domingo, 12 de diciembre de 2010

Los niños se nos han hecho mayores...

…y ya no van al colegio. Esa es la principal diferencia de la última entrega de Harry Potter con respecto a sus predecesoras. Ya no veremos los familiares pasillos de Hogwarts ni asistiremos a tramas que se desarrollan lentamente entre clase y clase a lo largo de un curso escolar. Han acabado los días felices y ahora Voldemort campa a sus anchas, así que al joven aprendiz de mago le toca esconderse y preparar el contraataque.

A quienes les pareciese floja la anterior película de la saga (entre los que me incluyo), avisarles de que la primera parte de ‘Las reliquias de la muerte’ es aún menos redonda, algo obvio dado que sólo adapta la mitad del último libro de J.K. Rowling, por lo que aquí la trama ni siquiera concluye. De hecho, tras las primeras secuencias (incluida una boda 'sorpresa' gracias a la eliminación de tramas del sexto libro), la mayor parte de este film nos muestra a Harry y a sus dos amigos, Ron y Hermione, instalando su tienda de campaña mágica (¿dónde estaban los de Quechua?) en paisajes desolados, como salidos de un ‘National Geographic’ que mostrase la naturaleza más deprimente.

Y sin embargo, hay varios grandes momentos que salvan la película, que por otra parte no se hace pesada pese a sus dos horas y cuarto. Entre ellos destacan la visita de Harry al cementerio en el que están enterrados sus padres, y sobre todo, mi momento favorito: el baile entre Harry y Hermione, un fugaz rayo de luz entre la oscuridad.

Hermione es, de largo, lo mejor del film. No sólo se demuestra que Harry y Ron no durarían un segundo contra los malos sin ella, sino que Emma Watson parece ser la única del trío capaz de interpretar de verdad, como queda claro en su primera escena de la película, cuando para proteger a sus padres les hace olvidar que un día tuvieron una hija.

La saga sigue ampliando su increíble nómina de intérpretes británicos, hasta el punto de que dudo que haya alguien que no haya pasado por Hogwarts. En esta ocasión los principales fichajes son Bill Nighy como el ministro de Magia y Rhys Ifans como el padre de Luna Lovegood (no se me ocurre a nadie mejor para el papel), aunque por contra apenas aparece Alan Rickman (Snape) y ni siquiera hace acto de presencia Maggie Smith (McGonagall), dos de los fijos en la serie. Mención aparte para Ralph Fiennes, cuya creación de Voldemort sigue dejando mucho que desear, y no sé si debemos 'agradecerle' a él o a su doblador que su única larga escena en este film parezca más propia de una parodia.

En fin, un pasito más hacia el desenlace de una historia que se sigue con cierto interés, pero que hace tiempo que dejó de atraparnos. Eso sí, esta última entrega vale la pena aunque sólo sea por el cuento de ‘Los tres amigos y las reliquias de la muerte’, una breve joya de la animación en blanco y negro, al estilo de las sombras chinescas, que es de lejos lo mejor de la cinta.

Ah, se me olvidaba. Aunque el Vaticano diga lo contrario, sí hay humor (poco, pero lo hay... e incluso podría resultar demasiado...), además de una clara identificación entre los partidarios de Voldemort y los partidos fascistas, con su campaña de exterminio étnico contra los 'sangre-sucia' y 'bonitas' frases como 'no tenéis nada que temer si no tenéis nada que ocultar' para justificar el recorte de libertades. ¿Os suena de algo?


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