda tradiciones y palabras que se están perdiendo, y demuestra que la lengua puede utilizarse para jugar o incluso para salvar vidas. En su obra reivindica la tradición literaria en euskera y la importancia de darla a conocer al público, ya que precisamente por tener un escaso volumen de obras esa es la única manera de mantenerla y potenciarla. Eso es lo que logra el autor en este emotivo canto de amor a una lengua y a los pescadores vascos, que se cierra con una preciosa poesía dedicada al hijo de 13 años de su pareja.

Bueno, Feliz Navidad a todos.

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